I1 (43) - Hua III/1 89

Es ist also ein prinzipieller Irrtum zu meinen, es komme die 20Wahrnehmung (und in ihrer Weise jede andersartige Dinganschauung) an das Ding selbst nicht heran. Dieses sei an sich und in seinem Ansich-sein uns nicht gegeben. Es gehöre zu jedem Seienden die prinzipielle Möglichkeit, es, als was es ist, schlicht anzuschauen und speziell es wahrzunehmen in einer adäquaten, 25das leibhaftige Selbst ohne jede Vermittlung durch "Erscheinungen" gebenden Wahrnehmung. Gott, das Subjekt absolut vollkommener Erkenntnis und somit auch aller möglichen adäquaten Wahrnehmung, besitze natürlich die uns endlichen Wesen versagte vom Dinge an sich selbst.

30Diese Ansicht ist aber widersinnig. In ihr liegt ja, daß zwischen Transzendentem und Immanentem kein Wesensunterschied bestehe, daß in der postulierten göttlichen Anschauung ein Raumding reelles Konstituens, also selbst ein Erlebnis wäre, mitgehörig zum göttlichen Bewußtseins- und Erlebnisstrom. Man läßt sich 35von dem Gedanken irreleiten, die Transzendenz des Dinges sei die eines Bildes oder Zeichens. Öfters wird die Bildertheorie eifrig bekämpft{79} und dafür eine Zeichentheorie substituiert. Aber die [90]eine wie die andere ist nicht nur unrichtig, sondern widersinnig. Das Raumding, das wir sehen, ist bei all seiner Transzendenz Wahrgenommenes, in seiner Leibhaftigkeit bewußtseinsmäßig Gegebenes. Es ist nicht statt seiner ein Bild oder ein Zeichen 5gegeben. Man unterschiebe nicht dem Wahrnehmen ein Zeichen- oder Bildbewußtsein.

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Es, pues, un error de principio creer que la percepción (y a su modo toda otra clase de intuición de cosas) no se acerca a la cosa misma. Esta no nos sería dada en sí ni en su ser en sí. Sería inherente a todo ente la posibilidad de principio de intuirlo, simplemente, como lo que él es, y en especial de percibirlo en una percepción en que se diese en su misma y propia persona sin intermedio alguno de "apariencias". Dios, el sujeto del conocimiento absolutamente perfecto, y por ende también de toda posible percepción adecuada, poseerá naturalmente la que a nosotros, entes finitos, nos está rehusada, la de la cosa en sí misma.

Pero esta manera de ver es un contrasentido. Implica, en efecto, que entre trascendente e inmanente no haya ninguna diferencia esencial; que en la postulada intuición divina sería una cosa espacial un ingrediente, o sea, una vivencia que formaría parte de la corriente de la conciencia o de las vivencias divinas. Quien tal cree se deja extraviar por la idea de que la trascendencia de la cosa sería la de una imagen o signo. /98/A menudo se combate celosamente la teoría de las imágenes y se la sustituye con una teoría de los signos. Pero [90]tanto la una como la otra no son sólo inexactas, sino que entrañan un contrasentido. La cosa espacial que vemos es con toda su trascendencia algo percibido, algo dado en su propia persona a la conciencia. No se da en lugar de ella una imagen o un signo. No se subrogue al percibir la conciencia del signo o de la imagen.