El
Ser Humano y su Dignidad
ante
la Muerte (I)
(18 de junio de 2001)
1) Quiero empezar por confesar que no soy
especialista en el tema que aquí me ocupa, a saber, el de la dignidad del ser
humano – en tanto que paciente – ante la muerte. No obstante, me parece que hay
por lo menos dos atenuantes en esto que es mi confesada incapacidad. Pienso que
una de las razones por las que no soy especialista es simplemente que no hay ni puede haber especialistas en
relación con temas así. Esto es comprensible: si por “especialista” en relación
con la muerte y la dignidad de un paciente lo que se quiere decir es que
alguien puede producir un recetario, una lista de preceptos y de reglas a
seguir de manera automática ante una situación tan crítica como lo es la muerte
inminente de una persona, sostengo que no puede haber especialistas así. Eso no
implica, sin embargo, que uno no pueda asirse a ciertos principios generales
que le permitirían a cada quien proceder, en cada situación particular, en lo que podría entenderse como la
mejor manera posible de actuar. O sea, aunque no hay soluciones mecánicas para
los problemas que plantea lo que podríamos llamar el ‘hecho último’, la
‘realidad última’, es decir, el adiós a la vida, no se sigue que cualquier
conducta sea permisible, que no haya lineamientos generales qué acatar, que la
racionalidad no pueda guiarnos en cada una de nuestras decisiones y acciones.
Es sobre esto que quisiera, más que pontificar, meditar y sugerir un par de
pensamientos que quizá podrían resultar útiles para objetivos teóricos y
especulativos serios. Y la segunda de las razones en virtud de las cuales
admito que no puedo ser especialista en lo que muchos espontáneamente
considerarían que es el tema de la dignidad del paciente ante la muerte es que,
como trataré de hacer, en el fondo no está nada claro de qué se habla cuando
aludimos a dicho tema. Mi sospecha es que cuando se le suscita en realidad de
lo que hay que hablar es de otros tópicos, esto es, de temas diferentes del que
uno se imagina estar considerando. Efectivamente y como intentaré hacer ver más
abajo, creo que el tema de la dignidad del paciente frente a la muerte tiene
que ver más que con el paciente con el médico y sobre todo con las
instituciones de salud. Pero vayamos paso a paso.
2) Parece obvio que antes de intentar
pronunciarnos sobre el tema en cuestión, lo primero que tenemos que hacer es
definir por lo menos algunos de los términos involucrados. Aunque siempre hay
manera de poner en cuestión cualquier definición que se ofrezca, deseo dejar en
claro de inmediato que hay expresiones cuyos significados voy a limitarme a
estipular, tratando claro está de ajustarme por completo al lenguaje natural y
al sentido común. Pero no es mi propósito debatir acerca de dichos
significados. Tengo razones para hacer mías las definiciones que voy a proponer, mas no
entraré en relación con ellas en detalles en estas líneas.
Consideremos
para empezar la expresión ‘ser humano’. Por ‘ser humano’ voy a entender
simplemente un ser de nuestra especie, es decir, un ser generado por bien
conocidos medios, que viene al mundo de determinada manera, etc. No me propongo
debatir acerca de si los monstruos son humanos, si los seres de probeta, los
débiles mentales, los marcianos, etc., etc., lo son. No es ese mi tema, por lo
que no lo abordaré aquí. En segundo lugar, entenderé por ‘muerte’ simplemente
el fin de la vida, el término, el punto final. Por lo tanto, desecho por
completo el uso de la palabra ‘muerte’ que asocia a la muerte con una
transición, un viaje, una transformación y demás cuentos de hadas. Como ya lo
dijo algún importante pensador de primera línea, “La muerte no es una
experiencia; la muerte no se vive”. Tampoco diré una palabra más al respecto.
Nos
queda, por lo tanto, como expresión problemática la palabra ‘dignidad’. En este
caso no se trata de construir una definición o de formular una mera
estipulación lingüística, sino más bien de investigar de qué hablamos cuando
hablamos de ella, sobre todo en relación con la muerte. Es de esto que trataré
de articular algún pensamiento razonable.
Es
menester, primero, hacer una aclaración de tipo semántico. Nos interesa
dilucidar lo que es la dignidad y, por consiguiente, el significado de la palabra
‘dignidad’ que, como todos sabemos, es un sustantivo común abstracto. Ahora
bien, por razones en las que no entraré, creo que se trata de un término
derivado, construido a partir del adjetivo.
O sea, lógicamente la palabra importante es ‘digno’ (o ‘digna’). ‘Digno’ se
aplica a acciones, actitudes, respuestas y, más en general, a conductas específicas (lingüísticas o
extra-lingüísticas) en situaciones
peculiares. Por consiguiente, lo que ante todo o en primer lugar se tiene
que hacer para caracterizar el significado del adjetivo es tratar de determinar
la clase de situaciones en las que éste se aplica. Los significados de las
demás palabras y expresiones (‘dignamente’, ‘con dignidad’, ‘dignísimo’, etc.)
se explicarán entonces por sí solos. Procedamos entonces de esa manera.
3) Nuestra pregunta inicial es, pues:
¿qué es una muerte “digna”?, que es más o menos equivalente a la pregunta: ¿qué
es morir dignamente? Alguien podría sugerir que se buscara la “esencia” de la
dignidad en algún estado mental o físico o en alguna cualidad natural o no
natural de ciertas acciones. Sostengo, sin embargo, que esta vía está a priori destinada al fracaso. En
efecto, nótese que así como está formulada, la pregunta es sumamente general y
lo que esto significa es que abarca una variedad demasiado exuberante de casos.
Lo que esto a su vez implica es que es muy poco probable que en situaciones totalmente disímiles haya un
elemento común. Por consiguiente, haremos bien en olvidarnos de definiciones y
esencias y en hacer un esfuerzo por especificar nuestra pregunta, de manera que
podamos obtener alguna respuesta que sea útil para nuestros objetivos. Asumo,
pues, momentáneamente que, así como está, la pregunta alude a toda una variedad
de casos que muy probablemente no tienen
nada en común. Me parece que esto no es muy difícil de mostrar. Por
ejemplo, se puede morir dignamente:
a) en la guerra. ¿Qué sería morir
dignamente en la guerra? Podemos imaginar diversas situaciones. Por ejemplo,
alguien muere defendiendo su bandera, alguien sigue peleando hasta el final,
aún a sabiendas de que ya no hay salida, de que la rendición siempre fue
posible, alguien muere torturado pero sin traicionar secretos básicos del
ejército de su país, etc. Eso es morir dignamente en la guerra.
b) durante una expedición. Por ejemplo,
va un grupo de gente en una canoa y ésta se vuelca. Aparecen unos cocodrilos.
Alguien se enfrenta a ellos y pelea hasta el final, sin gritos, sabiendo que
gracias a su sacrificio los demás podrán salvarse. Eso tal vez sería una muerte
digna en esas circunstancias. Un caso más:
c) en un accidente de avión. Mientras
todo mundo grita, se alborota, llora, gime, etc., la persona en cuestión
permanece impasible, ayuda a su vecino, sigue las instrucciones, etc. Creo que
no sería errado afirmar que eso sería morir dignamente en un accidente de
avión.
Me
parece obvio que sería descabellado tratar de encontrar en casos tan variados
una misma idea de dignidad. Dicho de otro modo, muerte digna en la guerra no es
lo mismo que muerte digna en una plaza de toros, aunque en ambos casos hablemos
de “dignidad”. Así, pues, hablamos de dignidad en todos esos casos y en
multitud de otros, reales o imaginarios, no
porque haya un elemento común a
todos ellos, sino porque en los casos en los que el uso de la palabra
‘dignidad’ y sus derivados es apropiado las conductas de las personas se
asemejan. Pero este “resultado” no es trivial. Por increíble que pueda parecer,
con esta sencilla observación logramos avanzar en nuestra tarea de aclaración,
porque ahora queda claro que nuestra pregunta original no puede ser ‘¿qué es
morir dignamente’, a secas, sino: ¿qué es morir dignamente en un hospital? Y más concretamente ¿qué es morir dignamente en manos de un médico? O, mejor aún:
¿qué es morir dignamente en manos de un
médico en un centro de salud, público o privado? Esta pregunta es diferente
a las otras preguntas acerca de la muerte digna, es sui generis, y es la que a nosotros, aquí y ahora, nos incumbe.
Exige, por consiguiente, una respuesta acorde a su naturaleza específica. Es
esta pregunta a la que nosotros intentaremos dar respuesta.
4) A estas alturas quizá podamos empezar
a sentir que la inquietud original en realidad da lugar a una pregunta
declaradamente ambigua. Intentaré poner esto en claro. Pienso que la idea de
dignidad que aquí nos interesa tiene por lo menos tres grandes áreas de
aplicación, a las que me referiré como las áreas ‘personal o absurda’, ‘moral o
inútil’ y ‘legal o pragmática’. Considerémoslas en ese orden.
En primer lugar, obsérvese que la idea de
dignidad parece estar vagamente asociada con la idea de que la persona de quien
se dice que se comporta dignamente está en una situación de desventaja. Por
ejemplo, podríamos decir de un hombre humilde que al ser ofendido por un
ricachón prepotente o por un potentado inmoral reacciona con valentía a
sabiendas de que le puede ir mal que “se comportó con dignidad”. En nuestro
ejemplo, el sujeto habría estado objetivamente en desventaja y, no obstante,
habría sabido actuar de modo tal que, en algún sentido, habría salido si no
ganando por lo menos airoso. El punto semántico que quiero hacer resaltar, sin
embargo, es el de que en condiciones normales, quien se conduce dignamente tiene todavía la oportunidad de salir
adelante, de triunfar. O sea, la dignidad es una vía para el triunfo en
condiciones adversas. Así, podríamos quizá decir que, mientras se trate de
conflictos de vida, en principio cualquier individuo podrá siempre conducirse con dignidad, puesto que siempre será
lógicamente posible que supere, en alguna medida al menos, su estado o
situación de inferioridad.
Ahora
bien, así entendida la noción de dignidad, cuando pasamos al caso de la muerte
de un paciente, de la actitud y la conducta de una persona frente a la muerte,
parecería que la idea misma de dignidad es absurda o, por lo menos, totalmente
redundante puesto que a priori
sabemos que, haga lo que haga, el
enfermo en fase terminal no podrá nunca superar su límite último. Lo diré tautológicamente:
nadie puede rebasar el horizonte objetivo de vida. Frente a la muerte, nadie puede triunfar. En este caso, por
lo tanto, el paralelismo con los casos usuales se rompe. De ahí que, cuando
hablemos de dignidad del paciente ante la muerte, tengamos que estar hablando o
metafóricamente o de otra cosa,
puesto que si quisiéramos significativamente hablar de dignidad en este caso
estaríamos tratando de decir algo incomprensible, absurdo. Por lo tanto, no
parece tener mayor sentido que nos rompamos la cabeza tratando de determinar lo
que sería, en un sentido estrictamente personal, una muerte digna. Este sentido
de “dignidad de la muerte”, por lo tanto, no es el que nos importa.
Debemos
de inmediato señalar que ‘digno’ y sus derivados también se emplean en un
sentido diferente. Consideremos el ejemplo anterior: dadas las asimetrías del
caso, lo cierto es que el ofensor tiene tantas ventajas frente al ofendido que,
por más que éste se esfuerce, no podría prácticamente nunca salir airoso en la
confrontación. Podríamos suponer, además, que él lo sabía. En situaciones así, también podemos hablar de conducta
“digna”: se trataría de la conducta de alguien que sabe que no tiene
posibilidades de ganar pero que, no obstante, actúa de conformidad con sus
principios, inclusive cuando ellos son abiertamente contra-producentes.
En
este segundo sentido “personal” de dignidad ciertamente podemos hablar de la
muerte “digna” de un paciente. Pero en casos así la temática se circunscribe al
paciente en cuestión, se vuelve un asunto de valor, de preferencias, de
auto-imagen, de creencias personales, etc. No habría en este sentido
absolutamente nada qué discutir. El tema de la dignidad de un paciente frente a
la muerte sería un “no tema”. Todo dependería del paciente en cuestión. Si se
quiere limitar el uso del concepto de dignidad ante la muerte a esta clase de casos, se puede. El
precio es convertir el asunto en un tema acerca del cual no hay nada qué decir.
No puede, pues, ser éste el tema sobre el que aquí nos importa pronunciarnos.
Habría un tercer sentido, de carácter estrictamente personal, relacionado con el anterior pero en relación con el cual sí podríamos hablar con sentido de dignidad del paciente frente a la muerte. En este tercer caso, lo que habría que considerar sería el pasado de la persona. Desde este punto de vista, la dignidad de un paciente frente a la muerte sería una función de su pasado. El problema es que el pasado es inmutable. Por eso, si es el inmutable pasado lo que va a determinar si la muerte del paciente fue digna o no, entonces nadie, ni los médicos ni los familiares ni las autoridades, etc., podrían hacer nada. Por lo tanto, en este otro tercer sentido, eminentemente personal, de muerte digna, no hay cuestión qué discutir, no hay nada qué decir ni hacer. Así, pues, en los tres casos mencionados en los que se hace girar la noción de dignidad alrededor del paciente mismo, no hay tema qué debatir. Es por eso que califiqué dicha noción como ‘absurda’. Afortunadamente, la cuestión no termina aquí.
(continuará)