Justicia a la Mexicana (II)
(9 de octubre de 2000)
No es mi objetivo en estas líneas ni ocuparme de prevaricación ni
externar inútiles lamentos o quejas por hechos consumados. El interés
fundamental del caso narrado en el artículo anterior radica tan sólo en su significación
y en sus implicaciones. Lo que es importante es diagnosticarlo desde la
perspectiva más impersonal posible. La pregunta que debemos hacernos, por lo
tanto, es: ¿cómo entender lo que pasó? ¿Es el caso explicable o comprensible
como resultado de un mero capricho de una funcionaria universitaria?
Desafortunadamente, creo que no. Pienso que la actuación arbitraria e
injustificable de la ex–directora (sería interesante saber, por ejemplo, cómo
se habría conducido ella si en lugar de victimaria hubiera sido
la víctima) y sus allegados constituye tan sólo un eslabón en una compleja
cadena explicativa, es tan sólo una expresión de un cáncer institucional que
propicia o por lo menos permite la gestación de situaciones que podríamos
llamar “de iniquidad”. La psique y la moralidad de las personas involucradas
son, desde luego, elementos necesarios para dar cuenta de la situación
descrita, pero ciertamente no son suficientes. A final de cuentas, los
personajes de la historieta en la que me vi enredado actúan en un contexto
determinado y al parecer no saben hacerlo más que de conformidad con las reglas
no escritas prevalecientes. Es el marco por éstas constituido lo que, en última
instancia, nos da la clave para entender cabalmente el problema. Éste es grave,
pues es menester admitir que mi caso es único sólo en su especificidad, mas no
en su género. Sin embargo, no voy a tomar como pretexto mi caso para dar a
conocer mi posición sobre la universidad en su conjunto. Más bien quiero, en
lugar de aludir a hechos, fechas, nombres, etc., presentarlo someramente desde
un punto de vista más íntimo. Por ello, frente a las esperadas
reacciones de odio y los proyectos semi-siniestros que sin duda ya estarán
fraguándose en mi contra en este momento, considero pertinente hacer unas
últimas aclaraciones.
A) Intenciones
Es obvio que la defensa firme de principios o derechos inobjetables no
puede automáticamente identificarse con el deseo de perjudicar a otra persona.
Mi inconformidad con la situación que se gestó en el Instituto se debió a una
desviación respecto de lo que es el uso legítimo del poder confiado a diversas
personas. Sin embargo, aunque no tengo la menor necesidad de proclamarlo, sí
quiero enfatizar que en todo este proceso nada hay más alejado de mí que el
deseo de empañar la brillante carrera académico-administrativa de la Dra.
Hansberg. Mi protesta brotó como reacción a una acción dolosa; nunca
estuvo motivada por alguna clase de animadversión hacia ella (que, dicho sea
con toda franqueza, no siento). A ella en lo personal, le deseo todo el éxito
por el que se esfuerza y que, quizá, merece. Y eso es todo lo que respecto a
mis intenciones se puede decir.
B) Motivaciones
Si bien el trasfondo de la confrontación siempre fue, por lo menos
desde mi perspectiva, de orden básicamente laboral, es evidente que yo en lo
personal fui afectado. Pero ¿cómo viví yo esta ofensa? ¿Se lo habrá siquiera
preguntado alguna vez la Dra. Hansberg? Lo voy a aclarar aquí sin dar lugar a
ambigüedades: como cualquier otra persona, puedo sentirme orgulloso de algo en
la vida y este algo para mí son mi trabajo y mis apellidos, a los que
estrechamente vinculo. Toda mi labor, independientemente del valor que se le
quiera conferir, ha estado inspirada por la imagen de mi padre y, muy
especialmente, por la de mi ilustre abuelo, el Lic. Narciso Bassols. Lo que me
llevó a enfrentarme a la ex-directora (y lo hubiera hecho contra cualquiera)
fue que, al adscribirme a la fuerza una traducción que no se ajusta a lo
que son mis cánones y criterios de calidad, estaba manchando mis
apellidos y, por ende, mi persona. No obstante, y por decirlo de una manera
fácil, no es por “Alejandro” por quien peleo, sino por “Tomasini Bassols”. Con
todo el respeto que me merece, dudo mucho que la Dra. Hansberg tenga siquiera
idea de lo que significa ‘Bassols’ para la historia y los sectores más
progresistas de este país y muy probablemente por ello nunca entendió mi
“atrevimiento”. Permítaseme, para dar una idea de qué me impulsa en todo este
asunto, reproducir verbatim las palabras que pronunciara otro gran
mexicano y universitario, el Mtro. Don Jesús Silva Herzog, en lo que, si no me
equivoco, fue el tercer aniversario luctuoso de la muerte de mi abuelo.
Notoriamente emocionado, Don Jesús concluyó su alocución diciendo: “Porque
hasta los nietos de los enemigos de este hombre vendrán a poner flores a esta
humilde tumba”. Tenía yo 9 años y desde entonces llevo grabadas esas palabras.
Era, pues, imposible que la imposición por la fuerza de mis apellidos al frente
de una mediocre traducción realizada por un neófito no representara para mí un
serio atentado a uno de mis valores más respetados. A muchos les podrá parecer
esto enteramente banal, pero según yo no tenía el derecho de quedarme callado,
pasivamente acatando decisiones a todas luces reprobables. En todo caso, por
primera y última vez hago pública lo que fue mi más profunda e intensa
motivación para actuar como lo he venido haciendo.
C) Conclusiones
Con esto termino de hablar acerca de este tema. Hay muchos
otros, objetivamente más interesantes e importantes, que requieren esfuerzo,
tiempo, reflexión, evaluación. Empero, no puedo simplemente claudicar, doblar
la cerviz y someterme. Sin embargo, tampoco me dejaré envolver en las tinieblas
de la intriga palaciega, los golpes bajos, las amenazas, las actitudes
inamistosas o los dimes y diretes de los serviles que nunca faltan, así como
tampoco pienso dejarme tranquilamente convertir de acusador en acusado. Por lo
pronto, el libro de traducción tergiversada está ya al alcance del público y al
parecer las ventas no son malas. Creo, por consiguiente, tener el derecho de
actuar como mejor convenga a mis intereses académicos (y a través de
ellos, a los personales), que son lo único para mí digno de ser tomado en
cuenta. Desde luego que tendré que anunciar, dentro y fuera de México, que no
soy el responsable de los errores que contiene la traducción que ahora
alegremente circula. Por ello, hasta el C. Presidente de la República está
enterado de tan nefando suceso académico. Paradójicamente, por consiguiente,
habré de ser yo quien se vea en la desagradable necesidad de difundir la
victoria legal de quien, sin yo merecerlo, de manera completamente gratuita, me
causó un daño. Y ya con el tiempo la gente que se entere de lo que realmente
sucedió estará por fin en posición de emitir respecto a este penoso asunto el
verdadero juicio final.