El Devenir del Mundo

(12 de noviembre de 2001)

 

 

Es un lugar común afirmar que, a diferencia de lo que sucede en las ciencias naturales, en las ciencias sociales en general pero en la historia en particular sencillamente no hay lugar para las predicciones. El objetivo fundamental de esa disciplina llamada ‘historia’ consiste en la búsqueda y acumulación de datos con miras a elaborar el cuadro más convincente y significativo posible del personaje, el suceso o el período que se estudie. Evidentemente, la gran tentación (a la que han sucumbido multitud de historiadores) ha sido la de intentar extrapolar sus hallazgos hacia el futuro, proyecto que (lo podemos afirmar a priori) está destinado al fracaso: no hay ni especulación ni razonamiento alguno que nos permita inferir lo que habrá de suceder sobre la base de lo que ha sucedido, por rico que sea nuestro conocimiento del pasado. Nada, por lo tanto, más alejado de mí que fatuamente intentar adentrarme en el escurridizo terreno de las premoniciones y las profecías. Sin embargo, otra cosa muy diferente es intentar elaborar, aquí y ahora, un cuadro general del mundo con base en lo que acaba de suceder y que sea tal que simplemente “sugiera” por qué derroteros se mueve actualmente el género humano. La idea no es predecir sino, sobre la base de constataciones, determinar qué clase de instituciones y formas de gobiernos es razonable esperar que prevalezcan, concediendo de entrada que será siempre lógicamente posible que el devenir del mundo sea distinto de lo que su desarrollo hasta el día de hoy insinúa. Por consiguiente, lo que resulta crucial en todo experimento intelectual (por superficial que sea) concerniente a la evolución del mundo, es decir, una condición sine qua non para que tenga siquiera visos de verdad, es que la descripción que se ofrezca de la situación política global actual sea a la vez realista y convincente. Yo creo que, muy a grandes rasgos, contamos con los elementos para construir un cuadro así. Un par de efemérides en este caso nos proporciona la ocasión para nuestro ensayo. Me refiero a dos fechas memorables que casi coinciden: la destrucción de las torres gemelas en Nueva York, hace dos meses, y el inicio de la Revolución de Octubre (en el antiguo calendario ruso), hace 84 años. Espero poder mostrarle al amable lector que, en efecto, esas dos fechas no están desvinculadas.

 

      A mí me parece que, a dos meses de distancia del “ataque” que tuvo lugar en los Estados Unidos a tres importantes construcciones, la situación ya adquirió la suficiente nitidez como para permitir fijar algunos puntos y dejar establecidas algunas conexiones. Estamos en posición de descartar definitivamente ciertas “explicaciones”. Ahora bien, no debería sorprendernos el hecho de que, a pesar de estar pasando por lo que a todas luces es una etapa decisiva de la vida en el planeta, la gran mayoría de la población mundial no tenga ni idea de las magnitudes e implicaciones de lo que está en juego. Habría que admitir que los acontecimientos recientes y actuales fueron cuidadosamente preparados, pensados y planeados por grupos de estrategas de alto nivel y envueltos en una espesa nube de mentiras y propaganda ideológica, por lo que es comprensible que en general no se detecten las falacias, las mentiras, los non sequitur, las pseudo-explicaciones. Pero también es cierto que sería de lo más ingenuo pensar que los eventos que han sacudido al mundo no tienen un rumbo fijo y que no se persiguen objetivos a la vez siniestros y perfectamente bien delimitados. ¿Qué es lo que tengo en mente? Son varios los puntos que merecen ser tomados en cuenta.

 

      En primer lugar, es importante advertir que los norteamericanos nunca le dieron al mundo una sola prueba que efectivamente hiciera ver que Osama bin Laden estuvo involucrado en los famosos atentados. Peor aún: no han demostrado siquiera que dicho personaje, que fue un agente suyo, no sigue trabajando para ellos. Empero, si nos fijamos, dada la red de conexiones que lo unían a la familia Bush y su furibundo y activo anti-sovietismo del pasado, lo más razonable sería pensar que nada de eso se alteró. Esto puede parecer trivial pero, si tengo razón, veremos que dista mucho de serlo.

 

      Un segundo punto digno de ser resaltado es la conformación de la coalición. La verdad es que el espectáculo es asombroso. A mí me parecería menos desproporcionada, por ejemplo, una lucha entre una jauría de cien sabuesos y una pequeña zorra que la confrontación entre los Estados Unidos y el resto del mundo, por un lado, y un execrable gobierno de un pequeño país, semi-desértico, poco poblado y del que, salvo algunas anécdotas, poca gente sabe algo, por el otro. El hecho de que un país así haya sido el elegido para una acción militar como la que está teniendo lugar en este momento tampoco debería ser pasado por alto. ¿No es acaso increíble que todas las potencias del mundo estén contribuyendo en una lucha tan desigual? Ahora bien, en mi opinión a lo que todo esto apunta, de lo que todo esto nos habla, es ni más ni menos de una gran conspiración mundial, encabezada desde luego por el gobierno norteamericano. Lo que esto significa es, entre otras cosas, que simplemente no se ha permitido que salgan a la luz los auténticos motivos del actual conflicto. Lo que esto a su vez implica es que no podemos formarnos una idea cabal, un cuadro explicativo coherente y aceptable en el que todos los elementos queden sistemáticamente conectados unos con otros. Dada la carencia de fuentes genuinas de información real (de primera mano, fidedigna, etc.), lo más que nosotros, simples ciudadanos del Tercer Mundo, podemos hacer es tratar de leer los hechos de un modo diferente a la manera como la prensa y la televisión internacionales quieren que lo hagamos, esto es, de una manera alternativa y, naturalmente, que choque con la versión de propaganda para consumo popular que cotidianamente se difunde. A pesar de las distracciones en las que se nos quiere hacer caer, yo creo de todos modos que el plan americano está a la vista, que lo tenemos ante los ojos y que lo que todavía no logramos hacer es descifrarlo debidamente. Eso es lo que nosotros debemos esforzarnos por lograr.

 

      El reto, naturalmente, no es ni mucho menos sencillo: tenemos que tratar de pensar como lo haría un estratega ubicado en las altas esferas de poder del país más poderoso del mundo, lo cual por razones obvias no es nada fácil. Por consiguiente, lo que nosotros requerimos es más bien disponer de por lo menos una hipótesis general plausible que nos sirva de guía y de elemento integrador de datos. La mía, que deseo compartir con mi potencial lector, es a grandes rasgos la siguiente:

 

desde hace muchos años se ha venido produciendo una cierta confrontación, una cierta rivalidad al interior del establishment norteamericano entre el sector “civil” (la presidencia, el congreso) y el sector policíaco-militar (la CIA, el Pentágono). Entre G. Bush Sr. y los sardos, por ejemplo, hubo serios enfrentamientos durante la guerra contra Iraq; W. Clinton, logró mantenerlos a raya, pero sólo al costo de convertirse en el presidente norteamericano más belicoso de todos los tiempos. Por lo que sin duda fueron múltiples razones, dicha confrontación ha de haber alcanzado su clímax con el joven e inexperto nuevo presidente Bush. Habría sido con su llegada a la Casa Blanca entonces que las fuerzas más beligerantes, más agresivas y decididas de los Estados Unidos se habrían decidido a jugarse el todo por el todo. Lo que esto significa es simplemente que le apostaron a la fuerza, esto es, a imponerle su política y su concepción de cómo manejar el mundo a lo que llamé el ‘sector civil’ del gobierno norteamericano. Si algo así fuera cierto, se seguiría que a lo que realmente asistimos con la destrucción de las torres y el ataque a un costado del edificio del Pentágono (cuando el blanco oficial era, según se nos dice, la Casa Blanca misma. Algo inesperado sucedió en el último momento) fue ni más ni menos que a un mini golpe de estado. Lo que sucedió en los Estados Unidos fue que los militares tomaron el mando y lograron finalmente subordinar a la presidencia y las instituciones civiles.

 

      Estoy seguro de que más de un lector exclamará o dirá para sus adentros que lo que estoy diciendo es de locos. Le pido tan sólo que calcule el poder explicativo de la hipótesis en cuestión. Desde un principio y por diversas razones que en su momento ofrecí, a mí me pareció que era impensable que un ataque como el que tuvo lugar hubiera podido realizarse sin la participación del sector policiaco-militar norteamericano. Podemos añadir ahora muchos otros “detalles”: la clase de leyes que se han instaurado y que “benefician” ante todo y en primer lugar a los sardos y a los policías del mundo. Para ejemplos un botón: la legalización del asesinato político. Otro factum interesante es el modo como se ha llevado la guerra. Es evidente para todos, supongo, que el ejército americano podría barrer en un día con el gobierno talibán y, en verdad, con el todo de la población afgana. ¿Por qué no lo hace? La guerra durará en tanto no se alcancen plenamente los objetivos políticos ocultos. Me pesa tener que decir que quizá no falte mucho tiempo para ello.

 

       Sin duda alguna, la pregunta que de inmediato querremos hacernos todos es: ¿cuáles son esos motivos? ¿Cómo toman cuerpo? ¿Cómo los identificamos? Una vez más, la respuesta la tenemos ante los ojos, sólo que no explícita. Lo que tenemos que hacer es aprender a leer los hechos. La verdad es que lo que sucedió fue que el sector militar norteamericano, consciente de su inmenso poderío o mejor dicho, digámoslo con toda claridad, de su invencibilidad, se decidió a enfrentarse al mundo y se mostró dispuesto a declararle la guerra a quien se oponga a sus proyectos hegemónicos. La actitud es muy clara: ellos parecen estar dispuestos o a quedarse con el mundo o a arrastrarlo al infierno. Y esto explica multitud de otras decisiones. Por ejemplo, los países del orbe están conscientes del gran deterioro ecológico que se está padeciendo y que exige limitaciones a la industria: los americanos simplemente ignoran el protocolo de Kyoto; hay un equilibrio atómico: el gobierno americano denuncia el acuerdo sobre misiles intercontinentales con Rusia y que ésta haga lo que quiera y pueda; hay millones de personas que aspiran a un trabajo y que, no encontrándolo en sus respectivos países emigran hacia donde todo indica que se puede comer: los Estados Unidos cierran sus fronteras y no habrá gobierno, mexicano u otro, que pueda obligarlos (aunque sea “moralmente”) a un acuerdo mínimamente equitativo; hay problemas de desempleo: para resolver problemas como ese son las guerras y para eso hay países como Afganistán (y los que vengan); los países subdesarrollados están agobiados por una infame e injusta deuda externa: no importa: tendrán que seguir pagando, aunque para ello reduzcan a sus respectivas poblaciones a la inanición y a la miseria. Lo que ellos una y otra vez confirman es que las medidas de fuerza están dando resultados: ¿problemas con el petróleo? Son resolubles: el crudo mexicano, por ejemplo, estaba hace unos días a 14 dólares por barril. Casi regalado! Eso es manejar el mundo y eso es lo que quienes toman las decisiones en los Estados Unidos están decididos a hacer.

 

      Todo esto es en sí mismo más que alarmante, pero es factible discernir además un elemento particularmente siniestro en este programa, a saber, el elemento de chantaje y amenaza descarada por parte de los americanos que ahora exigen “solidaridad”, esto es, sumisión absoluta. No se requiere ser experto en lingüística para ser capaz de traducir la retórica norteamericana a un lenguaje más transparente. ‘Coalición’ significa ‘aceptación del nuevo orden mundial’, terror no es lo que los bombardeos yanquis propagan, sino las acciones de cualquier insensato insubordinado. Por ejemplo, los palestinos son terroristas, los soldados israelíes no, los beduinos sí, los pilotos americanos no; ‘defender intereses nacionales’ significa que se atenta contra los “valores supremos de la civilización”; y así indefinidamente. Queda, pues, claro que el plan es ambicioso: consiste no sólo en apropiarse del mundo, sino en doblegar mentalmente a la gente del planeta. Forma parte de los tenebrosos objetivos de los soberbios de hoy no sólo la sujeción material, sino también  la esclavización lingüística de las personas. Que nadie se atreva a cuestionar la legitimidad de las decisiones americanas, porque automáticamente se convierte uno en terrorista! Si esto es cierto, el plan político más ambicioso de la historia (y con mayores probabilidades de materialización) simultáneamente convierte a sus perpetradores en los enemigos jurados de la humanidad.

 

      Este es el cuadro y esta es la hipótesis. Desde esta perspectiva muchas cosas se aclaran, como el ridículo placebo político que es la historieta del ántrax, los supuestos ataques a puentes y vías de comunicación, etc., etc. En el fondo, todo esto representa una gran burla a la población del mundo. Aquí la única ventaja, es decir, un factor que a la larga habrá de desempeñar un papel importante en el proceso de reequilibrio que tendrá de darse (de eso que no tenga nadie la menor duda), es que también la población norteamericana se verá profundamente afectada por la dictadura militar silenciosamente instaurada en su país. Los americanos van a hacer literalmente lo que se les dé la gana, en Colombia o en Iraq, en Palestina o en Camboya, pero también van a lastimar a su propia población. Y es allí en donde está el germen de la liberación mundial, un germen que, duele decirlo, requerirá de muchos lustros para fructificar. ¿Me contradigo y estoy acaso intentando hacer predicciones en materia social? Creo que no.

 

      El lector sin duda se preguntará: muy bien, pero ¿qué tiene todo esto que ver con lo acaecido hace 84 años en Rusia? Mucho, porque lo que ahora estamos padeciendo es una consecuencia lógica de la derrota de aquella otra gran propuesta de organización política y social. Es lo contrario de lo que perdió lo que ahora triunfa. Y ¿qué fue lo que perdió? A mi modo de ver, la derrota del socialismo es a nivel social lo que la crucifixión de Cristo fue a nivel personal. Se perdió el ideal de comunidad ecuménica, una idea radical de igualdad; por consiguiente, triunfó el ideal de la privatización, la segregación y la jerarquización entre humanos, no ya como cuestión de hecho, sino ideal; perdió la idea del valor asociada con el trabajo humano y salió victoriosa la odiosa idea de especulación financiera (en libros, en papel) y la de sistemática estafa institucionalizada. Independientemente de cómo se desarrollaron los acontecimientos, es claro que perdió el ideal del arreglo pacífico, de concordia universal y que triunfaron los agresivos y los prepotentes; triunfó, pues, el atomismo social y el auténtico terrorismo político. Estoy convencido de que muchos de los hijos de quienes apenas ayer contribuyeron a este desenlace pagarán mañana por las inconsecuencias de sus progenitores.

 

      Es muy importante entender por qué se dio la actual coyuntura. A mí me parece que el esfuerzo norteamericano está destinado a fracasar. ¿Por qué? Porque ellos, que son producto del desarrollo económico (en un sentido amplio, esto es, marxista) del mundo, pretenden ahora eludir sus leyes y desesperadamente intentan por la fuerza alterar el decurso de las sociedades. Pero el intento es vano, por más que pueda ser sumamente destructivo y costoso. El sistema capitalista se está pudriendo y ni con 30,000 bombas atómicas se le podrá regenerar. Ciertamente es probable que ellos terminen siendo los amos fascistas (en el peor de los sentidos) del mundo, pero lo serán de un mundo exhausto y desértico en donde sólo las arenas serán testigos de su demencial y sacrílega victoria.