Aborto, Partidos Políticos y Razón Histórica
Hay problemas que abruman a
grandes sectores de la población en su vida cotidiana pero que, para desgracia
de las personas, se les reconoce como temas importantes sólo cuando los
partidos políticos los enarbolan. Tal parece ser el caso del aborto. Éste no es
ni mucho menos un tema nuevo en la vida nacional. Para decirlo de manera un
tanto brutal: no es por casualidad que ha florecido en México el negocio de los
así llamados ‘cigüeñeros’ y de toda clase de ilegales parteras oficiosas que,
entre otras cosas, ocasionan la muerte de miles de mujeres al año. No deja de
ser curioso el que en este caso no hayan sido las terribles realidades sociales
sino las controversias ideológicas lo que volvió a poner la cuestión del aborto
en el tapiz del debate nacional. La controversia se ha ido recrudeciendo. No
obstante, es menester señalar que el nivel de la discusión es en general bajo y
que asistimos a una cierta paradoja: quienes están en contra de la legalización
del aborto ofrecen con vehemencia argumentos francamente ridículos y quienes
están en favor de su no penalización nunca presentan con claridad las poderosas
razones que subyacen a su posición y que ciertamente podrían esgrimir. Es,
pues, con el ánimo de contribuir al esclarecimiento de la problemática y de
hacerla avanzar aunque sea mínimamente que nos unimos a esta acalorada
polémica.
El asunto del aborto en México es importante por razones,
específicas de nuestro país, tanto de orden social y económico como de carácter
político. Es evidente que las razones que aquí valen no necesariamente valen
por igual en todas partes del mundo. En países como China, por ejemplo, con una
población de más de mil millones de personas a las que hay que alimentar y en
la que, por lo tanto, se sigue una política poblacional severa, la cuestión del
aborto está zanjada desde el gobierno: no se puede tener más de un hijo por
pareja y quien tiene más tiene que abortar. Es, pues, comprensible que para un
dirigente chino nada habría de más absurdo que un argumento como los que suelen
ofrecer los miembros de Pro-Vida. Una manera de justificar una política como la
china es recordarle a la gente que simplemente no hay más comida para más bocas
y que el gobierno no está dispuesto a lidiar con una población de muertos de
hambre. En cambio, en países como Holanda o Canadá, en los que se hace patente
una sólida educación sexual y por consiguiente una baja tasa de natalidad, la
cuestión del aborto no se plantea en términos urgentes de vida económica y
política, sino esencialmente en términos morales, esto es, como problemas
decisión estrictamente personal. En México, el desorientado ciudadano,
bombardeado ideológicamente desde todas las perspectivas, no sabe ni cómo
plantearse el asunto. La verdad es que no sería descabellado empezar a sostener
que la cuestión del aborto debería ser contemplada ya como un asunto de
seguridad nacional. Quienes dirigen el país deberían ya plantearse qué se va
hacer cuando tengamos una población de 150 millones de personas, las cuales
corren el riesgo de seguir reproduciéndose como si la ciencia se hubiera
estancado hace cuatro siglos y no proporcionara los medios para detener la
explosión demográfica. ¿Habrá agua para todo mundo? Hay que plantearse desde
ahora interrogantes como este. Ahora bien, es evidente que el aborto por sí
solo no es ni puede ser una solución al problema de la expansión poblacional
pero es también innegable que, dadas las condiciones en las que actualmente
vivimos, forma parte del paquete de medidas de su resolución. Después de todo,
la gente tiene que vivir como se vive en nuestros tiempos y no como se vivía
hace 500 años. De ahí que si surgen problemas vitales pero el gobierno no
quiere, no puede o no sabe cómo superarlos, no hace nada para contribuir a su
solución, la gente intentará de uno u otro modo salir adelante con los
mecanismos de resolución que tenga a la mano y éstos, claro está, serán
precarios. Eso es lo que pasa con multitud de mujeres que, en las más variadas
circunstancias, quedan embarazadas y tienen que resolver su problema al margen
de una legislación médica actualizada.
Si las
estadísticas no mienten, se cometen al año en México cerca de 800,000 abortos
y, por practicarlo en condiciones deplorables de insalubridad, mueren alrededor
de decenas de miles de mujeres en edad productiva. Para el país ello constituye
un grave golpe económico. Podemos además imaginar lo terrible que pueden ser
los efectos de un deceso así para la familia de la afectada. Piénsese, verbigracia,
en el aterrador destino de párvulos que súbitamente pierden a su madre. En un
país que no se caracteriza por el respeto a los derechos de los niños, ello
tiene que ser para éstos de consecuencias desastrosas. Por lo tanto, resulta
escandaloso que algo que como el aborto acarrea consigo alteraciones económicas
y sociales de magnitudes colosales haya sido hasta hace unos cuantos días
llanamente ignorado por los legisladores y los gobernantes. En este sentido, la
irresponsabilidad política recae ciertamente sobre el partido que manejó a
México durante 70 años, esto es, el PRI. Tuvo que producirse un cambio drástico
(afortunadamente pacífico) en la
conducción del país para que el tema acaparara la atención de los
ciudadanos y de los partidos políticos. Empero, por sorprendente que sea, esto
se lo debemos no a una propuesta progresiva, científicamente fundada, inspirada
en la compasión por las implicaciones que entraña el haber sistemáticamente
ignorado tan importante asunto, sino a un movimiento reaccionario, alentado por
el hecho de haber ganado recientemente importantes posiciones políticas en la
contienda electoral nacional. Fue, en efecto, el PAN el partido que, en el
estado de Guanajuato, se sintió ya con la fuerza suficiente para mostrar parte
de su verdadero rostro ideológico y, dicho sea de paso, para retar a la
población en su conjunto. Si de lo que se trataba era de medir la reacción de
la gente, el descalabro fue innegable: más del 60 % de la población
guanajuatense que se pronunció lo hizo en contra de la propuesta panista. Si
esto acontece en Guanajuato ¿qué no pasará en prácticamente el resto del país
(con la posible excepción de Jalisco?). La respuesta es obvia: hay un clamor
masivo, nacional y, yo diría, instintivo por no dejar que los portavoces de
posiciones anquilosadas y contraproducentes vuelvan a manejar, como lo hicieron
en la Edad Media, las preferencias y las decisiones de los individuos
concernientes a cuestiones en las que lo que está en juego es su vida y su
futuro.
Muchos de los
argumentos que ofrecen quienes se pronuncian en contra de la posibilidad de
abortar presuponen ideas tenebrosas y escalofriantes. En verdad, es insensato
pretender concederle el mismo valor a una célula fertilizada que a un ser
humano, socializado, lingüistizado y productivo. La muy manida idea de
concepción es una idea típicamente primitiva, imposible de incorporar en una
visión científica del universo. Pero ¿cómo entonces podría una idea así
prevalecer frente a concepciones más novedosas y, sobre todo, útiles?. El
notorio desdén por las consecuencias prácticas de una toma de posición
prejuiciada no deja de ser alarmante: queda claro que más que la vida, por
encima de ella, muchas personas valoran sus queridas convicciones, inculcadas
cuando eran niños, y que son incapaces de entender que también esas “verdades”
están sujetas a la voracidad del tiempo. Sin embargo, como las controversias de
ética, por su propia naturaleza, se pueden extender indefinidamente sin
convencer a nadie, propongo que adoptemos en relación con el aborto un enfoque
de otra naturaleza, esto es, uno eminentemente pragmático: dejando de lado la
cuestión de la “verdad” y la “corrección”, veamos cuál de los dos grandes
códigos opuestos de conducta es prácticamente el más apropiado.
Si asumimos dogmáticamente que el aborto no debe permitirse,
estaremos aceptando que se puede mandar al mundo, en condiciones que van de lo
relativamente normal hasta lo infra-humano, a multitud de nuevos seres para los
cuales esto efectivamente será un auténtico valle de lágrimas. Estaremos, desde
luego, destruyendo o por lo menos alterando radicalmente y para siempre la vida
de grupos considerables de mujeres y hundiéndolas definitivamente en un mundo
de recriminaciones, restricciones, lamentos, carencias, problemas. Aquí es
imprescindible entender dos cosas:
a) Hay una esencial asimetría
entre ver a las seres desde el presente hacia el pasado que desde el presente
hacia el futuro. Un niño ya constituido es un ser tan valioso como cualquier
otro, pero de ello no se sigue que cuando no era todavía un niño sino tan sólo
un prospecto de ser humano tenía el mismo valor. Es por ello normal que
nuestras actitudes, nuestras emociones cambien. La falacia consiste en
identificarlos. No son lo mismo, por más que haya una transición imperceptible
de uno a otro.
b) Los embriones humanos son valiosos porque, a
diferencia de los de tigres, ballenas, orangutanes, etc., son de seres que pueden
llegar a convertirse en humanos. Pero de eso no se sigue que ya lo sean. Una
persona es algo en lo que uno se convierte, no algo que uno ya es por el mero
hecho de haber sido concebido como lo fue (suponiendo que no se es de probeta,
producto de fertilización artificial, etc.).
El código moral
que no da cabida al aborto presupone, como puede verse, errores conceptuales y,
sobre todo, no permite resolver los problemas reales que la gente tiene que
enfrentar. Si en cambio hacemos nuestro un código de conducta o una legislación
que permita el aborto, no de manera indiscriminada o fácil (para nadie es un
gusto abortar, supongo. No es algo que se haga por placer, sino para salir al
paso de una situación problemática), se evitan esos errores y permite resolver
multitud de dificultades y complicaciones inmediatas, aunque a no dudarlo
enfrentamos el gran problema de destruir un producto de nuestra especie que es
potencialmente un ser humano más. Yo creo que si la destrucción se opera cuando
el ser en cuestión ni siquiera produce su propia sangre, dicha destrucción no
puede, aunque dolorosa en más de un sentido, tener prioridad por encima de
cualquier otra consideración. En otras palabras, hay cosas más importantes en
las vidas de los humanos que eso. Por ejemplo, el sufrimiento de seres humanos
ya constituidos. Los problemas de los humanos vivos son, pienso, más dignos de
tomarse en cuenta que los problemas de los prospectos de seres humanos. Un
código moral que respete estas jerarquías es, pues, preferible.
Podemos ahora regresar al plano político y tratar de extraer
alguna conclusión general del panorama de lucha entre partidos. La honestidad
intelectual nos obliga a reconocer que, por limitado que sea, el mérito
político en esta espinosa cuestión le pertenece al PRD. En particular, hay que
aplaudir la valentía política de la Jefa del Distrito Federal. Yo diría que el
sentido común la apoya y que tiene de su lado la razón histórica. Dicho de otro
modo: quien en relación con este asunto concreto encarna los intereses
objetivos de la nación es el PRD. Queda por elaborar una legislación más
sofisticada y por desarrollar una política demográfica acorde a los tiempos, a
las necesidades obvias del país y a los recursos tecnológicos de los que se
dispone. El pueblo identifica bien a quienes luchan por aminorar sus penurias.