Alternativas Latinoamericanas

(17 de diciembre de 2001)

 

Una de las cosas más tristemente cómicas en el panorama latinoamericano (y, a decir verdad, mundial) es la constatación de que algunas de las más trilladas “críticas” que tanto “intelectuales” como políticos y hasta periodistas solían hacerle al marxismo se les aplica ahora precisamente a ellos, lo cual pone de manifiesto su fundamental incoherencia y fragilidad teórica. En efecto, solía acusarse entre otras cosas al marxismo de que, de acuerdo con la teoría materialista de la historia, los individuos no eran más que meros muñecos sometidos a las fuerzas económicas de la sociedad, a los vaivenes de los conflictos entre relaciones sociales y fuerzas productivas. Frente a este verdadero hombre de paja que durante décadas toda una multitud de politólogos, economistas y toda clase de pensadores reaccionarios y anti-progresistas se dedicó a construir, se exaltaba en tono solemne el valor de la libertad humana, el papel del individuo en la historia y se le defendía de lo que era presentado como una degradación ontológica del ser humano. Curiosamente, sin embargo, ahora que a nivel global la confrontación práctica con los sistemas de vida que de uno u otro modo estaban vinculados al marxismo está terminada (digo ‘práctica’ porque estoy convencido de que los fundamentos teóricos, los principios más generales de la filosofía de gente como Friedman, los “Chicago Boys” y demás apologistas del capitalismo internacionalizado, son fantásticamente endebles), resulta que quienes realmente adoptan la concepción mecanicista y semi-absurda del hombre y la sociedad que injustamente se le atribuyó al marxismo son precisamente quienes eran sus más acérrimos críticos. Todo lo que se requirió para caer en su propia trampa fue un cierto cambio terminológico. Lo que ahora se ha vuelto sacrosanto, aquello que aparentemente no se puede cuestionar, aquello a lo que todos estamos sometidos, es el “mercado”. Todos estamos sujetos a sus inexorables “leyes” (nunca enunciadas, desde luego, dejando de lado las trivialidades que los economicistas pretenden hacer pasar por leyes naturales), nadie escapa a su influjo. Que la noción de mercado es una noción que se presta a un empleo espurio, pseudo-científico, una noción para la cual no se tienen criterios claros de aplicación, es algo demasiado obvio como para tener que discutirlo. Lo que para nosotros debe quedar claro es que, desde esta nueva “concepción”, los individuos están completamente inermes frente a eso que se denomina ‘mercado’, no son más que sus peones. De acuerdo con los actuales justificadores del sistema, el mercado nos robó nuestra libertad o por lo menos le fijó a ésta límites intolerablemente estrechos (y desde luego incompatibles con una visión libertaria del ser humano). No es mi objetivo aquí realizar un análisis del muy complejo concepto de mercado. Lo que en cambio de manera breve sí me importa examinar son las reacciones de los gobiernos y los pueblos, en especial los de América Latina, frente a este esclavizador semi-dios, creado claro está por los ideólogos del sistema.

 

      Siempre es sano tener como punto de partida una verdad tan elemental que nadie sienta deseos de cuestionarla. La mía es la siguiente: el dichoso “mercado” (o en su nombre) ha llevado a las economías latinoamericanas al desastre, a la bancarrota; socialmente ha tenido para el continente los efectos más dañinos de toda su historia (lo cual no es poco decir). Ahora más que nunca estamos plagados de muertos de hambre, de desamparados, de seres humanos a los que de entrada se les mutila, pues se les cancela posibilidades de desarrollo y florecimiento. El famoso “mercado” ha servido para expoliar a nuestros países, para arrebatarles sus materias primas, para robarse a sus “cerebros”, para esclavizarlos con una eterna e impagable deuda externa (para hablar de esto existe la muy útil expresión ‘mercado de dinero’), para convertir a sus poblaciones en siervos cautivos, en individuos de segunda clase (por lo menos). Creo, pues, que vamos por buen camino, puesto que supongo que nadie querría disputar la verdad de nuestra premisa.

 

      Gracias, pues, al “mercado”, el mundo en general pero América Latina en particular está viviendo una formidable crisis, llámesele ‘recesión’, ‘estancamiento’ o como se le quiera bautizar, una crisis que los estrategas del sistema intentan a toda costa resolver mediante guerras. Mucho me temo que el fácil expediente de la guerra pronto dejará de ser una solución viable para la superación de las crisis del mercado. En realidad a lo que estamos asistiendo es a las primeras convulsiones del sistema mercantil mundial, convulsiones que no podían generarse mientras dicho sistema no imperara a lo largo y ancho del planeta. Es evidente que, tarde o temprano, algo tendrá que reemplazar al supuestamente omnipotente mercado como mecanismo de generación y distribución de riqueza (si, claro está, antes el planeta mismo no queda completamente agotado, porque esa es otra de las virtudes del mercado: la explotación y la destrucción demoníacas de la naturaleza). Lo que, sin embargo, para nuestros propósitos es digno de ser examinado es la “actitud” de los gobiernos frente a los mercados. Grosso modo, la situación es la siguiente: hasta ahora los gobernantes de los diferentes países latinoamericanos (con excepciones, como siempre) no han sabido hacer otra cosa que ajustar la política a las supuestas “leyes del mercado”, pero como la crisis actual rebasa al mercado mismo, es natural que algunos gobernantes empiecen a entender que la superación de la crisis no consiste ya en “más mercado”, sino en el control del mercado. Lo que se necesita son políticas anti-pauperización y políticas así tienen que significar limitaciones considerables para el dizque mercado libre, siendo el mercado como todo mundo entiende lo más manipulable del mundo. Desafortunadamente, no todos los gobernantes son estadistas con visión. Hay todavía algunos empecinados en seguir haciendo el juego político precisamente en concordancia con procedimientos y mecanismos de mercado, que son los que han llevado al fracaso a sus países.

 

      Para ilustrar lo anterior, quiero velozmente contrastar dos países, a saber, Argentina y Venezuela. La crisis latinoamericana es básicamente la misma, si bien reviste formas diferentes por las peculiaridades de los países. Argentina, por ejemplo, no tiene el petróleo de Venezuela y ésta no tiene la producción de cárnicos de Argentina. No pueden entonces presentar el mismo cuadro. Obviamente, por lo tanto, habrá entre dichos países diferencias sustanciales, pero ello no anula la idea de que, consideradas de la manera más abstracta o general posible, sus situaciones son básica o estructuralmente similares: en ambos países hay problemas de deuda externa, de corrupción, disparidades sociales cada vez más marcadas, pobreza, violencia, etc. Lo interesante del asunto, sin embargo, es que Argentina y Venezuela son en este momento países conducidos por gente con perspectivas completamente diferentes. A Argentina la manejan los especuladores financieros, los lacayos del Fondo Monetario Internacional, los partidarios de la dolarización a ultranza; Venezuela, en cambio, es dirigida por lo que podríamos calificar como un ‘militar progresista’. Así como hay lo que antaño se denominaban “gorilas” (militares de derecha, represores de sus respectivos pueblos), así también puede haber militares que, si no de izquierda por lo menos, como ya dije, progresistas, los cuales inevitablemente tenderán a reprimir, sólo que sus blancos serán en primer término los cada vez más minúsculos grupos privilegiados. Rara vez son los militares revolucionarios y Chávez ciertamente no lo es, pero lo interesante del asunto es que se trata de un gobernante que ya se quitó de los ojos la venda del “mercado”. Esto explica su actual reforma agraria, su apoyo a las cooperativas pesqueras, su reactivación del sector primario, su esfuerzo por disminuir la producción mundial de petróleo (producción forzada por los americanos, la cual obviamente por las leyes de la compra-venta abarata el producto), etc.  A Chávez por lo menos ya le quedó claro que si se deja el todo de la economía de su país en manos del “mercado”, Venezuela está perdida. Lo que  es increíble es que prácticamente nadie en Argentina se haya sensibilizado frente al peligro que se le hace correr a su país por no haber detectado algo tan elemental como eso.

 

      La política económica Argentina es en verdad desconcertante. Se están tomando todas las medidas que sirven para reforzar la crisis! La dolarización y la no devaluación están matando al país y, por increíble que suene, eso es precisamente en lo que el gobierno argentino está más empeñado. ¿Qué sentido tiene hacer por la fuerza (¿por qué no se deja operar aquí libremente al “mercado”?) que el peso argentino valga un dólar? Qué bien que la moneda argentina valga eso, qué honor, pero ¿cambia ello en algo la situación del obrero, del empleado, del maestro, de la ama de casa argentinos? ¿Comen mejor, se visten mejor, se educan mejor los argentinos por ello? Naturalmente que no. Desde luego que nos enteraremos de que allá en Argentina un obrero gana en dólares, pero lo que no se nos dirá es que mientras un obrero americano gana 8 dólares por hora, el obrero argentino estará ganando uno o dos. ¿Qué se gana con semejante paridad? Económicamente nada y en realidad la pose económica le cuesta mucho al pueblo argentino. Por ejemplo, en este momento los argentinos no pueden ni siquiera retirar su propio dinero de los bancos: mil pesos (o dólares, si se prefiere) al mes es todo a lo que tienen acceso de sus propias cuentas, de sus ahorros. Ahora bien, lo que es importante entender es que las decisiones económicas del gobierno argentino responden antes que a requerimientos de un “mercado” a una política que indica sin ambigüedades que Argentina no se rebelará en contra del status quo financiero internacional.  No importa si el país se hunde: Argentina, inclusive en contra de la voluntad de su ciudadanos, seguirá siendo fiel al “mercado”. En verdad, hay un sentido en el que podemos decir que el gobierno argentino le vendió su alma al diablo.

 

 

      Venezuela representa en este momento una opción drásticamente diferente. Aquí el gobierno está decidido a anteponer el bienestar social a las regulaciones de un mercado que siempre es manejado por otros, evidentemente en su beneficio. Lo que los gobernantes latinoamericanos tienen que llevar al plano de la conciencia es que el mercado es un instrumento, no un fin en sí mismo ni un sistema de regulaciones que funcione por sí mismo. El mercado es siempre puesto a funcionar para algo y ese algo lo determinan los humanos o, mejor dicho, un pequeño grupo de humanos ubicados en las posiciones clave de la sociedad y que lo orientan o manejan en función de sus intereses (nacionales, de clase, etc.). El mercado libre es un mito, heurísticamente útil siempre y cuando no se le tome literalmente, al pie de la letra. El juego del mercado genera asimetrías, pero ¿por qué entonces no reconocerle el mismo valor a otro participante que, por estar ubicado también en un lugar privilegiado (presidencial), decide incidir de manera más activa en la vida económica de su país intentando controlar el mercado sólo que esta vez para su beneficio, es decir, el de su nación? Salta a la vista que la relación con los mercados tiene también que ver, y mucho, con las idiosincrasias. Los argentinos en general, por múltiples razones no todas ellas buenas o comprensibles, siempre han optado por identificarse (independientemente de que estén justificados en ello o no) con los norteamericanos o con los europeos, inclusive cuando éstos últimos los han dejado maltrechos, antes que identificarse con los demás latinoamericanos (lo cual, por lo menos según yo, sería lo más razonable). Pero esta peculiaridad mental sirve de apoyo para las políticas monetaristas argentinas. Esto da una idea de lo complejo que es el concepto de mercado. En todo caso, puede afirmarse que en gran medida las políticas gubernamentales reflejen mentalidades y, además, acarrean consigo conjuntos de valores, de principios. Por no sentirse latinoamericanos, el gobierno argentino opta por políticas diseñadas en otros países con los que sí se identifica, inclusive cuando dichas políticas le resultan claramente contraproducentes. De ahí la sumisión y el servilismo argentino frente al gobierno norteamericano. En cambio, una política como la de Chávez, que refleja otra mentalidad, de manera natural lo contrapone (mínimamente, es cierto) a los actuales amos del mundo. Por eso puede Chávez, dentro de márgenes muy estrechos, moverse con un poco más de libertad: por eso puede ir Fidel Castro a Venezuela y ser recibido como amigo, por eso hay doctores y maestros cubanos (los mejores no sólo de América Latina, sino de gran parte del mundo) trabajando con la población venezolana, por eso puede Chávez afirmar que está en contra del terrorismo pero que no se solidariza con el terrorismo de la super-super potencia y que los bombardeos no son la solución, etc. Así, pues, tenemos frente a una misma crisis dos actitudes, dos líneas, dos opciones políticas marcadamente diferentes. Los demás países de América Latina tendrán, al enfrentar las consecuencias de la crisis, que decidirse y elegir por una u otra.

 

      ¿Y México, que a final de cuentas es lo que de manera inmediata más nos importa? Parecería que, desafortunadamente, en nuestro país no hay ni siquiera una línea política definida. No tenemos ni la congruencia (aunque sea para el desastre) de los argentinos ni, como los venezolanos, la osadía y el deseo de sacudirnos del yugo del mítico mercado. Esta “tercera opción” es quizá la peor, pues se reduce a retardar las explosiones a las que inevitablemente habrá de conducir la actual crisis sin mientras tanto resolver nada. Digámoslo claramente: no es pensable que con la cantidad de desempleados que día con día se genera, con los ejércitos de familias hundidas en la desnutrición, con los compromisos financieros absurdos que  criminalmente se adquirieron (Fobaproa y demás), con la desintegración institucional y el triunfo del hampa y la corrupción de las que todos somos víctimas, con la agobiante deuda externa que paulatina pero sistemáticamente nos acaba, repito, no es pensable con todo ello que no se produzcan graves conflictos sociales, los cuales se irán agudizando y haciéndose cada vez más destructivos del tejido social. Urge que el gobierno mexicano empiece a articular su propio modelo de desarrollo, como Venezuela está esforzándose por hacerlo, un modelo autónomo, que permita que los niños coman siquiera un par de veces al día, que aliente el desarrollo de la cultura y no lo frene, etc., y que no se limite a meramente imponer (inconsistentemente, además) el de otros. De seguir así, habremos de seguir los pasos de Argentina. No es posible, por ejemplo, que la Secretaría de Relaciones Exteriores se convierta un mero despacho en México del Departamento de Estado, para que así la política exterior de México no pase de ser un fiel reflejo de la política global interna, regida desde luego por las leyes del mercado (eufemismo infame). Esta política gubernamental está llevando al país por senderos peligrosos. Tiene que haber gente en el gobierno que vea más allá de sus números y que prevea lo que casi está a punto de pasar. Tenemos dos ejemplos vivos ante los ojos, Venezuela y Argentina. Yo creo que sólo alguien muy desorientado podría optar por la medicina que mata al paciente. Aquí hay que hacerse eco de lo que en su momento clamara el candidato a la presidencia de la República, Vicente Fox, “Despierta, México!”.