Globalización:

rebelión y represión

(20 de agosto de 2001)

 

Hace algunos lustros, cuando el mundo no se adentraba todavía por el sendero de la uniformización sistemática, yo creía percibir un cierto fenómeno al que denominaba la “americanización de la cultura”. El fenómeno era atrapado en términos ideológicos, porque esa era la forma de comprender los hechos del momento en aquellas épocas. Posteriormente, el mapamundi en términos de categorías ideológicas opuestas se alteró en forma drástica y entraron en operación nuevos conceptos y nuevas visiones. Surgió así la noción de globalización, que parcialmente correspondía a lo que yo llamaba ‘americanización’, pero que sin duda es más abstracta aún y permite realizar mejores análisis políticos. Empero, subsunción conceptual no es equivalente a descalificación conceptual. De ahí que probablemente podamos hablar hoy tanto de globalización como de americanización, pues tengo la sensación de que se trata de categorías irreductibles, que apuntan a realidades diferentes, imposibles por otra parte de ignorar. En efecto, en el inevitable proceso de globalización que vivimos, el elemento de americanización es sin duda preponderante. Pienso, por lo tanto, que muchos fenómenos políticos, económicos, sociales y culturales de América Latina se explican mejor si recurrimos a ambas categorías.

 

      En relación con la globalización, quisiera rápidamente señalar dos cosas. Primero, que sería infantil pensar que quienes pusieron en circulación el término ‘globalización’ visualizaron algo en forma totalmente original. Hace un siglo y medio, Carlos Marx anticipó con pasmosa claridad lo que ahora cualquier locutor de radio enuncia como si estuviera descubriendo verdades profundas, esto es, los efectos de la globalización. Para que no se me califique de idealista trasnochado, permítaseme hacer unas cuantas citas textuales del Manifiesto Comunista, sugiriendo ciertos cambios terminológicos mínimos que aclaran el significado de los pronunciamientos:

 

a)      “Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía [o sea, el sistema capitalista. ATB] ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”.

b)     “Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía [el sistema capitalista. ATB] arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras”.

c)     “La burguesía [una vez más: el sistema capitalista. ATB] ha sometido el campo al dominio de la ciudad”.

d)     “La burguesía [léase: el sistema capitalista. ATB] suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población”.

e)      “En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa”. [Hoy diríamos, del capital financiero. ATB].

 

A diferencia de los pseudo-analistas de nuestros tiempos, sin embargo, Marx extrae, válidamente en mi opinión, la conclusión de que ni el capital ni el trabajo tienen patria. Se trata más bien de fuerzas sociales universales que se enfrentan ya en todos los rincones del planeta. Esto, como argumentaré más abajo, tiene importantes repercusiones políticas.

 

      La segunda observación que quería hacer en relación con la globalización es también bastante simple y es que dicha categoría nos obliga a examinar los fenómenos sociales de un modo diferente al usual, que es el del sentido común. Normalmente, tendemos a enfrentarnos a los sucesos tal como se nos presentan, es decir, considerándolos en sí mismos, uno tras otro, como si ellos mismos cargaran al mismo tiempo con su significación. La globalización nos fuerza a verlos en concatenación con muchos otros, a colocarlos sobre un gran telón constituido por múltiples hechos de la política mundial. A manera de ilustración: si queremos entender la actual crisis argentina tenemos que conocer las medidas de la banca norteamericana o, por decir algo, las altas y las bajas de la Bolsa española. Más que linealmente, por lo tanto, hay que ver los hechos, por así decirlo, desde arriba, en toda su complejidad (i.e., sistémicamente). Es sólo entonces que estamos en posición de aprehender su significado real. Es evidente, supongo, que lo que dije para Argentina vale por igual para México. Por ejemplo, si queremos comprender por qué el desempleo en nuestro país alcanzó las magnitudes que ahora tiene habremos de echarle una mirada a las crisis, maquilladas al máximo, de la economía norteamericana.

 

      Después de los turbios años de transición mundial, esto es, los 90, la situación internacional empezó a delinearse rápidamente con mucha mayor nitidez. Ya para entonces habían surtido efecto, es cierto, los dopajes intelectuales con los que se vacunó a la población mundial (el triunfo de la democracia, la superioridad de la libre empresa y cosas por el estilo). No obstante, ahora sí las cosas son relativamente claras. Nunca antes, por ejemplo, se encontraron los países de América Latina en situaciones tan similares. Con la excepción de Cuba, trátese ya de México, de Perú, de Colombia, de República Dominicana o de Argentina, en todas partes nos topamos con uno y el mismo panorama: desempleo mayúsculo, delincuencia desatada, pauperización galopante, enriquecimiento afrentoso de grupúsculos y minorías, abandono del campo, todo eso enmarcado, claro está, en la ensordecedora presentación con bombo y platillos de la famosa “democracia” (Tabasco es, supongo, un buen ejemplo de ello). Y así como en el siglo XIX Marx vio a la sociedad escindirse en dos grandes campos, proletarios y burgueses, ahora vemos también que la población mundial tiende de nuevo a agruparse, al interior de los países, en dos grandes grupos, inversionistas y empleados, y claro está algo similar sucede en la arena internacional: hay dos grandes grupos de países, los ricos y los endeudados. En otras palabras, en relación con la sociedad decimonónica la situación se ha vuelto más compleja, pero sigue en lo esencial siendo la misma.

 

      Es con este contexto en mente que tenemos que considerar los sucesos de los que nos ocupemos. En esta ocasión, yo quisiera brevemente examinar el caso de los “bombazos” que se produjeron en la Ciudad de México hace unos cuantos días. Por lo pronto, podemos decir lo siguiente:

 

a)     se trata de eventos burdamente magnificados

b)    la jauría de los medios de comunicación cumplió su misión de alarmar y desorientar a la población

c)     los aparatos estatales de represión hicieron gala de efectividad

d)    están dadas las condiciones para una severa represión intelectual

 

Lo primero es francamente ridículo y hasta falso: lo que detonó no fueron realmente bombas. No tienen nada que ver con, por ejemplo, las que hacen estallar los kamikazes palestinos o los miembros de ETA. Su importancia, por lo tanto, ni mucho menos se deriva de los daños ocasionados, de los decesos producidos (puesto que no hubo ninguno). Su importancia procede de su significación: a lo que asistimos es a las primeras manifestaciones de protesta, tímidas pero ya abiertas, en la capital de la República por la situación general y alentadas por la feroz extranjerización de la economía nacional. Lo que enardeció a quienes hicieron detonar las palomas fue el hecho de que, con la venta de Banamex no quedó prácticamente ya ningún banco mexicano importante en México. Si la reacción es correcta o no, no forma parte de mi trabajo pronunciarme al respecto. Mi función no es alabar o condenar, sino simplemente tratar de diagnosticar. La pregunta entonces que hay que plantearse es: si se toma en cuenta el trasfondo esbozado más arriba ¿tiene algo de sorprendente que se produzcan sucesos como los que se produjeron hace unos días en los cajeros de BANAMEX? Yo creo que no, pero creo también que el estado se ha venido preparando para la conflagración social que se avecina y el acontecimiento en cuestión lo dejó en claro.

 

      El segundo punto mencionado más arriba también es digno de ser considerado con cuidado. Multitud de comentaristas de radio, prensa y televisión se abocaron a condenar el “terrorismo” del cual, supuestamente, la población puede ser fácil presa. O sea, se presentó el acto como dirigido en contra de la población y no, como lo fue, en contra de una determinada política gubernamental. En general (aunque desde luego hay excepciones) la lucha política, armada u otra, no está nunca dirigida en contra de la población, aunque naturalmente ésta se vea siempre profundamente afectada. Lo que en cambio sí está en contra de la población es la política institucional: alza de impuestos, despidos, restricciones presupuestarias, etc. Por lo tanto, nada más absurdo que pretender catalogar este supuesto “terrorismo” como anti-popular. En segundo lugar, es evidente que la satanización de los inconformes sirve entre otras cosas para desviar la atención respecto a las verdaderas causas de las explosiones: personajes y medidas grupales que llevaron al país por la senda del desastre. En contra de éstos, sin embargo, oímos y leemos poco.

 

      La Procuraduría General de la República y el Ejército Mexicano, hay que reconocerlo, actuaron en forma veloz y efectiva. Lo que esto demuestra es que el estado está listo para la lucha anti-guerrillera y, si ello fuera necesario, anti-poblacional. Recuérdese que de todos los ejércitos de América Latina el único que realmente no ha entrado en acción es el mexicano y parecería que hay gente impaciente ya por abandonar el plano de los arreglos “políticos”, de las negociaciones, en el Distrito Federal, en Chiapas o en cualquier otra zona del país. El gobierno ha adquirido muchísimo armamento y es muy fácil, cuando se tiene un equipo tan grande y sofisticado, caer en la tentación de usarlo. La brutalidad de la represión también nos deja anonadados: se interna a los inconformes que, califíqueseles como se les califique, son luchadores políticos, en una cárcel pensada para gangsters, multi-homicidas, plagiarios y delincuentes de alto nivel. ¿Esa va a ser la política del gobierno de aquí en adelante frente a quienes se atrevan a manifestar su inconformidad? Van a faltar cárceles! Vale la pena notar, por otra parte, que dos de los inculpados eran alumnos de la UNAM. Se pone de manifiesto que la crisis mundial es tan grande para las partes desfavorecidas que afecta ya a sectores poblacionales que antes estaban relativamente a salvo. Este hecho es además importante porque revela que el hartazgo afecta ya hasta a los grupos “pensantes” de la sociedad: parecería que estamos llegando a un nivel en el que el espectáculo nacional se vuelve simplemente inaceptable para prácticamente todo mundo.

 

      Si los acontecimientos de los que hablamos fueran sucesos aislados, podríamos desentendernos de ellos. Después de todo, los vándalos abundan en todas partes del mundo. Pero es claro que lo que pasó en la Ciudad de México hace una semana no fue un mero acto de vandalismo, sino una acción política, torpe e ineficaz si se quiere, pero política. Por consiguiente, la acción policíaca no fue mera acción de gendarmería, sino acción de policía política. Todo ello nos da qué pensar. El problema es el siguiente: ¿qué hipótesis podemos racionalmente construir a sabiendas, primero, de que por el momento no es posible una modificación del modo como se maneja al mundo y, segundo, de que muy probablemente empezarán a proliferar actos como los que ya conocemos, puesto que no parece ser viable ninguna reforma política genuina y el descontento tiene que expresarse de alguna manera?

 

      La respuesta nos la anticipó el gobierno de Zedillo, el cual entregó arteramente al gobierno español muchos luchadores políticos vascos que estaban asilados en México, traicionando así principios básicos de la gran tradición mexicana de política exterior. El desfachatado agradecimiento público al ex-presidente por parte de Aznar durante su visita a México fue a este respecto, aparte de indignante, revelador. La respuesta, por lo tanto, es la siguiente: la globalización dejó ya de ser un fenómeno meramente económico para convertirse en un fenómeno total, es decir, que abarca o comprende el todo de la vida social. Hay que observar que los gobiernos le tomaron la delantera a la población civil, pero es obvio que también la lucha contra la miseria y la explotación tarde o temprano habrá de globalizarse. Es, pues, de imaginar que se elaborarán nuevos planes de tipo “Cóndor”, que las policías de los diversos países intercambiarán cada vez más información precisa sobre sus respectivos habitantes y que todo ello será cuidadosamente monitoreado por los actuales amos del mundo, esto es, los Estados Unidos. Si ellos de hecho ya están participando abiertamente en la lucha contra la guerrilla colombiana ¿por qué no habrían de hacerlo (o de volver a hacerlo) en, digamos, Venezuela o en México?

 

      Para que la lucha justa de las poblaciones de América Latina pueda triunfar, es menester primero quitarse ciertas vendas. Se le ha hecho creer a la población que si los países están estancados o en franco retroceso es porque las bolsas de valores de los distintos países tienen problemas, porque sus bancos están descapitalizados, porque no se les dio suficientes garantías a los “inversionistas” extranjeros, porque la economía no se abre suficientemente todavía, y así sucesivamente. Es de primera importancia que aprender a perderle el miedo a semejantes tigres de papel. Difícilmente podrían vivir peor de cómo en la actualidad viven millones de niños, adultos y ancianos. ¿Acaso los amplísimos sectores de la población continental cuyas vidas están de antemano frustradas sufrirían más por el hecho de que se dejara de pagar la deuda externa? Estoy persuadido de que no. El problema consiste en que los gobernantes no parecen estar dispuestos, por lo menos por ahora, a enfrentar a los grandes beneficiados del sistema (los banqueros, las grandes corporaciones, las trasnacionales, los gobiernos de los países más ricos de la Tierra, etc.). Y el sesgo siniestro del asunto es que todo indica que los estados ya hicieron sus apuestas y que en lugar de inclinarse por el trabajo, por las transformaciones que permitirían dar satisfacción a las necesidades elementales de millones de personas, por los cambios obvios que se requieren para acabar con la insalubridad, el analfabetismo, la drogadicción, la explotación infantil, etc., los gobiernos recurran a sus respectivos aparatos de represión como respuesta al descontento popular. O sea, los gobiernos prefieren unirse y conformar una especie de  sindicato de estados para enfrentarse a los pueblos que luchar entre sí para restablecer un equilibrio mínimo, para construir un sistema de relaciones más justo que el que en la actualidad prevalece entre ellos. Pero, por otra parte, tampoco habrá de sorprendernos que también los movimientos de oposición a los statu quo latinoamericanos habrán de unirse en un único frente amplio. De hecho eso ya está sucediendo y no es más que un efecto más de la globalización.

 

      Infiero que, si no estoy totalmente equivocado, la etapa histórica que se inicia es la de la abierta globalización tanto de la rebelión como de la represión. Para alcanzar plenamente dicha etapa faltan desde luego algunos años, pero el punto es que no se vislumbra una evolución diferente. No quiero decir, desde luego, que ello tenga que ser así. Intuyo simplemente que el sistema tiene primero que desquiciarse, paralizarse de modo tal que quienes de él se benefician se vean forzados a admitir que no queda más que introducir cambios sustanciales. La condonación de la deuda externa de cien países (por demás impagable), por ejemplo, sería una medida así. Empero medidas como esas atentan directamente en contra de la lógica del sistema. Al parecer entonces no queda más que la vía de la represión. Sin duda alguna seremos todavía testigos de escenas horrendas. A pesar de ello, seguiremos viviendo con la convicción de que, en su lucha declarada en contra del género humano, las fuerzas voraces y ambiciosas del sistema serán en última instancia derrotadas y de que no podrá triunfar en definitiva un sistema que exige la esclavitud y la aniquilación de tres cuartas partes de la población mundial.