Coyunturas  Históricas

 

 

La semana que acaba de pasar fue una semana pletórica de eventos nacionales importantes, entre los que habría que incluir, desde luego, la toma de posesión de Vicente Fox, la visita del presidente Fidel Castro y los pronunciamientos de Marcos. Hay, además, “detalles” políticos significativos, como la actitud de los priistas durante el discurso del presidente Fox, los cuales indirectamente revelan algo importante acerca de lo que es su futuro político. Sin embargo, no consideraré el tema en este artículo, porque lo que aquí quiero es abordar el tema político que está a la orden del día, esto es, Chiapas.

 

       No estaría de más intentar elaborar una especie de mapa de lo que está pasando en Chiapas, con miras a detectar las causas de la peligrosidad de la situación. A grandes rasgos, los problemas que la conforman pueden dividirse en dos grandes grupos:

 

a)      objetivos e ineludibles

b)     en principio redundantes, pero de hecho reales y operantes

 

A su vez, los problemas objetivos pueden agruparse en:

 

a)      fundamentales, y

b)     secundarios.

 

Veamos primero, rápidamente, el grupo de los problemas objetivos. A mi modo de ver, los fundamentales en Chiapas son problemas políticos  y de justicia. Comencemos por estos últimos. Los problemas de justicia que hay que encarar son tanto de justicia distributiva como de justicia retributiva. Es evidente, supongo, que el problema mayúsculo en Chiapas es la miseria en la que viven cientos de miles de personas:  insalubridad, incultura, desnutrición, enfermedades crónicas, explotación sistemática, etc. Se tiene que establecer, por la fuerza si es necesario, un equilibrio aceptable en la sociedad chiapaneca y ello atañe no sólo a los indígenas, sino a la población en su conjunto.  Chiapas es medieval en más de un sentido. Eso es algo que urge corregir. Pero, por otra parte, en la medida en que nos las vemos con seres humanos lacerados y humillados y no con meras máquinas descompuestas, la mera inyección de fondos, creación de empleos, salarios respetables, etc., no basta: se requiere castigar, legalmente desde luego, a multitud de bandas de facinerosos, asesinos y matones que, a la manera de los Tonton Macoute, han sembrado el horror en el estado. Aquí no se trata nada más de “perdonar”. De hecho,  no se tiene derecho a perdonar por otros. En este punto Marcos tiene razón, si bien hábilmente le da un giro diferente a lo dicho por el presidente Fox. Éste habló de una amnistía general teniendo en mente primordialmente a Marcos mismo, puesto que hay una orden de aprehensión en su contra. Éste, empero, no se da por enterado y critica la amnistía, que eventualmente podría hacerse valer para los criminales de los grupos para-militares. Yo, repito, creo que en el fondo Marcos tiene razón y que no se debe amnistiar a gatilleros, aunque no es posible pasar por alto que él aprovecha la propuesta presidencial a su manera. Esto está vinculado con otro tema sobre el que regreso más abajo.  

 

Consideremos ahora los problemas fundamentales de orden político. Los básicos son el manejo del ejército y el desmantelamiento de la estructura caciquil chiapaneca. Lo primero es crucial y muy delicado. En este momento, el ejército está fuertemente ligado al poder ejecutivo y a las leyes, pero (como todo en este mundo) las cosas pueden cambiar. Es muy importante no generar un corte entre, por una parte, el ejército (institución que naturalmente tiende a manejarse de manera autónoma) y, por la otra, el gobierno y el resto del país. Por consiguiente, se tiene que manejar su retirada de modo que no queden grandes resentimientos. Esto se puede lograr, sólo que aquí intervienen otras variables, esto es, los problemas que llamé ‘redundantes’. Antes de encararlos, empero, habría que indicar cuáles son los problemas políticos secundarios. Según mi leal saber y entender, éstos son, primero, los conflictos religiosos, es decir, las encarnizadas competencias entre Iglesias y, segundo, el todavía vivo priismo chiapaneco, el cual es bastante activo y fuerte. Recuérdese que en Chiapas lo único que cambió es que el gobernador ya no es del PRI, pero todos los presidentes municipales, que son quienes realmente controlan la vida cotidiana del estado, son priistas. Es de pensarse, por lo tanto, que estarán más interesados en mantener el status quo y en bloquear toda medida que emane de otros partidos que en sanear la situación. Después de todo, tuvieron años (por no decir lustros o inclusive decenios) para hacerlo y no lo hicieron. Hay que entender esto en toda su complejidad: el priismo chiapaneco es una fuerza viva que en gran medida puede complicar todavía la política de salud pública del gobierno federal. Sin embargo, tanto los conflictos religiosos como los bloqueos de lo que dan ganas de llamar el ‘ex-partido’ son manejables y ni siquiera virtualmente representan obstáculos insuperables. Se requiere “simplemente” decisión política y mano firme. Ahora bien, parte de la inmensa complejidad del problema chiapaneco es que intervienen factores que, aunque no son esenciales a él, de todos modos es un hecho que están allí, que no se les puede ignorar y, lo que es peor, que pueden afectar seriamente los esfuerzos por resolver el conflicto. Veamos qué clase de factores tengo en mente.

 

Me refiero básicamente a cuestiones de personalidad y de retórica política. El presidente Fox todavía no está entrenado en el discurso presidencial, lo cual es desde luego comprensible y cuestión de tiempo. Él se expresa todavía como candidato de la oposición. Tiene entonces que aprender a actuar sin anunciar a los cuatro vientos sus objetivos o planes, porque eso puede muy fácilmente incomodar o indisponer a los grupos relevantes y sus proyectos pueden entonces irse a la deriva. No se entiende, por ejemplo, para qué hablar de “humanizar” el ejército. Eso es semi-absurdo, pero más importante aún: es “impolítico” y fuera de tiempo. Así, un proyecto de pacificación puede fracasar por un discurso inapropiado en el momento decisivo. El asunto es un tanto superficial pero puede no serlo y, sobre todo, puede tener consecuencias negativas imprevistas.

 

       Mucho más grave me parece el otro factor lógicamente superfluo pero fácticamente de suma importancia, a saber, el protagonismo de Marcos. Aquí es preciso distinguir dos facetas del personaje: una es la incuestionable, la histórica, a saber, la del abanderado y portavoz de una causa absolutamente justa, innegable, urgente; desafortunadamente, el personaje tiene otra faceta, que es él mismo. Marcos pelea por los indígenas y por Marcos y podemos coincidir con él en lo primero, pero eso no nos liga con lo segundo. Yo no tengo nada en contra de su caudillismo, siempre y cuando se le circunscriba debidamente; estoy de acuerdo cuando habla por los pueblos indígenas del norte de Chiapas, entre otras razones por que creo que, en general, ellos lo aceptan; pero de allí a formular un plan indigenista nacional, a pontificar por lo que es el progreso, a dictaminar lo que les conviene o no a los indígenas de todo el país (que si no se les va a convertir en mini-empresarios, que si no se les va a integrar en los procesos de globalización y demás) media un gran trecho y no hay la menor razón para aceptar lo que él a diestra y siniestra afirma. Es obvio que es un buen retórico y un hombre hábil, pero aquí el problema es que puede serlo demasiado, caer en sus propias trampas y finalmente ser perjudicial a su propia causa. Es él ahora quien pone condiciones, quien exige, promete, amenaza, etc. Esa no es su función ni su papel. Habría que decírselo: él no tiene derecho de fracasar en su misión histórica de aprovechar la actual posición oficial. Por desgracia, eso es precisamente lo que parece estar haciendo al complicar innecesariamente las negociaciones. El peligro es, pues, que su personalidad se imponga y que empiece a jugar el juego de pedir cada vez más, de declarar que todo es poco, etc., tornando así inviable cualquier solución genuina (aunque probablemente incompleta) que se proponga. Así, factores contingentes, como modos de hablar, pueden en una coyuntura especial, jugar un papel determinante y negativo.

 

       Cabe preguntar: ¿qué es la reivindicación indígena? Yo creo, esperando que no se me tache de “neo- lo que sea”, que el objetivo fundamental de la política gubernamental hacia los pueblos indígenas no es mantener el folclor, las tradiciones, los vestidos de colores, las danzas y demás. Eso es asunto, en el mejor de los casos, de los antropólogos. El objetivo fundamental del estado mexicano debe ser concederle al indígena el mismo grado de libertad del que goza el ciudadano mexicano medio. Cuando hablo de libertad no me refiero, evidentemente, a cosas como libertad electoral. Eso sería abiertamente ridículo. Me refiero más bien al horizonte de posibilidades de realización que de hecho tienen las personas. Un totonaca no puede viajar, pero no porque no le gustaría o porque no disfrutaría el viaje si alguien se lo pagara y lo llevara de paseo. No: un totonaca no puede viajar no sólo porque no tiene dinero, sino porque no tiene documentos, pasaporte, ni idea de lo que es viajar. En otras palabras, no tiene esa opción. Tampoco puede tener un ranchito (detesto la palabra ‘changarro’, que además por ser tan citadina no viene mucho a cuento), pero no porque odie los animales o la tierra, sino porque no sabe de títulos de propiedad, porque el abogado y el agente del ministerio público lo han engañado y estafado sistemáticamente. En este sentido es menos libre que cualquier habitante de, por ejemplo, San Cristóbal, el cual en principio por lo menos tiene esa opción. El indígena no sabe lo que es la radioterapia o la psico-terapia, pero no porque no quisiera que lo examinara un médico, que lo atendiera un psiquiatra, a él o a sus hijos en caso de que lo necesitaran. Lo que pasa es simplemente que no tiene acta de nacimiento, por lo que carece de cartilla del Seguro Social y, por lo tanto, no tiene esa opción de curación. El niño indígena no sabe lo que es la leche, pero ni el más radical de los folcloristas me va a convencer de que no estaría feliz si pudiera tomar un gran vaso de leche todos los días por la mañana. Desde el punto de vista de la alimentación, ese niño es menos libre que muchos otros niños porque ni siquiera tiene esa opción. Por lo tanto, lo que corresponde hacer es dotarlos de las opciones de las que se les ha privado desde siempre, porque eso es hacerlos libres y ese debe ser el proyecto nacional. El problema está cuando por encima de tan noble causa se colocan los protagonismos caudillistas, los intereses ideológicos y las ambiciones personales  (porque por asombroso que suene, hay todavía gente, de uno y otro bando, para quienes el indígena debe permanecer en el estado en que está y al que se le sustraen las posibilidades de acción y vida que acarrea la libertad). Estoy, desde luego, hablando en serio, es decir, no estoy pensando en meras posibilidades lógicas, sino en posibilidades actualizadas de elección y realización. Todo esto es lo que está en juego cuando factores inesenciales se sobreponen a los de fondo. Esto es algo que hay que denunciar y ante lo cual, independientemente de la retórica y de la demagogia politiquera que sea, hay que rechazar con toda energía.

 

       Hay más de un sentido en el que el futuro de México se juega en Chiapas. Algo de esto insinuó el presidente Fidel Castro cuando afirmó que México es un país en el que se han venido “acumulando problemas”. Nada más cierto y Chiapas es el mejor testimonio de ello (la UNAM es otro, dicho sea de paso): lo que era resoluble hace 5 años hoy ya no lo es tan fácilmente con las mismas medidas. Por ello, tienen ahora que ser más radicales. Políticamente, hay que postrarse (como en la Australia de nuestros días) ante el indígena y pedirle perdón, pero al indígena mas no a sus representantes. Con el indígena de la mano sí se podrá construir un país realmente próspero, pero es obvio que para ello también él se tiene que beneficiar, sobre todo materialmente (en un sentido amplio de la expresión) por el esfuerzo colectivo. Con el indígena a la cabeza e incorporado a la sociedad civil, el mexicano podría superar siglos de complejos y de subordinación mental, porque su mera presencia nos reivindicaría como pueblo (como el negro en Cuba). Sería eternamente vergonzoso que fueran instituciones como el ejército nacional las que imposibilitaran la transición y sería imperdonable que el gobierno y la sociedad en su conjunto cedieran frente a los miserables caciquillos de los Altos de Chiapas, contratantes de macheteros y pistoleros y con pretensiones que no tenemos por qué aceptar. Pero también hay que impedir que los oportunistas del momento hagan que se pierdan los frutos que están al alcance de la mano. Si no hay solución genuina y duradera para Chiapas, México le habrá demostrado al mundo que será siempre presa fácil, porque será siempre un país dividido, una sociedad quebrada, un país frustrado y sometido. No queremos eso. Se está en una coyuntura peligrosa. Es, pues, de esperarse que los principales protagonistas de este drama sabrán detectar, respetar y defender lo que son los intereses supremos de la nación mexicana.