CM (62) - Hua I 175

Zu Anfang[176] der Phänomenologie und in der Einstellung des erst Anfangenden, der eben erst die phänomenologische Reduktion als universalen Habitus konstitutiven Forschens zur Urstiftung bringt, ist das in den Blick tretende transzendentale ego zwar apodiktisch5 erfaßt, aber mit einem ganz unbestimmten Horizont, der bloß dadurch in Allgemeinheit gebunden ist, daß die Welt und alles, was ich von ihr weiß, zu bloßem Phänomen werden soll. Es fehlen also, wenn ich so anfange, alle Unterscheidungen, die erst die intentionale Auslegung schafft, und die doch, wie ich einsehe, 10wesensmäßig zu mir gehören. Vor allem fehlt also die Selbstverständigung über mein primordinales Wesen, meine Eigenheitssphäre im prägnanten Sinne, und was in ihr selbst unter dem Titel Fremderfahrung als Fremdes, als ein appräsentiertes, aber prinzipiell nicht in meiner primordinalen Sphäre selbst original Gegebenes15 und je zu Gebendes sich konstituiert. Ich muß erst das Eigene als solches auslegen, um zu verstehen, daß im Eigenen auch Nichteigenes Seinssinn bekommt, und zwar als analogisch Appräsentiertes. So verstehe ich, der Meditierende, am Anfang nicht, wie ich, da die anderen Menschen insgesamt eingeklammert sind, 20überhaupt zu Anderen und mir selbst kommen soll. Im Grunde verstehe ich auch noch nicht und erkenne es nur widerwillig an, daß ich selbst, mich als Menschen und als menschliche Person einklammernd, nun doch als ego erhalten bleiben soll. So kann ich noch nichts wissen von einer transzendentalen Intersubjektivität; 25unwillkürlich halte ich mich, das ego, für einen solus ipse, und halte alle konstitutiven Bestände, schon nachdem ich ein erstes Verständnis gewonnen habe für konstitutive Leistungen, immer noch für bloß eigene Gehalte dieses einzigen ego.
CM (62) 219 - Hua I 175

En el [176]comienzo de la fenomenología, en la actitud del principiante ---que lo primero que hace es, justo, implantar en sí la reducción fenomenológica como hábito universal de la investigación constitutiva--- el ego trascendental que entra en el campo de visión está, sí, apodícticamente captado, pero con un horizonte totalmente indeterminado ---meramente constreñido, de un modo general, a que debe convertirse en mero fenómeno el mundo y todo lo que sé de él---. Cuando empiezo, faltan, pues, todas las distinciones que sólo la exposición intencional proporciona y que, sin embargo, como veo con evidencia, me pertenecen esencialmente. De modo que falta, sobre todo, la comprensión de mí mismo por lo que hace a mi esencia primordial, a la esfera de lo mío propio en el sentido pleno y a lo que se constituye en ella misma bajo el epígrafe "experiencia de lo otro", como ajeno, como apresentado pero ni dado ni capaz nunca, por principio, de darse él mismo originalmente/220/ en mi esfera primordial. Tengo que empezar por exponer lo mío propio en cuanto tal, para entender que en lo mío propio alcanza sentido de ser también algo no mío propio (y como analógicamente apresentado). Así es como yo, el que medita, no comprendo al comienzo cómo he de llegar a otros ni a mí mismo, toda vez que los otros hombres están todos puestos entre paréntesis. En el fondo, tampoco entiendo aún y sólo a regañadientes reconozco que yo mismo, que me pongo a mí en tanto que hombre y persona humana "entre paréntesis", haya sin embargo de seguir conservándome en cuanto ego. No puedo, pues, saber aún nada de una intersubjetividad trascendental; yo, el ego, me tengo espontáneamente por solus ipse, y sigo todavía considerando a todo el acervo constitutivo ---ya una vez que he adquirido una primera inteligencia de los rendimientos constitutivos--- como contenido meramente propio de este ego único.