Banquetes Políticos
(17
de marzo de 2001)
Este
fin de semana nosotros, los habitantes de la Ciudad de México, nos vimos
favorecidos por dos acontecimientos políticos de gran importancia: la
entrevista televisada que el conocido periodista Julio Scherer le hizo al
sub-comandante Marco y la gran concentración en la Plaza de la Constitución en
la que no menos de 200,000 personas le dimos la bienvenida a la comitiva
zapatista. Ambos sucesos ameritan unas cuantas palabras.
Si después de lo que fue la gran labor
silenciosa de organización indígena, el levantamiento armado, años de
resistencia, victorias innegables en el frente publicitario, capacidad de
aglutinamiento en un plano tanto nacional como internacional, había dudas
respecto a la capacidad política del sub-comandante Marcos, la entrevista del
fin de semana las disipó por completo. Por fin pudimos nosotros, tan cerca y
tan lejos del mundo indígena, de su movimiento y su dirigencia, constatar que
nos las habemos con un líder de categoría y de una nueva estirpe, porque se
trata de un dirigente mejor adaptado a las condiciones actuales de lucha de lo
que serían los guerrilleros clásicos, como Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.
Pudimos por fin apreciar en Marcos a un hombre que ciertamente combina toda una
variedad de cualidades. El “sup” hizo gala de claridad de pensamiento, de
firmeza en cuanto a concepciones políticas, de fineza lingüística, de capacidad
de síntesis, de ironía, de imaginación y, sobre todo, se le pudo notar en esa
mirada el brillo que sólo genera la acción social impersonal y voluntaria y que
inevitablemente vuelve odiosos o detestables a los perfumados, trajeados y
relamidos que desde las cabinas de radio o los estudios de televisión pretenden
minimizarlo. Hay causas que enaltecen a las personas y difícilmente podría
dudarse de que la lucha en favor de los indígenas es de esas. Eso es algo que
Marcos refleja. Por otra parte, debo admitir que me encantó lo que, aunque
incipiente, es un nuevo léxico político. Aunque en gran medida teóricamente aún
válido, el lenguaje de la izquierda tradicional quedó un tanto desgastado
después de 50 años de acoso (reemplazado por la banal terminología
pseudo-política del anglo-sajón corriente). Por una parte, el lenguaje
leninista, tan útil para el manejo de masas, quedó rebasado por el derrumbe del
bloque socialista y, por la otra, los intelectuales de oposición, esto es, los
no “orgánicos”, tanto latinoamericanos como de otras partes del mundo, han
fracasado grotescamente en construir uno nuevo. De hecho no han acuñado las
nuevas categorías que se necesitan para orquestar las nuevas formas de lucha
social y de resistencia frente a la penetración del destructor capital
financiero internacional. Y he aquí que unos cuantos alzados, con no otra cosa
que su dolorosa experiencia bien conceptuada y con un poco de poesía, logran
articular un nueva forma de hablar que, debe quedar claro, se irá extendiendo y
perfeccionando y que permite ya acotar los fenómenos sociales y darles así
realidad política. La claridad de pensamiento del indígena, que Marcos recoge,
es sencillamente sorprendente, si bien esto, a mi modo de ver, tiene una
explicación simple y clara: de diverso modo y por diversos mecanismos, el
mexicano del Altiplano deformó, en su permanente lucha en contra del opresor
español, el lenguaje del conquistador. Por eso de todos los españoles
coloquiales que se hablan en América Latina, el de México probablemente es el
peor. Pero en contraposición al mestizo, el indígena conservó su lengua. Por
ello, cuando habla en español y traduce de su idioma materno al castellano no
comete más que errores lingüísticos superficiales, pero no errores de
pensamiento, esto es, cantinflismos. No hay manera de no entender la queja del
indio mexicano, sea yaqui o zapoteca, tzeltal o totonaca. Por ello, dicho sea
de paso, fue muy atinado que el sub-comandante Marcos en su alocución hiciera
mención a la gran variedad de etnias que enriquecen a este país. En resumen, la
entrevista de Scherer, que empezó mal pero que fue mejorando (y que, a esos
niveles hemos llegado, hay que agradecer que hayan pasado sin cortes), permitió
que toda la nación constatara que el EZLN y el movimiento indígena tienen un
líder de altura, un hombre que no da la impresión de estar buscando
beneficiarse de su fama, sino que es leal a su causa y a sus principios. Fue
esa entrevista un auténtico banquete político.
El segundo fue la gran concentración, pacífica y emocionante a la vez, en el Zócalo. Debo decir que, en los últimos años, sólo en las grandes manifestaciones de 1988, cuando la oposición con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, ganó las elecciones y que le robaron la presidencia, se había visto algo semejante. Había de todo: rubias, indígenas, universitarios, empleados, obreros, taxistas, amas de casa, niños, etc. De hecho, Marcos también mencionó los gremios de los que espera el apoyo. Nótese: en su discurso no se sirvió de la terminología de clases, no habló de posesión de medios de producción, no dijo nada sobre explotación, enajenación, fetichismo de la mercancía, etc., esto es, nociones eminentemente marxistas. No es, ni mucho menos, que esos conceptos sean inútiles, sino que su uso es, aquí y ahora, políticamente contraproducente. Marcos tiene la gran virtud de “desenmascarar” a los gobernantes de un modo que éstos no pueden neutralizar. En todo caso, una cosa quedó clara: la capital de la República se entregó y le dio su apoyo incondicional al EZLN y a su causa. Esto es un aviso de importancia vital para el gobierno. Lo que se demostró es que la lucha ya no es de unos cuantos chamulas a los que se puede ignorar o reprimir. Lo que el gobierno de Vicente Fox ahora tiene enfrente es un movimiento nacional. La marcha zapatista, bien pensada, no permite ninguna interpretación alternativa. ¿Qué se sigue de esto? La única posición razonable del estado es la aceptación inmediata, sin mayores jaloneos, de la iniciativa de ley de la COCOPA, la liberación de los presos indígenas y la desmilitarización del estado de Chiapas. Después vendrá la paz y lo que eso significa: la protección de las riquezas del país y de su gente frente a la rapacería financiera internacional. Es ésta la que, mediante el bombardeo propagandístico continuo, ha moldeado la mentalidad de las personas en los últimos tiempos de manera que éstas terminan por no saber pensar de otra manera que en términos de inversión, bolsa de valores, inflación, etc. El movimiento zapatista demostró que se puede pensar de otra manera.
En los discursos de los diversos comandantes que tomaron la palabra encontré que daban expresión a reivindicaciones justas, pero hay un punto que no tocaron y que ya llegó el momento de explotar. Me refiero a lo siguiente: hasta ahora todo el movimiento ha sido de apoyo a la lucha por la dignidad de la vida indígena, de sus culturas, sus territorios, etc. Pero lo que es importante entender es que esa lucha no es una lucha por comunidades desvalidas que no tienen nada que ver con nosotros, como si nos reuniéramos en el centro de la ciudad para protestar por las atrocidades en Bosnia o las matanzas en el Medio Oriente. La idea que tiene que alcanzar nuestra conciencia es que la reintegración de los indígenas de este país a la vida nacional es al mismo tiempo una lucha en favor de nuestros propios intereses, de nuestros intereses qua ciudadanos mexicanos. Los pueblos indígenas son una garantía para México, quizá ya la única, de que ciertas cosas no habrán de suceder. Hay, pues, un sentido en el que esta lucha es también la nuestra. En otras palabras, no se trata de que, movidos por compasión, les digamos a las diversas comunidades indígenas que no están solas, sino que entendamos que en la medida en que forcemos al gobierno a que se les reconozcan sus legítimos derechos ellas se constituirán de manera natural en una fuerza de salvaguarda de la riqueza y la autonomía nacionales. Nuestra futura dignidad, la de las vidas de nuestros descendientes, depende por lo tanto de que el 10 % de la población nacional, borrado hasta el día de hoy del país, recupere constitucionalmente los derechos de los que desvergonzadamente hasta ahora se les ha privado.
Espero que lo que voy a decir sea una premonición y no simplemente la expresión de un deseo. Me parece que el movimiento zapatista es virtualmente de una dimensión internacional fantástica. Marcos lo dijo muy bien en su entrevista: ya no es el guerrillero el que tomará el poder y desde la cúspide modificará las cosas. Más bien, hay una causa justa, ésta recibe el respaldo de las masas y las moviliza y a través de éstas y con ellas se obliga al gobierno a alterar su política de “changarros” para los vendedores ambulantes y multimillonarios negocios para los “empresarios” de siempre. Sólo así se puede en nuestros tiempos detener la marabunta de la mafia financiera mundial. Aquí el lema del Ché se vuelve relevante: hagamos uno, diez, veinte Vietnams, propuso él. Lo que tiene que pasar ahora es que se generen movimientos similares en todo el mundo. De hecho, algo de eso ya pasó en Ecuador y es de esperarse que lugares como Guatemala, Bolivia, Tailandia, etc., sean pronto sedes de nuevos movimientos zapatistas. Si Chiapas fue el estado redentor para México en la segunda mitad del siglo XX ¿por qué México no podría serlo para el resto del mundo en la primera mitad del siglo XXI? La fuerza actual del zapatismo nos hace entusiastas, pero sus potencialidades nos vuelve soñadores. Por eso qué pena nos dan todos aquellos que desaprovecharon la oportunidad de sentirse unidos con el pueblo de México y que decidieron perderse de lo que fue la gran fiesta nacional social, el gran banquete político de este fin de semana: la presencia de la comandancia zapatista en el zócalo de la capital.