(27 de Noviembre de 2000)
Dado, por una parte, el caudal de artículos de prensa y de programas de
radio y de televisión consagrados a la conformación del gabinete del nuevo presidente
de México y, por la otra, el hecho de que uno se mantiene a distancia del
quehacer y del barullo de la política cotidiana, es poco realmente lo que
podríamos nosotros decir que resultara, a los ojos de los múltiples expertos
que nos rodean, novedoso, sensacional o interesante. En la medida en que
nosotros no somos fuente de información ni estamos directamente conectados con
una, sino que somos meramente observadores críticos, lo más que podemos
hacer es reflexionar sobre la material que día a día se genera y atar cabos, a
la luz claro está de la experiencia y de nuestra visión de la realidad social.
Por ello, en este artículo me limitaré a hacer unos cuantos comentarios
generales sobre el nuevo gabinete y a dar rápidamente expresión a un par de
inquietudes un poco más específicas.
Del gabinete de Vicente Fox
se ha dicho prácticamente todo, en un sentido o en otro, y la verdad es que,
con algunas excepciones, a mí me parece todo ello sumamente precipitado. Casi
todos los juicios se fundan en exámenes de curricula (lo cual puede dar
una idea muy falseada de alguien), en orígenes sociales, en trasfondos
profesionales, en aspectos físicos, en facilidad (o dificultad) de palabra,
etc., y ciertamente algo se puede colegir de ello para construir una opinión.
Pero es claro que opiniones así no pasan de ser especulaciones excesivamente
vagas y a final de cuentas no son buenos guías. Juicios así no pueden más que
ser superficiales. Después de todo, no habría nada más ridículo que ser lombrosiano
en política. La verdad es que no se tiene derecho a catalogar a, por ejemplo,
la secretaria de Turismo qua secretaria mientras no dispongamos de datos
concretos concernientes a su actuación al frente de su dependencia. Es
perfectamente factible que una mala imagen se vea corregida por un desempeño
brillante o por lo menos digno o que el tiempo nos haga ver que el trabajo
realizado por alguien no estuvo a la altura de la excelente primera impresión
que se pudo haber tenido de persona en cuestión. Pero, además, es evidente (e
innecesario recordarlo, quizá) que en México sigue perfectamente vigente el más
acendrado de los presidencialismos, por lo que en relación con los miembros del
gabinete prácticamente todo se reduce a determinar si se trata de gente capaz
de implementar o no las decisiones, los planes, los objetivos del jefe del
gobierno. De hecho, no puedo evitar la conjetura de que este gabinete inicial
es meramente transitorio. Hay de todo: gente que responde a pactos, amigos,
gente sin duda capaz (vale la pena mencionar a este respecto a, por ejemplo, el
secretario de Salud), etc. Ellos se mantendrán en sus respectivas posiciones
mientras le funcionan al presidente de la República. Por eso, lo que en el fondo a todos incumbe e
interesa son las ideas, las concepciones políticas, los ideales de
Vicente Fox. Y eso es todavía una incógnita.
Hay, no obstante, un par de
nombramientos que inevitablemente hacen sentir escalofríos. Uno de ellos es,
evidentemente, el de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Lo inquietante del
asunto no es ni mucho menos el mal carácter del secretario o su abierto
menosprecio por el nivel cultural de los periodistas (¿o, en privado, del
pueblo mexicano en su conjunto?), sino su filiación y orientación políticas. Su
tránsito (muy oportuno) desde las filas de los partidarios o seguidores de
Cuauhtémoc Cárdenas hasta las huestes de Fox deja traslucir su pragmatismo
político. Pero hay más preocupaciones que esa. Por ejemplo, cabe especular:
¿acaso algún presidente de los últimos tiempos habría nombrado como secretario
de Relaciones Exteriores a alguien que hubiera vivido la mitad de su vida en,
digamos, Moscú? ¿Por qué entonces sí nombrar a alguien que ha vivido por lo
menos desde que terminó el bachillerato en los Estados Unidos? Aúnese a esto el
hecho de que como “intelectual” el actual secretario suscita sospechas. Su
biografía del Ché, por ejemplo, ha sido repudiada en los círculos más
progresistas de América Latina (y por más de una buena razón). Cualquiera
podría olfatear un mal olor en el ambiente y que es el de un veloz enfriamiento
en nuestras relaciones con Cuba, lo cual tendrá a corto plazo consecuencias
desastrosas para México. De hecho, ya hemos perdido posiciones ganadas con
gallardía en otros tiempos y no es equivocado sostener que el vacío que se ha
generado en el Caribe ya ha empezado a ser colmado por otros países, como por
ejemplo Venezuela. Por otra parte, el apresuramiento que el secretario ha
manifestado por concertar un encuentro con el todavía por determinarse
presidente de los Estados Unidos es para enfurecer a cualquiera y, como dicen,
da muy mala espina: ¿qué acaso ignora el señor secretario que esos encuentros
sirven, entre otras cosas, para que transmitirles verbatim a los
mandatarios mexicanos, de manera sutil o abierta, cuáles son los lineamientos a
seguir, qué no se puede hacer, qué se espera de ellos, etc., etc.? ¿No sería
mejor precisamente posponer al máximo dicho encuentro o esperar siquiera a que
los americanos lo solicitaran? ¿No debería primero venir un encuentro entre
legisladores para que entonces el presidente de México tuviera más elementos
para defenderse de toda clase de presiones? ¿Cuál es la prisa, además, por
promover un encuentro con un presidente desprestigiado de entrada, el cual muy
probablemente será duro con un país al que muchos de sus conciudadanos querrían
ver de rodillas, en aras de ganarse el respaldo de la otra mitad de su
población? La verdad es que hay signos alarmantes en este punto, pues el único
cuento que no podemos asimilar es el de que el nuevo secretario de Relaciones
Exteriores es un hombre de izquierda. El hecho de que ciertos sectores de la
prensa americana hayan calificado su nombramiento como “controvertible” (controversial)
es la mejor prueba de que están más que contentos con él. El Senado de la
República hará bien en tener los ojos abiertos y la mirada bien puesta en lo
que se hace y se deja de hacer en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Si desde diversas perspectivas
el nombramiento del secretario de Relaciones Exteriores es debatible, lo que sí
parece un error incuestionable es haber resucitado políticamente al ex-rector
de la UNAM, José Sarukhán, y haberlo incluido como uno de los super-asesores.
Ofreceré rápidamente algunas razones en virtud de las cuales me veo forzado a pensar
como lo hago.
Así como en el PRI solía
hablarse de “dinosaurios”, así también en la UNAM hay jefes de grupos de choque
académicos, grupos que se entronizan en los puestos, que manejan los
presupuestos, las políticas de la institución, etc. El ex-rector es, qué duda
cabe, uno de ellos y uno importante. Hablemos claro: hay en la UNAM todavía
algunos sarukhanistas fanáticos, a quienes la perspectiva de recobrar el poder
los estará haciendo exultar en este momento. Independientemente de los
pronunciamientos oficiales (los podemos adivinar: “la autonomía universitaria
es sagrada”, “fuera manos de la UNAM”, y así ad nauseam), el resurgimiento
de Sarukhán implicará reajustes en la UNAM, por lo que lo menos que puede
pensarse es que su nombramiento habrá de resultarle “incómodo” al actual
rector, quien (como es bien sabido) gira en una órbita que decididamente no es
la de Vicente Fox. Es, pues, de imaginar que muy pronto habrá agitación y
turbulencias en la UNAM y ello por una sencilla razón: quedará libre el camino
para el nuevo rector y es evidente que el Dr. Sarukhán querrá tener algo
qué decir al respecto. Más explícitamente: querrá imponer a su candidato. Desde
luego que sería ingenuo pensar que no encontrará buenos argumentos para ligar
su labor de asesor en el área social con lo que pase dentro de la UNAM. Se
ciernen, pues, sobre la Universidad Nacional nubes borrascosas. Sería, sin
embargo, un grave error pasar por alto que el ex-rector de hecho tuvo la oportunidad
de reformar a fondo la UNAM pero no la supo aprovechar y en cambio dejó a la Universidad
Nacional convertida en un auténtico campo de minas, las cuales (como era de
esperarse) no le estallaron a él sino a su sucesor (y, a decir verdad, a
todos nosotros, puesto que nuestras labores se interrumpieron durante un eterno
año) por razones de tiempo exclusivamente. Por otra parte, no dejan de ser sorprendentes
(y en cierto sentido hasta admirables) sus capacidades navegatorias, pues de
manera relampagueante pasó de labastidista a foxista. Esto demuestra que
es hábil pero, yo sostengo, no sólo de habilidad viven los gobiernos. En
verdad: ¿son confiables políticos así, políticos-académicos sin bandera, esto
es, gente que es muy académica con los políticos y política con los académicos?
Por mi parte, reconozco que prefiero a un Abascal claro que a un Sarukhán
mimetizante.
Es claro en qué dirección se
pretende transformar a las instituciones gubernamentales. La aspiración de la gente
que ahora las dirige y maneja no es la de generar un cambio social
transformador, profundo (ya no me atrevo ni siquiera, so pena de sonar ridículo,
a emplear la palabra ‘revolucionario’), sino simplemente la de ponerlas al día,
actualizarlas, hacerlas funcionar con la lógica del sistema, sacarlas del egiptismo
en el que las había sumergido el PRI, un partido obsoleto y paralizante del que
podemos predecir que, por lo menos así como está, es prácticamente imposible
que algún día retome el mando del país. El gobierno quedó remodelado, lo cual
le dará un nuevo impulso a sus actividades y funciones, pero dicha remodelación
hubiera sido lógicamente impensable en el marco de un gobierno priista. El PRI perdió
el poder no por falta de fuerza, sino porque entró en una competencia de
representatividad sin percatarse de que había dejado de ser representativo. Ese
partido ya no encarna las aspiraciones nacionales de nuestros tiempos. Con el
PRI en el gobierno se hubieran naturalmente producido cambios de personal, pero
hubieran seguido las mismas secretarías, los mismos esquemas, los mismos
mecanismos para tomar decisiones, etc. Hablo tan sólo de la reforma del
gobierno, no ya de la del estado, la cual supuestamente está en marcha y habrá
de desembocar en la promulgación de una nueva constitución. Algo así hubiera
sido sencillamente inimaginable con Labastida al frente del país y ello por
razones perfectamente objetivas y comprensibles. Por todo ello, e independientemente
de lo que pensemos del gabinete del nuevo presidente de México y del proyecto
de gobierno que operará en los próximos años, es innegable que el pueblo de México
tiene razones para, aunque sea momentáneamente, regocijarse con los cambios y
que no es un par de nombramientos dudosos lo que podría empañar la sonrisa de
su adusto rostro.