Abelardo Villegas Maldonado

(9 de julio de 2001)

 

Atónito me quedé ayer domingo por la mañana al empezar a leer el periódico y enterarme de la muerte, acaecida en Finlandia, de un hombre con quien mantuve una relación formal, seria, no de gran intimidad pero cordial y a quien, desde que hace exactamente 29 años fuera mi maestro en la clase de “Introducción a la Filosofía”, tuve siempre en respeto: el Doctor Abelardo Villegas Maldonado. Quienes me conocen saben que no soy proclive a las loas ni a los panegíricos, por lo que si en esta ocasión, como pretendo hacerlo, me pronuncio favorablemente sobre alguien es porque realmente me siento justificado en hacerlo. Estas palabras, por lo tanto, no tienen otro objetivo que el de ser un testimonio respetuoso y sentido por el fallecimiento de quien podemos afirmar (entre otras cosas) algo que ciertamente no podemos decir de muchos otros personajes de nuestro medio académico, a saber, que fue un hombre bueno.

 

      Abelardo Villegas fue mi maestro durante el primer año de la carrera de filosofía. Yo en general era muy puntual y formal en mis estudios, pero si hubiera habido alguna clase a la que nunca habría faltado, esa habría sido la de Villegas. Sus exposiciones eran siempre amenas, incrustadas de observaciones graciosas, nunca maliciosas. Con él vimos a lo largo de lo que fue mi primer año de la carrera toda una gama de textos, porque su objetivo era evitar hasta donde fuera factible inducir a los alumnos a pensar en una dirección determinada. Así, leímos, comentamos y presentamos trabajos sobre un texto de E. Nicol, uno de Mao sobre la contradicción, los primeros capítulos del libro de Bertrand Russell Los Problemas de la Filosofía y un texto de E. Fischer, Lo que Verdaderamente dijo Marx. Tan fue significativa su clase para mí que posteriormente escribí mis tres tesis por los tres grados que tengo precisamente sobre Bertrand Russell. A Abelardo Villegas, por lo tanto, y a nadie más le debo que me haya abierto mi camino en filosofía.

 

      Nunca más volví a tomar clases con el Dr. Villegas, pero me volví a encontrar con él por otros motivos, muchos años después. En el ínterin fue director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, labor que se le complicó por los problemas de salud que desde entonces lo aquejaban. Ocupó posteriormente otros puestos importantes en la UNAM, pero fue como director de la UDUAL (Unión de Universidades de América Latina) que reanudé mi relación con él. Sobre este asunto regresaré un poco más abajo.

 

      La obra de Villegas es considerable y desde luego superior, tanto cuantitativa como cualitativamente, a la de algunos otros sobre-laureados de nuestro medio “académico”. Dos grandes temas acapararon la atención de Abelardo Villegas: la filosofía de lo mexicano y la filosofía política. Sus libros responden a eso que eran intereses dominantes de la época. Quizá no podamos estar de acuerdo con todo lo que él sostuvo, pero eso es algo que no es ni factible ni deseable ni algo que él mismo hubiera esperado. Uno de los rasgos que más me gustan de la personalidad de Villegas es justamente que él no estaba en pos de seguidores irracionales. Así, nosotros intercambiamos publicaciones y él mismo me ofreció uno de sus libros para que lo reseñara. Mi reseña de Arar en el Mar, un pequeño libro de filosofía política sobre América Latina que da qué pensar, apareció en el número 59 de Cuadernos Americanos. No falto a la verdad cuando afirmo que Villegas quedó complacido.

 

      Fue a raíz de esos esporádicos pero fructíferos encuentros que se planteó la posibilidad de mi postulación para la presidencia de la Asociación Filosófica de México. Me es muy gratificante decir ahora a los cuatro vientos que si hubo alguien que a mí me apoyo fue precisamente el Dr. Villegas. Él me propuso en la asamblea, durante la cual se llevó a cabo la votación, una votación amañada, plagada de irregularidades y de la que puedo decir que yo gané y yo perdí por no más de un par de votos. Yo la gané porque quienes votaron por mí votaron por mí, en tanto que muchos de quienes votaron en favor de mi rival (incluidas personas que ya ni siquiera eran miembros de la Asociación, como una ex-becaria del Instituto de Investigaciones Filosóficas) votaron contra mí. Hubo, entre otras cosas, una campaña en mi contra porque yo me había atrevido a defender la pena de muerte para quienes asesinaran a niños. En todo caso, e independientemente de las vicisitudes del proceso, es mi deber reconocer la lealtad, la franqueza, el apoyo moral que yo recibí del Dr. Abelardo Villegas. Y es porque le estoy sinceramente agradecido que escribo estas líneas.

 

      Yo estaba enterado de que el Dr. Villegas tenía ciertas dolencias, pero por haberme topado con él recientemente y haberlo saludado nunca habría podido imaginar que su situación era tan delicada. De haberlo sabido ... Pero nos quedan recuerdos gratos y, sobre todo, su obra. Había algo muy agradable, algo de muy fresco en la personalidad de Abelardo Villegas. Distaba mucho de pertenecer al gremio de los petulantes, los engreídos, los charlatanes que han venido a representar la perdición del medio filosófico nacional. A diferencia de muchos así, él se tomaba en serio los problemas que abordara. Eso es valioso. Por eso, podemos estar seguros, y regocijarnos con la idea, de que en el futuro sus trabajos hablarán por él mucho más elocuentemente de lo que supo hacerlo su sencilla persona. Descanse en Paz.