Formas Políticas

(11 de junio de 2001)

 

Sería ocioso negar que la expresión ‘2 de julio de 2000’ denota, para nosotros los mexicanos, una fecha de importancia histórica no desdeñable, pero sería también un tanto ingenuo pensar que el fenómeno al que apunta es una transformación total, radical o revolucionaria del país. Hay, es cierto, un sentido en el que podemos hablar de un México antes de dicha fecha y de otro después de ella, pero es relativamente claro que por medio de la expresión en cuestión aludimos sobre todo a un proceso de reacomodo de fuerzas políticas, mas no a una modificación estructural o sistémica. La verdad es que el cambio que se operó no era ya una mera opción, una posibilidad lógica más, sino que era en algún sentido inevitable, so pena de llevar al país a una gran conflagración, dado que para entonces la estructura política priista estaba simplemente asfixiando a la nación. Por lo tanto, es comprensible que en la mente del mexicano medio la derrota del PRI tuviera connotaciones exclusivamente positivas, y en esto me parece que la gran mayoría aún coincide, incluidos muchos ahora ex-priistas. El problema es que fueron también muchos quienes, ilusionados, pensaron que se produciría en México un cambio serio, en profundidad, esto es, que se introducirían y harían valer principios políticos, educativos, económicos, etc., efectivamente tendientes a generar de  manera casi inmediata un nuevo reparto de la riqueza. Desafortunadamente, en relación con esto último la gran mayoría de nuestros compatriotas fue víctima de una percepción política ilusoria, de un deslumbrante espejismo político: la gente quería, tal vez necesitaba creer que la modificación a la que nos remite ‘2 de julio de 2000’ iba a ser de algo más que del mero juego gubernamental. Como es obvio que ello no ha sido así, es comprensible que ahora la decepción popular sea grande. Naturalmente, la frustración del mexicano medio de hoy es directamente proporcional a la ilusión del mexicano medio de ayer, por lo que la intensidad de la segunda nos da una idea y nos permite calibrar la magnitud de la primera.

 

      No me parece estrafalaria la aseveración de que si bien hay un sentido en el que el panismo se impuso finalmente al priismo, hay otro en el que el segundo demostró ser más potente que el primero. En efecto, el PAN sustituyó al PRI en el gobierno, pero lo hizo en el marco de lo que podríamos denominar la ‘cultura política priista’. Es innegable que nos seguimos moviendo en el horizonte político heredado por el PRI (con todo lo que eso entraña) y que aunque puedan darse, como insistentemente lo manifiesta el respetable señor Canciller, “ajustes de cuentas”, prácticamente nada concerniente a las reglas básicas o esenciales del sistema se ha alterado. Podría decirse inclusive que lo que el PAN está haciendo es simplemente perfeccionar el priismo. Esa parece ser su verdadera función o misión histórica. Se sigue que en el marco de lo que es la lucha política legal, admitida, válida, la única fuerza política de avanzada, progresista, la única oposición real a la cultura política priista, es la representada por el PRD. No hay otra. Entendámonos debidamente: no son sólo cosas como facilitarle el pago de impuestos a las maquiladoras, permitir que la casi totalidad del dinero de los mexicanos quede en manos de extranjeros, intentar a toda costa convertir a los mexicanos en propietarios de estanquillos en tanto que paulatinamente se les cede a los extranjeros los recursos de la nación o permitir que libremente operen en México tentáculos de dependencias como la DEA o el FBI (todo eso y mucho más) rasgos característicos de la cultura prevaleciente: son también los métodos de resolución de problemas y, sobre todo, una cierta mentalidad. Ahora bien, es precisamente en contra de esa cultura política que poco a poco se ha ido perfilando el PRD. Es, pues, explicable que los representantes del sistema tengan como parte de su labor política cotidiana, como uno de sus objetivos centrales, el desprestigio, el acoso, el hostigamiento de este partido y de sus militantes. La prueba es que a la sistemática faena de lucha sucia, y en todos los frentes, en contra del PRD se le imprime un nuevo frenesí, un nuevo élan vital cuando de lo que se trata es de aniquilar políticamente a sus dirigentes, en particular si a quienes se tiene en la mira es gente destacada. En efecto, cuando los líderes políticos de la genuina oposición son brillantes, valientes, íntegros, carismáticos, honestos, entonces ya la lucha política en su contra adquiere el cariz de una vulgar pelea callejera, sin códigos de honor, sin límites. Pero si además de todo ello con quien nos las habemos es con una mujer, entonces la furia política se entremezcla con prejuicios y reacciones inconscientes de machos desplazados y el ataque se vuelve vitriólico y pretende ser mortal. Eso es exactamente, si no me equivoco, lo que ha sucedido en el caso de la ex-gobernadora del Distrito Federal, Rosario Robles Berlanga. (Dicho sea de paso no es el único: la delegada por Venustiano Carranza, Dolores Padierna, es otro muy buen ejemplo del mismo fenómeno). Frente a estos embates, es hora ya de que la sociedad mexicana exprese su repudio de las prácticas políticas de los pano-priistas y de que sea el análisis impersonal, apartidista, desinteresado lo que nos lleve a una evaluación racional e imparcial, entre otras cosas, del rol político de Rosario Robles.

 

      Comencemos por señalar que el ataque al PRD se desdobla básicamente en dos niveles: la obstaculización de su funcionamiento normal en los puestos públicos que ha alcanzado y la satanización de sus dirigentes, líderes y militantes. En esta ocasión no podré examinar la primera forma de boicot político, y me ocuparé de la segunda, sobre todo porque es la forma de práctica política que ha adquirido notoriedad en las últimas semanas. Tengo en mente, como es obvio, la satanización de una persona en particular, a saber, la ex–gobernadora del Distrito Federal. El caso amerita ser considerado, sin olvidar que nuestro principal objetivo no es tanto la defensa o la crítica de una persona, sino la significación política del ataque y el rastreo de la mentalidad política de los atacantes, mentalidad asociada con ciertos ideales y valores y que toma cuerpo en líneas de acción fácilmente reconocibles. Veamos, pues, rápidamente qué lecciones podemos extraer de la situación actual.

 

Lo primero que llama la atención es el carácter visceral del ataque a Rosario Robles. Todo mundo debería preguntarse: ¿a qué se deberá tal encono? El asunto tiene varias facetas. A mí me parece evidente que forma parte de la cultura política priista el ver a la mujer en política como una especie de apéndice, como alguien esencialmente subordinado y al servicio de otros. Por consiguiente, aquí nos llevamos ya la primera sorpresa: Rosario Robles no se ajusta al modelo, pues es un ser político de iniciativas, de propuestas, de decisiones. Pero, y aquí podemos marcar un segundo contraste, a diferencia de las mujeres políticas típicas del priismo, Rosario Robles ha dejado muy en claro que su compromiso no es con hombres, sino con un programa político. Esto explica por qué, para la total incomprensión de muchos, el gran atractivo de Rosario Robles no procede de sus perfumes, no depende de la exclusividad de las tiendas de Nueva York en donde adquiera su ropa, no se funda en el “look” (ciertamente muy interesante, por otra parte) o en la adopción de tonos y modismos de Polanco. Lo que a esta dama la vuelve brillante son cualidades tradicionalmente asignadas a los hombres, como la agilidad lingüística, la claridad de pensamiento, la contundencia en las respuestas y, sobre todo, la solidez de su doctrina política. Todo esto la hace a ella sencilla, llana, pero directa y unívoca. Y esto, huelga decirlo, le ha gustado a la gente. Cuando hablo de “la gente” no me refiero, desde luego, a la snob frívola o al exquisito desarraigado, sino al mexicano medio, al hombre común. Es por ello que, frente a la injustificada cacería desatada por mediocres panistas (nunca faltan despreciables instrumentos políticos como esos), la espontánea reacción de la gente ha sido gratificante: la gente, el pueblo, se identificó sentimentalmente con la ex-gobernadora. En otras palabras, el atentado publicitario (y totalmente contraproducente para sus adversarios, como ahora quedó claro) en contra de Rosario Robles ha sido resentido por la gente común como un ataque a ella misma. Hay, pues, aquí potencialmente un capital político de mucho peso que, estoy seguro, el PRD sabrá en su momento aprovechar y que al PAN habrá de costarle algunos votos.

 

      Una de las metas de la despolitización de las masas consiste en forzar ciertas falsas asociaciones de las que luego es imposible desprenderse. Así, en México diversos “intelectuales” (hay que llamarlos de alguna manera) han batallado para asociar a la izquierda con la inepcia, con la fealdad, con la suciedad, con la estupidez, de manera que siempre que alguien defienda banderas de izquierda, populares, la persona en cuestión quede automáticamente, sin necesidad de rebatir sus argumentos y sus ideas, descalificada. Pero ahora resulta que nos encontramos con una mujer inteligente, con cultura política, con ideales definidos. Para los auto-erigidos jueces de la política nacional ello no resulta del todo comprensible. Queda claro que el estereotipo que ellos manejan es enteramente artificial. Ahora sí podemos explicarnos el juego fácil de la descalificación de la izquierda: mientras ésta no tuvo voz ni voto en el gobierno, se le cerraron los caminos públicos de expresión y comunicación y se generó la idea de que si no respondían a los ataques era por ineptitud. Pero ahora todos entendemos que en la izquierda mexicana hay personajes políticos de gran nivel, los cuales ahora sí pueden hablar y defenderse. El resultado es la ridiculización de las posiciones tradicionales. Esto ya es más grave y, por lo tanto, Rosario Robles (que es de quien hablamos) se convierte en un problema político más delicado. Con ella a la cabeza se realizó en el gobierno del Distrito Federal una especie de Glasnost, del cual difícilmente habrá marcha atrás. Eso es todavía más comprometedor. Es, pues, una bomba política a la que es imprescindible desactivar. Llegamos así a las verdaderas raíces o fuentes de la campaña política en su contra: gracias a su efectiva labor al frente del gobierno de la ciudad, Rosario Robles le dio un muy fuerte impulso al PRD. La consigna es, pues: acabar con ella. Desafortunadamente para sus detractores, el asunto no será tan fácil. Y hay buenas razones para explicar su ya palpable fracaso.

 

      El intento por desvirtuar la actuación política de Rosario Robles ha tenido dos vertientes: el legal y el publicitario. Respecto al segundo, la campaña ha sido más o menos bien orquestada y no son los medios (Canal 13, Monitor, Reforma) los que han faltado: todos los días, a todas horas, analistas y comentaristas nos bombardean con datos, opiniones expertas, encuestas y demás, abiertamente dirigidos en contra de la ex-gobernadora. Preguntas capciosas, sugerencias ofensivas, cometarios desdeñosos, etc., han fijado el tono y el color de los spots y artículos en su contra. Vale la pena notar que también la alianza con el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, quien se ha prestado a juegos turbios en contra de las autoridades del Distrito Federal, ha sido en este sentido relevante y muy significativa. No obstante, es claro que por mucha alharaca que se haga se tiene que actuar de otro modo también, pues a la palabrería de los medios la silencian las obras, que en el caso de la gestión de Rosario Robles son muchas e innegables. La lucha publicitaria, por lo tanto, si no viene acompañada de medidas de otra clase, se vuelve completamente inútil. Para manchar la imagen de Rosario Robles se tenía, por lo tanto, que pasar a la acción legal, aunque se supiera de antemano que estaba destinado al fracaso. Ahora bien, el carácter grotesco de semejante ataque se nos hace patente no sólo tan pronto nos enteramos de los contenidos, sino tan pronto aprehendemos y contrastamos las categorías políticas propias de cada una de las partes. Los herederos de la tradición priista piensan en categorías básicamente individuales, como los panistas afectos a los antros de mala muerte, pues esos actores políticos no saben hacer otra cosa que perseguir objetivos personales (diversión, arreglos, auto-promoción, etc.), pero ¿cómo aplicar esas mismas categorías cuando el adversario político tiene metas impersonales definidas, está animado por valores populares, ha realizado una labor social importante? El ataque legal, por consiguiente, es de entrada improcedente, como además lo dejó en claro la propia Rosario Robles en sus diversas entrevistas. El show panista es, pues, ridículo, sobre todo debido a que lo que no se ha entendido es que el político genuinamente de izquierda, como lo es ella, no se adentra nunca por los senderos del avance personal. Por lo tanto, pretender acusar a Rosario Robles de delitos como peculado, enriquecimiento ilícito, cohecho y demás es incurrir en un error categorial grotesco. Sería ilógico negar a priori que ella pudo haberse equivocado en múltiples ocasiones cuando estuvo al frente del gobierno del Distrito Federal (si bien acusarla de fallas exige evidencias concretas, no un mero juego de posibilidades lógicas), pero en todo caso la clase de error que pudo haber cometido no es (i.e., no puede ser)  la de las fallas que hoy le achacan. Fallas así son propias más bien de gente como Espinosa Villarreal o Camacho Solís, esto es, de gente que se sirve de las instituciones para alcanzar su éxito personal. Ahora bien, creo que hasta el más impúdico de los enemigos de Rosario Robles admitiría que ésta es un personaje político de otro nivel ideológico y moral.

 

      Otra prueba de que en el fondo la confrontación que se ha gestado brota de un intento feroz por impedir que surja y se implante una nueva conciencia política es la infantil intriga tendiente a disociar a Rosario Robles de Andrés Manuel López Obrador. En efecto, se insinúa a diestra y siniestra que fue él quien, movido por inconfesables ambiciones de poder y sintiendo en Rosario Robles a una peligrosa competidora, decidió liberar documentos que supuestamente la comprometerían. Una vez más, es por medio de categorías válidas para la intriga palaciega, la insidia venenosa, el juego de pasiones bajas, etc., típicos de la cultura priista que se pretende contraponer a dos pilares de la nueva cultura política. De ahí que el esfuerzo en sí mismo sea  risible. Sin embargo, también es ilustrativo. No hay duda ya de que los enemigos del pueblo (¿por qué estarían los panistas preocupados por 55 millones de pesos, cuando ellos sancionaron el IPAB, que le costó al país miles de millones de dólares?) están decididos a todo. El objetivo es impedir el resurgimiento de una nueva cultura política, de nuevas formas de gobierno, de una nueva óptica que permita dejar de tratar a los habitantes como meros números. La confrontación se está dando en todos los niveles y sectores sociales y hay indicios de que la tensión va en aumento. Para los políticos del nuevo estilo lo que está en juego es hacerle entender a la población, a las grandes mayorías, que su bienestar está ligado a la materialización de sus ideales políticos, que ellos sí los representan, en tanto que para los tradicionalistas el objetivo es más bien abortar toda reforma política radical y, por lo tanto, hacer cuanto se pueda para que no fructifiquen y se generalicen las lecciones del gran esfuerzo realizado durante el corto período en el que la oposición ha estado al frente de la administración. Y si para ello hay que mancillar a una persona, o inclusive lincharla, independientemente de que sea una persona digna de todo nuestro respeto, una persona entregada con entusiasmo a su trabajo, podemos estar seguros de que los dueños y representantes del establishment harán todo lo que esté a su alcance para lograrlo. Rosario Robles es el mejor testimonio de ello.