Involuciones Históricas
Por su propia naturaleza, los
sucesos históricos no tienen una lectura unívoca sino que están abiertos a la
interpretación. Para quien se interesa por ellos de lo que se trata, claro está,
es de proporcionar lecturas de secuencias de hechos de modo que el todo
adquiera sentido, invitarnos a concatenarlos de manera que puedan verse de
cierto modo y, así, comprenderse. Siempre habrá divergencias, pero en general
se pueden construir plataformas interpretativas si no universales por lo menos
suficientemente generales como para permitir una lectura compartida de un
período o de un personaje determinado. Hay procesos históricos, sin embargo,
tan complejos, en los que inciden tantos factores, tantas variables, que hacen
improbable que pueda hablarse de “La Interpretación”, esto es, de un único
cuadro, de una única lectura definitiva de los hechos en cuestión (dejando de
lado que la identificación misma de hechos se vuelve un problema adicional). En
casos así, a lo más que podemos aspirar es quizá a un avance gradual en la
dirección de la comprensión, a ir paulatinamente atando cabos, a conectar
eventos, sin olvidar nunca que muy probablemente nuestro panorama será borroso
y susceptible siempre de ser afinado y de incorporar en él nuevos datos que
vendrán a alterar su comprensión. Tal me parece ser el problema del Medio
Oriente. Por ello, creo que una labor colectiva, abierta, honesta, seria de lo
que allí está pasando es más que un pasatiempo un requerimiento intelectual y
académico al que debemos abocarnos. El drama que allá se desarrolla es
demasiado violento, de una brutalidad inaceptable y en parte lo que lo alimenta
es (además de los intereses objetivos, evidentemente) la confusión y la falta
de análisis. Para frenarlas se requiere poder hablar con libertad y con
claridad. Y creo que todos deberíamos interesarnos en el tema, porque de uno u
otro modo éste nos atañe (“Nada humano nos puede ser indiferente”), tratando de
cooperar con ideas, entre otras cosas porque no queremos ya seguir siendo
testigos mudos de masacres de niños, como Mohammed al Durah. Podría tal vez
sostenerse a priori que causas que requieran del asesinato de niños
indefensos no pueden ser buenas y, naturalmente, no serán compartidas por la
población mundial, pero en este caso lo que hay que hacer es “ir a los hechos”,
no meramente hablar en abstracto. Tenemos, pues, que preguntarnos: ¿qué pasa en
el Medio Oriente? Mi conjetura es que una condición sine qua non para
entender lo que está aconteciendo es disponer de una perspectiva histórica más
o menos clara. Hagamos, pues, sin pretender ni mucho menos entrar en detalles,
un poquito de reconstrucción histórica.
Como
se sabe, en el año 70 de nuestra era las legiones romanas entraron a saco en
Jerusalem, destruyeron el Templo y forzaron a la población a disgregarse a lo
largo y ancho del imperio. Se formó entonces la Diáspora, que no es otra cosa
que el pueblo judío (si lo consideramos desde el punto de vista de la religión)
o hebreo (si lo vemos desde una perspectiva étnica) diseminado por el mundo.
Ahora bien ¿qué era el mundo de aquel entonces? Básicamente, la cuenca del
Mediterráneo y las tierras de Europa controladas por Roma. Con el paso de los
siglos, encontramos importantes comunidades judías un poco en todas partes,
pero las más representativas se instalaron más que a lo largo del litoral
africano en Europa Oriental (Polonia, Lituania, Rusia) y en Europa Occidental
(Francia, Inglaterra, Alemania, España, etc.). De hecho, se conformaron dos
grandes grupos judíos, conocidos como Azhkenazies y Sefarditas, unidos claro
está por el cemento de la religión. Ya para entonces se habían empezado a
gestar para los grupos judíos problemas graves y ello por distintas razones. En
marcado contraste con las comunidades judías dispersas en Marruecos, Egipto,
Turquía, etc., las comunidades judías europeas, en un principio por razones
sobre todo de orden religioso y posteriormente de orden económico, se vieron
hostigadas y mal tratadas por las poblaciones cristianas (básica pero no
únicamente católicas) de los países en donde ellos se habían instalado. No
obstante, dichas comunidades aprendieron a desarrollar un fuerte espíritu de
sobrevivencia y muchos de sus miembros (desde luego no todos) lograron poco a
poco incrustarse bien en los mecanismos de la vida económica de los países en
los que habitaban. Esto generó contradicciones sociales grotescas: por un lado
había importantes (tanto en número como económicamente) comunidades judías que,
por razones perfectamente normales y comprensibles, mantenían en lo que de
hecho eran situaciones de adversidad sus tradiciones, su lengua y desde luego
su religión, pero al mismo tiempo eran seres humanos discriminados y
hostigados. Como no se les reconocía como ciudadanos legítimos de sus
respectivos países, no tenían multitud de derechos de los que otros sí gozaban
y, por lo tanto, como tenían que resolver sus problemas de alguna manera, se
regían por las leyes del Talmud, libro sagrado e interpretado por los rabinos,
los cuales obviamente constituían un grupo social decisivo al interior de las
comunidades judías. Esta absurda situación duró formalmente hasta el siglo XIX.
O sea que durante alrededor de 15 siglos las poblaciones judías fueron objeto
de animadversión, hostilidad, rechazo y odio por parte de los habitantes
cristianos (católicos, protestantes y ortodoxos) de los países en donde
radicaban. En otras palabras, lo que se conoce como ‘antisemitismo’ es
un fenómeno esencialmente cristiano y europeo. Si por ‘progrom’
vamos a entender además del linchamiento el hostigamiento, la pérdida de
derechos, etc., de personas (las más de las veces inocentes) de origen judío,
entonces claramente el último gran progrom fue el organizado por el gobierno
alemán prácticamente desde febrero de 1933. Por lo anterior, yo soy de la
opinión de que, dado que formamos parte de una cultura que incorpora como un
elemento importante de ella el anti-semitismo, las personas de ideas liberales
y de buena voluntad tienen que ser pro-semitas. En este sentido, hay
incuestionablemente una deuda con el pueblo judío. Empero, el asunto tiene
otras facetas también.
Curiosamente,
una de las más importantes consecuencias de la derrota de Alemania en 1945 fue
ni más ni menos que la creación del estado de Israel, proceso en el cual (dicho
sea de paso) Stalin jugó un papel preponderante. Esto es crucial porque en
cierto sentido marca el fin histórico de la sujeción judía. Así, estamos en
posición de afirmar que, en un sentido serio, el anti-semitismo es, como
fenómeno social, asunto del pasado. Siempre habrá desde luego alguno que otro
desorientado que pretenda revivir prácticas pulverizadas por la historia, pero
ello será abiertamente ridículo (además de vergonzoso e inaceptable).
Ciertamente no podría hablarse de anti-semitismo en relación con la Unión
Soviética, a la que en Occidente a menudo se acusaba de desarrollar políticas
anti-semitas, puesto que es bien sabido que en aquel país por lo menos la mitad
de su “inteligencia” (artistas, físicos, ingenieros, biólogos, astrónomos,
etc.) eran (como se decía en la URSS) “hebreos”. La confrontación política de
las superpotencias, en la que se recurría a todo salvo al armamento nuclear, no
debería confundirnos a este respecto. Y precisamente es en conexión con una de
las superpotencias que de alguna manera surge un nuevo factor en la historia
del judaísmo y el cual es decisivo para entender lo que está pasando en el
Medio Oriente. En efecto, en contraposición a los grupos Azhkenazi y Sefardita,
parecería que puede hablarse de un nuevo grupo judío, a saber, el judío
americano. Éste es claramente diferente: nunca vivió persecuciones como sus
antepasados europeos, siempre ha sido enormemente exitoso, es un grupo judío
por así llamarlo ‘joven’, que sabe sólo de oídas lo que es ser perseguido,
atormentado, expulsado. Pero es precisamente ese grupo que es no ya
perseguido sino imperialista el que mayor influencia tiene en la política de
Israel, a la que de hecho monitorea. Esta poderosísima comunidad judía, aliada
históricamente al partido demócrata, ya no está vinculada sentimentalmente ni
con árabes, ni con polacos, ni con españoles, etc., con quienes nunca convivió.
Está vinculada exclusivamente con Israel (y con los Estados Unidos,
naturalmente), pero exclusivamente desde una perspectiva de conquista, de
imposición y, desde luego, de justificación total de los crímenes cometidos en
contra de la población árabe. Y aquí es donde el panorama se vuelve borroso,
por no decir incomprensible, por la sencilla razón de que es obvio que están
conjugadas tendencias radicalmente opuestas. Esto tiene que quedar claro.
Hay
por un lado la innegable historia de un pueblo sojuzgado, a saber, el judío, y,
por la otra, la voluntad de dominio y expansión de lo que con mucho es la
comunidad más fuerte e influyente de la Diáspora (por no decir del mundo), esto
es, la comunidad judía americana, que hace ahora su aparición en la historia en
condiciones de supremacía, con actitudes abiertamente beligerantes y
segregacionistas y, desafortunadamente, al parecer también sin haber
interiorizado debidamente las lecciones que el sufrimiento de su propio pueblo
debería haberles enseñado (o mejor dicho usando cínicamente el pasado para
justificar su inenarrable violencia actual). Es indemostrable, pero podría
imaginarse que la política de Israel sería diferente si los núcleos judíos en
el extranjero que lo sostuvieran fueran, por ejemplo, de Rusia o de Alemania.
Estas diferencias de óptica se sienten en el mismo Israel. Al pueblo judío ciertamente
lo une la tradición anti-semita, pero lo cierto es que en nombre de dicha
tradición los judíos que nunca la padecieron implementan una política
igualmente bestial en contra de otros, en particular de los palestinos (que,
por cierto, también son semitas, por lo que ahora nos encontramos con prácticas
anti-semitas realizadas por los mismos judíos). De hecho son los judíos que sí
saben en carne propia lo que es la emigración, la persecución, el ghetto,
quienes más se indignan y protestan por las prácticas militares israelitas.
Recientemente, por ejemplo, un tal Finkelstein de Nueva York hizo declaraciones
contundentes en este sentido. Así, parecería que es una cierta miopía histórica
lo que promueve, sin arrepentimientos, sin dolor, sin compasión, sacrificios
humanos modernos como el del niño acribillado en los brazos de su padre (uno
entre tantos). Eso no es aceptable por nadie que no esté de entrada cegado por
un odio impersonal que todo justifica. El sionismo como búsqueda de una patria
para un pueblo diseminado es un movimiento legítimo pero que ya alcanzó sus
objetivos, en tanto que el sionismo como una política imperialista es
inaceptable. De ahí que la posición correcta para quienes no estamos
directamente involucrados en el conflicto del Medio Oriente sea a final de
cuentas la de pro-semita-anti-sionista.
Así
contempladas las cosas, entendemos mejor mucho de lo que pasa y estamos en
posición de evitar tretas demagógicas. Rechazar el terrorismo de estado israelí
no es ser anti-semita. Tan indignante era la situación de desventaja que
frente al católico padecía la familia judía en, verbigracia, Riga hace 400 años
como la que padece ahora la familia palestina frente al soldado israelí, el
cual es, por razones implícitas en lo que se ha dicho, un soldado ideológico y
que, por lo tanto, no conoce límites. La política del gobierno de Israel es una
política fundamentalista apoyada desde Washington y dirigida por la comunidad
judía americana, pero dicha política, de expansión y abuso, no es la que
corresponde a un pueblo que ha sufrido como en el pasado sufrió el pueblo
judío. Desde luego que masacrar niños israelitas será siempre igualmente
condenable e inaceptable. Israel es un país que el mundo árabe, como el resto
del mundo, de hecho ya reconoce y cuya existencia no tiene el menor sentido
cuestionar. Pero la inversa también vale: el Estado de Palestina es una realidad histórica,
quiérase o no. No conduce a nada, por lo tanto, empecinarse en concentrar a la
población palestina en barracas, quitarle el agua, impedir su educación,
comercio, etc. En este momento sin lugar a dudas, ante la desproporcionada
lucha que se da entre armas de alta tecnología y piedras, la simpatía del mundo
está con los palestinos, aunque amplios sectores de la prensa occidental pretendan
hacer creer lo contrario. Es de esperarse por consiguiente que, para no
mancharse más de sangre y para dejar ya de sembrar odios eternos, los
todopoderosos del momento revisarán su historia, recordarán su propio pasado,
tendrán siquiera un momento de duda e instrumentarán en concordancia una
política que pueda ganarles el genuino respaldo del mundo y la aprobación de la
historia.