¿(Des)Balance?

(2 de julio de 2001)

 

Una idea debatible pero interesante (y que examinada a fondo quizá podría resultarle a más de uno sencillamente espeluznante) es que el mundo es neutro. Esto puede significar diversas cosas. Por ejemplo, podría sostenerse que el mundo carece en sí mismo de cualidades morales, es decir, no es ni bueno ni malo. Simplemente es. Así, podría argüirse, las cosas maravillosas que en él detectamos lo son para nosotros, los seres que evaluamos, al igual que todo lo horrendo que el mundo contiene es lo que resulta del impacto de éste en nosotros. No obstante, en sí mismas las cosas (las acciones, etc.) no serían ni lo uno ni lo otro. De igual manera, desde la perspectiva del conocimiento puede sostenerse que la realidad no es para nosotros nunca lo que ella es “en sí misma” y que lo que nosotros conocemos es tan sólo una de sus en principio incontables facetas. Las cosas, las personas, los procesos naturales, etc., todos ellos son susceptibles de ser percibidos, y por ende, comprendidos, desde muy diversas perspectivas sin que haya una que sea “la esencial”, “la correcta”, una que represente o incorpore el así llamado ‘punto de vista de Dios’. No hay tal perspectiva. Parecería, pues, que la verdadera naturaleza de las cosas es algo a final de cuentas imposible de determinar, entre otras por la sencilla razón de que no la hay. La naturaleza moral y metafísica del mundo dependería del aparato conceptual que se manejara, del modo como la realidad afectara a la gente, de los ideales y valores involucrados, y así sucesivamente. Pero que el amable lector no se escandalice: no vamos a hundirnos en los pantanosos terrenos de la filosofía. Me proponía tan sólo mostrar que no es absurdo sostener que no hay prácticamente nada que no sea interpretable de un modo diferente al que parece ser el más obvio, nada que no permita (inclusive simultáneamente) lecturas alternativas, interpretaciones incompatibles. Esto puede resultar paradójico, pero estoy seguro de que el examen de un caso concreto servirá para ilustrar el carácter ambivalente o ambiguo de los hechos, en este caso políticos. 

 

      Hace un año, como todos sabemos, ocurrió en México algo que sólo muy pocos habrían sido capaces de augurar, viz., la victoria electoral presidencial de Vicente Fox y el concomitante desalojo del PRI de su privilegiada ubicación en las estructuras de gobierno. Nuestra primera inquietud es: ¿cómo evaluar y calificar, a un año de distancia, semejante suceso? Aquí nos volvemos a topar con la idea expuesta más arriba: contamos ya con los suficientes elementos para apreciar y juzgar mejor el complejo fenómeno que nos ocupa, pero es casi imposible formarse una opinión global por así llamarla ‘monolítica’  o ‘unitaria’ del asunto. Tratemos de explicar esto.

 

      Vicente Fox llegó a la Presidencia de la República en una coyuntura especial y como resultado de la acción de diversos factores, relativamente fáciles de identificar. Los expertos enfatizan, una y otra vez, el carácter mercantil del producto vendido a la población mexicana e insisten en que fue el elemento propagandístico el factor principal. En esto, sugiero, están en un error. Es cierto que la maquinaria de hipnotismo ideológico de los “Amigos de Fox” funcionó como un motor bien aceitado, pero es igualmente evidente que su operatividad sólo pudo ser efectiva en un contexto determinado, contexto que ciertamente no fue creado por ella. Este contexto lo procreó el priismo, el cual llevó al país a un estado de parálisis y de desmoralización que no tiene antecedentes. Lo que la sociedad intuyó fue simplemente que un sexenio priista más hubiera dado lugar a peligrosas reacciones anómicas y el sano instinto popular guió a la gente hacia el sendero del cambio. Es aquí en donde incide el brutal y efectivo uso de los medios de comunicación por parte de Fox y su gente. El futuro del país estaba en entredicho y la gente tuvo el olfato necesario para rechazar la opción nefasta, mas no para adivinar lo que se escondía detrás de la propuesta más ruidosa y rimbombante. En mi opinión, por lo tanto, no hay argumento válido alguno que pueda tener como conclusión la condena del cambio efectuado hace un año. Éste estaba históricamente justificado. El problema es que el asunto no termina allí; el problema es que la materialización del cambio operado no coincide con las expectativas generadas, no responde a la confianza depositada y no se ha traducido en nada que signifique genuino progreso social. Dicho cambio, por lo tanto, no tiene un carácter unívoco, sino que es tanto positivo como negativo. ¿Qué podemos decir de sus dos facetas?

 

      Para empezar, que es mucho más exitosa, mucho más brillante la segunda que la primera. Los errores, los gaffes, los pasos en falso opacan por completo a los aciertos, de hecho los nulifican. De los primeros hay toda una gama que van desde cuestiones superficiales, como el ridículo asunto de las toallas y las sábanas, hasta decisiones fundamentales, como el trastorno de la política exterior mexicana o la iniciativa de reforma de la ley referente a la energía eléctrica. Pero lo que es realmente alarmante es la divergencia que se delinea cada día más nítidamente entre los objetivos internos al gobierno y los objetivos propios de la nación, considerada como un todo. Esto no es producto de un malentendido, sino el aflorar de un inmenso engaño. El incomprensible boicot a la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de subvencionar la leche para algunas decenas de miles de personas, el indignante regalo a T.V. Azteca de un nada despreciable predio con base en el supuesto “interés público” que ello representaría, el inmenso timo al EZLN (y a la sociedad en su conjunto), puesto que de facto se dejaron las cosas, después de toneladas de verborrea, en más o menos la misma situación que prevalecía bajo Zedillo, la falta de decisiones oportunas y urgentes, como la concerniente al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (dicho sea de paso, la lucha de intereses por los negocios vinculados a la construcción del nuevo aeropuerto debe ser feroz, cuando a la decisión correcta debería ser relativamente fácil de llegar. La lógica, por ejemplo, no nos dice en dónde se debe construir el nuevo aeropuerto, pero lo que sí permite es cancelar propuestas. En este caso, lo que la lógica a todas luces indica es que no hay nada más absurdo que desmantelar el aeropuerto Benito Juárez para construirlo justo al lado, es decir, a 15 kilómetros de donde está actualmente, inclusive si desde otros puntos de vista esa fuera la mejor alternativa), nada de eso es casual, resultado del azar. Lo que es verdaderamente preocupante en todo esto es que el gobierno de manera explícita enarbole banderas que abiertamente se distinguen de las de las causas populares. Eso ni con el peor de los priismos sucedió nunca. Y es preocupante porque ello parece apuntar al hecho de que están sembrándose ahora las semillas para un potencial cisma entre pueblo y estado de cuyas magnitudes y consecuencias prefiero en este momento ni siquiera  especular.

 

      Es claro para todo mundo que Vicente Fox no tenía una idea cabal de lo que es ser presidente en un sistema presidencialista y me parece que, mutatis mutandis, más o menos lo mismo se puede decir de su equipo. Con algunas excepciones, no son hombres de gobierno. De las ínfulas, el lenguaje seguro, las poses de conquistadores de muchos de los miembros del gabinete los resultados hasta ahora alcanzados dan cuenta fácilmente. El campo mexicano está simplemente en el abandono: no sólo los productos agrícolas mexicanos no valen, sino que ahora importamos alimentos más que nunca en nuestra historia; asimismo, la situación de México frente al resto del mundo es más desesperada que nunca: los “tigres” asiáticos dejaron muy en claro que, aunque los califiquen de “tontos” (cómo pueda un mandatario serio cometer la aberración política de decirle eso al dirigente de un país de 1 200 millones de habitantes es algo que me rebasa y que no sé cómo explicar y mucho menos justificar), la Comunidad Europea no acaba de convencerse de que México esté realmente a la altura de un tratado, con Rusia, África, el Medio Oriente y América del Sur no hay grandes perspectivas de colaboración comercial, cultural, etc., por lo que el único proyecto del actual gobierno que queda es el famoso plan “Puebla–Panamá! A esta “expansión” se reduce (en teoría) la grandilocuente política exterior (comercial y diplomática) mexicana. Peor aún: muy probablemente, dicho proyecto no verá nunca la luz. No sólo está viciado de entrada por cláusulas políticas irrelevantes, sino que presupone para su concreción una actitud hacia los pueblos de la región que el gobierno actual no tiene. No se trata nada más de hacer una carretera, sino de la transformación total de la región y esto último exige inversiones de orden educativo, ecológico, agrario, industrial, sanitario, etc., y en magnitudes tales que hacen del proyecto una mera utopía. El resultado neto de todo este panorama es la dependencia vital del país frente a los Estados Unidos y el capital financiero internacional. La pregunta que todos debemos hacernos es: ¿hacia donde están llevando a México? y debemos hacérnosla no para meramente pasar el tiempo o entretenernos con pseudo-explicaciones, sino para reaccionar frente a lo que, por lo menos a distancia, da la impresión de ser jinetes del Apocalipsis.

 

Que la imagen del presidente de México está severamente deteriorada es algo que ni los niños de escuela (quizá ellos menos que nadie, dados los brutales recortes a la educación nacional), estarían dispuestos a cuestionar, pero hay que entender que ello no se debe a fallas en el aparato presidencial de propaganda. Éste puede ser muy efectivo dentro de ciertos márgenes (la vocera presidencial muy distinguida, si se quiere), pero su efectividad tiene límites y a éstos los fijan los hechos. Voy a dejar de lado, una vez más, cuestiones superficiales, como el vocabulario semi-arrabalero – semi-campirano, el lenguaje clerical barato (los “bendito sea Dios”, “Ruéguenle a la Virgen” y demás locuciones de estilo dudoso) o las chuscas (y muy caras) aventuras en el extranjero. Podemos estar seguros de que no por justificadas que estuvieran críticas como estas bajaría la popularidad del presidente. Lo que hay que entender es que además de eso, por encima de “detalles” como esos, hay hechos escalofriantes que todos los ciudadanos detectan y padecen y no hay Gobbels o Hollywoods en el mundo que logren en relación con ellos equivocar a la población. Es cierto que los seres humanos son manejables, pero en contextos apropiados. Los límites de la manipulación de las mentes los fijan los estómagos y en México éstos empiezan a estar demasiado vacíos. De las famosas promesas del crecimiento lineal al 7 % anual no queda ni rastro: de hecho hay decrecimiento! Es patente (o debería serlo) que México no va a aguantar un ritmo de 250,000 desempleados por semestre. La política financiera ha sido tan restrictiva y quienes la manejan han mostrado ser tan ineptos que se ha logrado paralizar la vida económica del país: las empresas estatales no compran (ni pagan), esto afecta a los particulares, todo lo cual repercute en obreros, empleados, etc. O sea, ya quedó claro que lo único que ha generado el “modelo” económico que los lacayos del Banco Mundial implantaron en México es una situación de desastre. Es cierto que de gobierno efectivo no llevamos más que medio año, pero la verdad es que a partir del 2 de julio (fecha buena y mala, providencial y fatídica) se empezaron a tomar decisiones y a influir en las medidas gubernamentales. Es, pues, normal que no quede gran cosa del entusiasmo popular, masivo, en relación con la persona del presidente. Si a pesar de los hechos el presidente sigue siendo popular, ello en gran medida se debe todavía a la profunda aversión que en el mexicano medio suscitan los priistas, los Camacho Solís, los Espinosa Villarreal y toda la caterva de delincuentes de cuello blanco (y no sólo) que nos gobernaron durante demasiados lustros. En todo caso, es momento de hacer un alto y reflexionar: ¿qué opciones políticas tiene en este momento el presidente Fox? Me temo que ya no muchas y que cada vez menos.

 

Creo que desde que llegó a la presidencia hasta el día de hoy, Vicente Fox hizo un serio esfuerzo por liberarse de la asfixiante tutela panista. Me parece que podemos decir que dicho esfuerzo llegó a su fin y que los panistas, con Bravo Mena, Calderón Hinojosa y Fernández de Cevallos a la cabeza, finalmente se impusieron. El presidente quiso gobernar al margen del PAN y no lo logró. Imagino también que muy probablemente las relaciones entre ellos se pusieron álgidas, puesto que tuvo que intervenir públicamente ni más ni menos que López Obrador. Sólo a un ingenuo (como la mayoría de los “especialistas” políticos de radio y televisión) se le puede ocurrir que López Obrador ofreció una tregua porque lo que le preocupaba era “cuidar su imagen”. Como explicación es francamente ridícula. Sugiero esta otra: estuvimos cerca de un golpe de estado o, por lo menos, de una rebelión panista generalizada en contra de Vicente Fox. López Obrador intervino para apoyar al presidente o, mejor dicho, para hacer respetar la investidura presidencial. El presidente fue puesto en una encrucijada y, pienso, ya optó. No estoy seguro, sin embargo, de que su opción haya sido, como diría el sabio Pangloss de Voltaire, “la mejor en el mejor de todos los mundos posibles”. Me parece que el haber forzado al presidente a asistir a la fiesta panista del 2 de julio significa que finalmente Vicente Fox, para emplear terminología popular a la moda, “entró al redil”. Ganó el PAN y con ello lo peor de México.

 

Ser presidente de México no es semejante a ser director general de una empresa, por grande que sea. El presidente cometió varios errores políticos que denotan su falta de familiaridad con los contubernios y las intrigas características de la política mexicana. Por ejemplo, no renovó su gabinete, es decir, no conformó el que sería realmente el suyo; tampoco ha habido un castigo severo al zedillismo; el presidente de motu proprio se ha puesto a merced de los “inversionistas” (detentores del gran capital) quienes, como hace unos días el presidente de T.V. Azteca, cuando sienten que pueden hablar en voz alta y reclamar lo hacen sin escrúpulos ni titubeos. El presidente Fox no entendió que por lo menos él no podía gobernar solo y si el enfoque panista no era el que él realmente quería, tenía que haber hecho alianzas y pactos con otras fuerzas. Pero no lo hizo: se le “olvidó” que la auténtica izquierda es siempre un aliado potencial seguro. Por eso en lugar de apostarle al trabajo, él le apostó al capital, en lugar de confiar en el pueblo prefirió confiar en los “inversionistas”. Al hacerlo perdió la iniciativa. De ahora en adelante tendrá que compartir el poder con la gente de “su partido”. Pero a final de cuentas ¿por qué habría eso de sorprendernos? ¿Por qué tendría México que ser una excepción al hecho de que también se producen retrocesos históricos? Todo es factible, por lo que tal vez debamos limitarnos a parafrasear, a manera de síntesis, el dicho popular y aceptar con pesar que “caras vemos: intenciones políticas y capacidad de gobernar no sabemos”.