LA HERMENÉUTICA ANALÓGICA EN LA ENSEÑANZA DE LA LÓGICA

 

Mauricio Beuchot

 

 

Introducción

 

En lo que sigue trataré de aplicar la hermenéutica analógica en la enseñanza de la lógica. Para ello, primero daré unas nociones básicas sobre la hermenéutica, por lo menos para detallar lo que entiendo por ella. Luego hablaré de la analogía, instrumento conceptual de una larga tradición en la historia de la matemática, la lógica y la filosofía del lenguaje, que me sirve para evitar las exageraciones de relativismo y subjetivismo que se dan en la hermenéutica actual. Después señalaré algunas aplicaciones que ya se han hecho de la hermenéutica en general y de la hermenéutica analógica en particular, y terminaré hablando de la aplicación de esta hermenéutica analógica a la enseñanza de la lógica.

 

Antes de comenzar, quisiera decir que fui profesor de lógica de primer orden durante diez años, y casi durante el mismo número de años di la asignatura de lógica superior en el posgrado de la FFyL. Allí aprendí que la hermenéutica nos puede ayudar a enseñar, pues no solamente se trata de aprender, sino de comprender, y, en lugar de enseñar mecánicamente la lógica, la podemos enseñar de manera más humana, más sustanciosa y con más contextos y marcos de referencia, que la hagan más significativa para nuestros alumnos.

 

Hermenéutica y analogía

 

Veamos, primero, cuál puede ser este uso de la analogía aquí, qué puede ser una hermenéutica analógica, que nos haga interpretar con analogía en este texto tan complejo como es el de la diversidad (de religiones, de pensamientos, de valores).[1] Al hablar de una hermenéutica analógica, hablamos de interpretar con la analogía, o analógicamente. ¿Qué es una interpretación analógica? ¿Qué es interpretar analógicamente, o basados en la analogía, o utilizándola?

 

Es interpretar un texto buscando la coherencia interna, una coherencia proporcional (sintaxis) entre sus elementos constitutivos. La analogía misma es orden, o el orden es analógico. Y la sintaxis es orden, coordinación. Pero la analogía no es un orden unívoco; tampoco es un desorden equívoco. Es un sentido analógico.

 

También es interpretar buscando la relación proporcional del texto con los objetos o hechos que designa (semántica). Es la correspondencia o adecuación entre el texto y el mundo que designa. Mundo, aquí, no necesariamente es realidad, sino que puede ser un mundo posible. Es una referencia analógica, no unívoca, pero tampoco una irreferencialidad equívoca.

 

También es interpretar buscando proporcionalmente el uso del autor, su intencionalidad expresiva y comunicativa (pragmática). La lectura del intérprete debe ser proporcional (no unívoca, pero tampoco equívoca) a la escritura del autor.

 

De esta manera, podemos decir que, en una hermenéutica analógica, la interpretación, en relación con el texto, busca el significado sin univocismo ni equivocismo, sino de manera proporcional. Se trata de que surja una interpretación o un conjunto de interpretaciones proporcionadas al texto.

 

Caben varias interpretaciones, una principal a las otras, y las otras jerarquizadas con un orden de mejor a peor. Aquí, la intención del autor es proporcionalmente alcanzada por el lector. Y la intención del lector se proporciona a la del autor.

 

Por eso, también puede decirse que, a nivel sintáctico, hay un orden de coherencia proporcional, una proporción entre los elementos, un conjunto proporcionado (u ordenado), un orden proporcional, de proporción.[2]

 

A nivel semántico, hay una correspondencia proporcional, que señala la interpretación, entre el texto y el mundo del texto (tanto el que señala como el que crea, el que encuentra y el que construye).

 

Y, a nivel pragmático, hay una relación proporcional entre la intencionalidad del autor (más allá de lo que dice el texto) y la intencionalidad del lector (más allá de lo que cree interpretar en el texto).

 

De esta manera, interpretar con el modelo de la analogía, con el modelo de la proporción, es evitar una interpretación unívoca y otra equívoca, para alcanzar una analógica o proporcional.

 

Una interpretación unívoca es la pretensión de alcanzar la literalidad del texto, su significado o sentido literal, entender la textualidad como literalidad, lo cual mata la contextualidad, el uso de los contextos, y el contexto es lo que se necesita en hermenéutica. Es la ilusión de encontrar o captar la coherencia interna plena del texto, el sentido sintáctico diáfano. Es la búsqueda del sentido literal o histórico, pero entendido como coherencia o consistencia completa.

 

Una interpretación equívoca es la desilusión o renuncia a alcanzar el sentido literal, quedándose en un sentido puramente alegórico, que es el contrario. Incluso no es una lectura metafórica, en sentido exacto, sino más bien equivocista, irreductible, ambigua. Desecha la posibilidad de alcanzar una coherencia a veces indispensable, para entender algún sentido del texto. Renuncia, ciertamente, a toda referencialidad, dada la fragmentación de la referencia que conlleva. También renuncia a rescatar la intencionalidad del autor y se queda únicamente (o demasiado privilegiadamente) con la intencionalidad del lector.

 

Una interpretación analógica trata de evitar la obsesión de la univocidad y la desazón de la equivocidad. Es consciente de que no puede alcanzar (sintácticamente) el sentido literal, pero sin hundirse en un sentido puramente alegórico, sino, aun privilegiando el sentido alegórico, tender idealmente (con conciencia de que es inalcanzable) al sentido literal. También es consciente de que no puede darse una referencia rígida, unívoca, biunívoca entre el texto y el mundo del texto, aunque tampoco renuncia a toda referencia (equivocista) para quedarse del solo lado del sentido, porque faltaría uno de los elementos de un binomio; lucha por manifestar de alguna manera la referencia, de una manera analógica. Igualmente, no se hace demasiadas ilusiones de atrapar la intencionalidad plena del autor (clara y distintamente), pero tampoco se abandona a la sola intencionalidad del lector, enterrando la del autor, pues sería como un diálogo sin interlocutor, sino que, privilegiando el lado del lector, trata lo más que se pueda de recuperar el lado del autor.

 

Lo universal no es nada sin lo particular.[3] Por eso, a partir de las diferencias particulares, se trata de llegar a las semejanzas que propician el universal, al menos una universalidad analógica. No una universalidad absoluta, de los universales unívocos, pero tampoco una universalidad atomizada o rota de la equivocidad, sino una universalidad fragmentada de la analogía.

 

Es algo intermedio entre la lectura histórica y la lectura mítica, pues entiende la mítica como no negadora de la histórica. En efecto, si hemos de privilegiar la lectura mitológica, no puede ser negando completamente la histórica. Es un híbrido en el que se busca el significado mítico y se trata de pasar, luchando, al mundo referencial del mismo, la realidad o conjunto de realidades (o significados) que vive el hombre y que el mito manifiesta, señala, alude. Pero esto sólo se da luchando por acercarse lo más posible al mundo referencial de la historia, que tampoco es unívoco.

 

Igualmente, en el hombre se da una identidad múltiple, plural, hasta borrosa. No se cree ya en una identidad como la de la univocidad; tampoco en una identidad equívoca, porque no sería identidad ninguna; sino en una identidad analógica, como es la de la realidad. Hay identidad plural, con muchas intersecciones, es decir, con varias identidades reunidas, interactuando.

 

La analogicidad se ve también en la recepción de los textos. La misma recepción no es uniforme. Juan Rulfo, inicialmente, fue recibido con más dificultades en México que en otros países. Es una recepción llevada por la analogía. Hay una teoría de la recepción analógica. No recibimos unívocamente los textos; tampoco, por supuesto, equívocamente, sino que los recibimos con predominio de las lecturas sobre el autor.

 

Hermenéutica analógica

 

La hermenéutica es la disciplina de la interpretación de textos, y la hermenéutica analógica pretende estructurar la interpretación con el esquema de la analogía, la cual es un modo de significar que se coloca entre la univocidad y la equivocidad.[4] La univocidad es la significación idéntica de un término con respecto a sus significados, como “hombre” designa unívocamente a todos los hombres, a todos por igual. La equivocidad es la significación completamente diferente de un término con respecto a sus significados, como “osa”, que significa diversamente al animal y a la constelación. En cambio, la analogía es la significación en parte idéntica, en parte diferente, predominando la diferencia, como “ente”, que significa a diversos entes (la substancia y los accidentes) y “bueno”, que significa lo bueno útil, lo bueno deleitable y lo bueno honesto. De esta manera, una hermenéutica analógica evita los excesos e inconvenientes de una hermenéutica unívoca, que pretende una interpretación totalmente clara y distinta, así como los de una hermenéutica equívoca, que se hunde en una interpretación totalmente relativista; se coloca como algo intermedio, aun predominando la diferencia.

 

Con esta idea de procurar abrir la interpretación más allá de la cerrazón de la univocidad sin caer en los problemas de la equivocidad, la hermenéutica analógica se ha mostrado útil para temas filosóficos y otros, como se ve en algunos ejemplos que presentaremos a continuación.

 

Un ejemplo puede ser el tema, fundamental para la hermenéutica, del concepto de tradición. Allí se ven las teorías sobre la tradición que emitieron Popper, Kuhn, Laudan y Gadamer, a lo que se añade algo que se infiere de la hermenéutica analógica en diálogo acerca del tema de la tradición. Todos pensamos dentro de una tradición, pero eso no quiere decir que estemos condenados a ser prisioneros de ella, sino que existe la posibilidad y aun la obligación de hacer avanzar la tradición o incluso de superarla.

 

Otro tema es la aplicación de la hermenéutica analógica a la relación de la poesía y la ontología. Parecería que es difícil encontrar la conexión de esos dos correlatos, pero cada vez más se está considerando y estudiando. Se da mucha importancia a la metáfora, que es una de las formas de la analogía, y que conecta la razón con la imaginación. Con esto se puede obtener un material muy rico, desde la poesía, para elaborarlo y alambicarlo hacia la ontología. Por eso se pueden revisar las conexiones entre poesía, mística y metafísica. Allí se obtiene la ayuda de la hermenéutica analógica.

 

Además, otro tema es el de la relación de la hermenéutica analógica con la metafísica, por ejemplo la de Emmanuel Lévinas. Como es bien sabido, para Lévinas la mayor importancia la tiene el otro, la otredad. Ni siquiera, como Buber, el yo y el tú, sino el yo y el él. Esa alteridad es la que se recoge en la metafísica, la cual va más allá de la ontología, sobre todo más allá de la ontología fundamental en Heidegger, su maestro. Al privilegiar la diferencia u otredad sobre la identidad, la hermenéutica analógica es, de cierta manera, una hermenéutica del Otro, a la manera de Lévinas.[5]

 

Por otra parte, se puede continuar con el tema del otro levinasiano, estructurado aquí mediante la categoría de la promesa, y examinado a la luz de la hermenéutica. Para Lévinas, la promesa rompe la tragedia, va más allá de lo trágico, lo supera. Claro está que por medio del cumplimiento de la promesa misma, al cual se opone muchas veces la tragedia, el destino. Y, dado que Lévinas da un lugar central a la ética, se concluye con una ética hermenéutica, edificada, precisamente, con una hermenéutica analógica.

 

Asimismo, se puede usar la hermenéutica analógica en el urbanismo, como para la interpretación simbólica de la Atlántida en Platón, para la que utiliza la hermenéutica analógica. La Atlántida es una ciudad perdida y, más aún, que pierde sus límites. Eso la hace ocupar un espacio sagrado. Es una ciudad concéntrica y con un centro sacro. Pero, también, la Atlántida se vuelve, de ciudad perdida, ciudad recuperada, gracias a la analogía. Por la analogía con el templo, la ciudad sagrada Atlántida es una ciudad que tiene vida, calor, fuego.

 

Tenemos también la contribución de la hermenéutica analógica en su aplicación a la historia, en forma de filosofía de la historia. Es una hermenéutica que trata de poner límites a la interpretación, para que no se vuelva, como la hermenéutica equívoca, una interpretación infinita, pero en el sentido de no llegar a ninguna interpretación que nos acerque al significado del texto. Es una interpretación que se esfuerza por ponernos en relación con la realidad. Para hacerlo, es indispensable que tenga límites, que evite el relativismo desmesuradamente abierto. Esta posición de límites a la equivocidad es lo más propio de la analogía; por ello, poner límites a la interpretación relativista es lo propio de una hermenéutica analógica. Aplicada a la historia, la hermenéutica analógica nos da una idea de la historicidad que no rigidiza el devenir histórico en la univocidad, porque es destruir el tiempo, pero tampoco lo disuelve o diluye en el torbellino de la equivocidad, porque es destruir el ser, y necesitamos a ambos: ser y tiempo, tiempo y ser.

 

En esta variedad de temas se ve el enriquecimiento que puede dar la hermenéutica analógica, tanto en su construcción como en sus aplicaciones. Temas de su propia estructura teórica y temas relativos a su aplicación práctica. Todo esto puede resultar interesante y útil para la filosofía.

 

Hermenéutica y pedagogía

 

Ha habido aplicaciones de la hermenéutica a la pedagogía. Se han aplicado las de Apel, Habermas, Gadamer y Ricoeur. Habermas ha sido aplicado sobre todo por la escuela australiana, para disminuir el carácter impositivo de la autoridad y para dar emancipación con una interacción maestro-alumnos más centrada en el diálogo razonable.[6] En esta línea han trabajado Wilfred Carr, Stephen Kemmis, Tobin MacTaggart y Shirley Grundy.[7] Apel ha sido aplicado por Teresa Yurén y Aurora Elizondo.[8] Gadamer ha sido recuperado por la escuela inglesa de la investigación-acción, señaladamente por Lawrence Stenhouse y John Elliott. Este último acoge la idea de phronesis o hábito prudencial gadameriano para que el profesor investigue su desempeño.[9] Ricoeur ha sido menos utilizado para la pedagogía, pero merecería que se atendiera más a su hermenéutica para ello.

 

Dado que la hermenéutica enseña la interpretación de textos, mueve a interpretar como un texto la interacción educativa, de modo que el maestro tenga que interpretar a sus alumnos, para comprender sus necesidades, intereses y deseos. De este modo podrá satisfacer sus demandas más legítimas, sin que haya esa inadecuación o desfase que suele encontrarse. Asimismo, ayuda a proporcionar, adecuar o analogar los contenidos cognoscitivos del aprendizaje que en verdad les puedan servir, y, asimismo, adecuar al currículo el modo de la evaluación, ya que en la hermenéutica no manda un método uniformado, sino el objeto de estudio, que puede demandar métodos distintos, aproximaciones diferentes y evaluaciones variadas. Es, como diría Ricoeur, la interpretación de la acción significativa, considerada aquí como un texto.

 

Además, en la línea de una hermenéutica analógica, hay que buscar la proporción ─que en eso consiste la analogía─ entre lo que podemos llamar el sentido y la referencia de la enseñanza. Es decir, hay una referencia mínima que hay que transmitir, un conjunto de contenidos y temas que el alumno debe conocer, si no, estará muy falto de conocimientos y no podrá pasar exámenes o resolver problemas concretos que se le presenten. Pero también hay que dar un lugar importante al sentido, esto es, a la manera como se enseñan esos contenidos, resaltando su significado para el ser humano. Por falta de este sentido humano es que hemos hecho que disciplinas tan indispensables como la lógica y la teoría de la argumentación resulten poco significativas para nuestros alumnos.

 

También se trata de recuperar la noción clásica de virtud, que se adquiere por imitación del maestro, es decir, por el trabajo con él, ya que él es para el alumno un modelo; es la noción de paradigma, tan usada en filosofía de la ciencia, y que reviste cierta iconicidad o analogía.

 

Hermenéutica analógica aplicada a la enseñanza de la lógica

 

En primer lugar, todo depende de cómo entendamos la lógica. Si solamente como un cálculo, que nos da una técnica, o como un lenguaje, a la manera de Frege, que nos permite dar expresión formal a algo. Por eso es útil volver los ojos hacia Peirce, que veía la lógica como semiótica, con las tres partes que veía para ella, y que, con su seguidor Ch. Morris, se han llamado sintaxis, semántica y pragmática. Es muy benéfico pensar que, si se concibe la lógica con un aspecto sintáctico, se tendrá como un cálculo, como una especie de álgebra vacía, de la cual, si se aprenden las reglas de formación y de transformación, se tendrá la habilidad necesaria y suficiente para resolver los ejercicios de lógica.

 

Pero eso no basta. Peirce, que llamaba iconicidad a la analogía, daba mucha importancia a la iconicidad, la cual nos lanzaba a la semántica. Ésta tiene aspectos ontológicos, tanto, que C. U. Moulines hablaba de ontosemántica. Y la pragmática nos conduce a la psicopragmática y la sociopragmática, en las cuales tenemos que insistir en el sentido humano que tiene la lógica en el marco de los saberes.

 

Suele asociarse la semiótica con la filosofía de la lógica, si no es que casi identificársela con ella, como lo hace Ferrater Mora. Lo importante es dar elementos de filosofía de la lógica, pues son los que harán que los alumnos comprendan lo que están haciendo. Por ejemplo, el libro de filosofía de la lógica de Quine trae problemas ontológicos, epistemológicos y lingüísticos. Eso es lo que nos hace entender más lo que estamos haciendo en lógica, es lo que más puede servir al alumno para que comprenda de qué se trata, y no solamente reducirse a la sola mecanización de los ejercicios, sin saber qué esta haciendo.

 

Conclusión

 

Con esto vemos, un poco a vuelapluma, algunas aplicaciones de la hermenéutica analógica a la enseñanza de la lógica. Nos hace interpretar a nuestros alumnos, en sus necesidades y deseos, para darles el material que necesitan para poder decir que aprendieron lo fundamental de la asignatura, y también tratar de satisfacer sus legítimos deseos de comprensión y aplicación, dando espacio para explicaciones históricas, y filosóficas de la lógica. Es la parte de referencia y la parte de sentido. La que da las bases y la que da las orientaciones. Es la importancia de la filosofía de la lógica, que debe acompañar a nuestra enseñanza de la lógica, para que se entienda qué es lo que se está haciendo y no solamente cómo se está haciendo. Más allá de la técnica, la teoría, y así se formará un verdadero hábito de la lógica, que es la virtud.

 

 

 



[1] M. Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de interpretación, México: UNAM-Ítaca, 2005 (3a. ed.), pp. 187 ss.

[2] J. L. Blasco, T. Grimaltos y D. Sánchez, Signo y pensamiento, Barcelona: Ariel, 1999, pp. 81 ss.

[3] M. Beuchot, El problema de los universales, Toluca: UAEM, 1997 (2a. ed.), pp. 462 ss.

[4] M. Beuchot, Perfiles esenciales de la hermenéutica, México: UNAM, 2005 (4a. ed.), pp. 21 ss.

[5] F. X. Sánchez Hernández, La verdad y la justicia. El llamado y la respuesta en la filosofía de Emmanuel Lévinas, México: Universidad Pontificia de México, 2006, pp. 203 ss.

[6] S. Arriarán - M. Beuchot, Virtudes, valores y educación moral. Contra el paradigma neoliberal, México: UPN, 1999, p. 112.

[7] W. Carr y S. Kemmis, Teoría crítica de la enseñanza (la investigación-acción en la formación del profesor), Barcelona: Martínez Roca, 1988; S. Kemmis y T. MacTaggart, Cómo planificar la investigación-acción, Barcelona: Laertes, 1988; S. Grundy, Producto o praxis del currículum, Madrid: Morata, 1987.

[8] M. T. Yurén Camarena, Eticidad, valores sociales y educación, México: SEP-UPN, 1995, p. 79; A. Elizondo, "Hermenéutica e investigación-acción en el campo educativo", en Pedagogía, 3a. época, vol. 10, núm. 5 (Invierno, 1995), p. 81.

[9] L. Stenhouse, La investigación como base de la enseñanza, Madrid: Morata, 1987, p. 42 ss.; J. Elliott, La investigación-acción en educación, Madrid: Morata, 1994 (2a. ed.), p. 119; El cambio educativo desde la investigación-acción, Madrid: Morata, 1996, pp. 69-71.