¿Hacia dónde va México?

(19 de noviembre de 2001)

 

 

Siento que en esta ocasión no será inapropiado empezar con una trivialidad: la televisión educativa está ausente en México. Sin duda alguna, una de las poco numerosas clases de programas televisivos que no son auténticas idioteces y que todavía son disfrutables es la de los programas de animales. Es cierto que inclusive este gusto que la televisión mexicana todavía le depara a su cada vez más embrutecido público es semi-fraudulento, pues en general con lo que se nos regala es con programas inactuales, en general producidos en Inglaterra o en Estados Unidos hace un cuarto de siglo. En verdad, se puede sospechar que ya ni existen los leones o los osos polares que había cuando se produjeron los programas en cuestión. Como siempre, hay excepciones y de cuando en cuando se le hace el favor al televidente de permitirle el acceso a realidades animales más recientes. Ahora bien, como tantas otras cosas esto es un pena, porque el conocimiento de la vida de los animales puede resultar muy útil e iluminador de diversas facetas de la vida humana. A mí por ejemplo siempre me llamó la atención el hecho de que se pueden establecer diversos paralelismos entre la conducta de grandes grupos animales y la vida social y política de los humanos. Un caso de conducta animal particularmente relevante para entender mejor nuestra propia situación es el de las grandes migraciones de ñus (¿o “núes”?) durante las sequías. El fenómeno es muy curioso, debido a que a final de cuentas lo que está en juego es la superviviencia de las manadas y dichos animales se conducen de modo tal que es eso precisamente lo que ponen en peligro. Lo que sucede es a grandes rasgos lo siguiente: en busca de agua, los animales empiezan a moverse en una determinada dirección; unos (sin que se pueda bien a bien determinar cómo ni por qué) toman la iniciativa y otros simplemente los siguen. Empieza así un recorrido instintivo hacia lo que se supone que es su El Dorado, un recorrido lleno de trampas, peligros, tragedias. Cómo no tienen más brújula que la del instinto, sucede a menudo que los que caminan al frente empiezan a desviarse cada vez más de manera que alcanzan a los que vienen atrás, en la parte final de la larga fila de animales que, confiados, siguen al de adelante. Los ñus empiezan entonces a caminar en un fatal círculo, desde luego sin percatarse de ello y es sólo debido a la casualidad, a un feliz azar, que de pronto el círculo vicioso se rompe y que pueden reiniciar su dolorosa caminata hacia tierras más generosas.

 

      Desde luego que todo paralelismo con la vida humana, por ilustrativo o sugerente que sea, no puede ser llevado demasiado lejos. De hecho aplicado a nosotros quizá no pasaría de ser una buena metáfora. Pero todos sabemos cuán rica heurísticamente puede ser una metáfora así. Y ésta me parece no buena sino excelente, pues recoge el fenómeno semi-inconsciente de cuasi-histeria que padecemos (de inseguridad, por ejemplo), el sentimiento de “caminar” (trabajar, pagar impuestos, etc.) en vano, sin progresar realmente, de estar dando vueltas en círculo (engañándonos unos a otros todo el tiempo, practicando constantemente la política del “como si”), de exponernos innecesariamente al acecho de los así llamados depredadores (los “inversionistas”, alguno que otro “gobierno amigo”) y así indefinidamente. Aplicada a las sociedades humanas, la imagen de los animales caminando en círculo, ciegamente por así decirlo, corresponde a la idea del triunfo de la irracionalidad colectiva, de una desorientación total. Por ello, si hacemos nuestra la imagen en cuestión y pensamos que de alguna manera puede echar luz sobre los fenómenos sociales, la pregunta que habría que plantearse sería: ¿vale dicha imagen para México? Pienso que, desafortunadamente, sí. Y si tuviera razón la realidad mexicana sería en verdad grave.

 

      Que la situación del país es delicada es algo que prácticamente todos resentimos, la gran mayoría vagamente intuimos y sólo algunos cuantos (entre los que no me cuento) están capacitados para explicar (aunque debo decir que no encuentro muchos de estos entre los “comentaristas” políticos a la moda, del Colegio de México o de donde provengan). El problema, más que en la aplicación de tal o cual vocabulario técnico o en el recurso a tal cual teoría social de nuestra preferencia, consiste (por lo menos en una primera etapa) en una apropiada selección de datos. Con base en ellos se podrá quizá formular, sin mayores pretensiones de exactitud, alguna idea, alguna hipótesis general acerca del rumbo que se le está imprimiendo al país. ¿Será eso factible? Pienso que sí.

 

      A mi modo de ver, un primer gran factum que tiene que ser tomado en cuenta es el dramático declive de la figura presidencial. Es innegable que hay un hueco inmenso en lo que es el puesto político más importante del país. Esto es muy delicado, porque nuestro sistema político es (y sigue siendo, pace los propietarios de la cultura nacional) un sistema presidencialista. Aquí hay una gran diferencia con, digamos, el sistema norteamericano. Éste último es muy parecido a, por ejemplo, el Imperio Romano, por lo menos en el siguiente sentido: las instituciones de ambos imperios son tan fuertes que no importa quién esté a la cabeza. En relación con el Imperio Romano, el gran pensador alemán del siglo XIX, Friederich Nietzsche, en lo que en mi opinión es con mucho su mejor libro (casi tengo ganas de decir “su” libro), esto es, El Anticristo, expuso la idea que quiero usar del siguiente modo: “El imperio romano que conocemos, y que la historia de la provincia romana enseña a conocer cada día mejor, esa admirable obra de arte del gran estilo, era un comienzo. El edificio de este imperio estaba calculado para ser demostrado por millares de años. Jamás se ha vuelto a construir hasta ahora de esta manera, jamás se ha soñado siquiera con construir en la misma medida sub specie aeterni. Aquella organización era bastante fuerte para soportar emperadores despreciables”. (énfasis mío). Creo que la última oración vale exactamente por igual para los actuales Estados Unidos de Norteamérica. Allá en realidad no importa quién llegue a la presidencia, porque sea quien sea habrá de actuar a través de un sistema de sólidos canales institucionales que desde luego lo privilegian, pero que no le permitirán mayores desviaciones. Allá el presidente es casi una figura decorativa. Quien realmente cuenta son los grupos políticos y financieros que lo apoyan, de los cuales él es el representante y portavoz, y claro está las instituciones a las que se tiene que ajustar (congreso, servicios de inteligencia, ejército, etc.). Pero en México la situación es obviamente diferente y uno de los peores “errores” que se han cometido ha sido precisamente el de devaluar la figura presidencial. El problema para nosotros no es si se ha de ver en el presidente al “hombre fuerte” del sistema o no: el problema es si la persona que se desempeña como presidente está a la altura del puesto que en este país, en donde las instituciones no son lo sólidas que son en otros lugares, se espera que desempeñe el presidente de la República. Lo que aquí importa es su capacidad de negociación, su visión global, sus objetivos genuinamente nacionalistas, su habilidad para resolver conflictos de intereses, su perspicacia psicológica, su identificación con los valores y tradiciones mexicanos, etc. Pero si esto es así, entonces es inevitable concluir que prácticamente no tenemos presidente. Y esto es de consecuencias inmensas para el presente y el futuro de la nación.

 

      La ausencia de un genuino presidente en México se manifiesta de múltiples formas. Podemos señalar tanto decisiones concretas como maneras de proceder. En todo caso, las consecuencias están a la vista y no tiene mayor sentido tratar de ocultarlas. Después de todo, no se puede seguir achacándole los problemas del país a Osama bin Laden! Para todos nosotros es claro que una de las grandes esperanzas del pueblo de México (y no sólo del electorado) era hasta hace todavía algún tiempo el reforzamiento de las instituciones, el apoyo decidido mediante nuevas y progresistas leyes (civiles, laborales, penales, etc.) al estado de derecho, la salvaguarda de los intereses de las grandes mayorías, cada vez más famélicas y cada vez más desprotegidas. No sólo nada de esto ha sucedido, sino que se ha producido un retroceso palpable. La pregunta inquietante es: ¿qué pasa con el presidente de la República? Muy probablemente, Vicente Fox Quesada habría sido un estupendo presidente en los Estados Unidos, algo así como la continuación de Ronald Reagan, pero en la actualidad es cada día más evidente que no estaba preparado para ser presidente de un país presidencialista, como México, que en realidad a él lo engañaron y lo llevaron a prometer multitud de cosas que, ahora lo sabemos, nunca iba a poder cumplir. Es claro, por ejemplo, que jamás el país iba a crecer a un ritmo de 7 % anual. Aquí la trampa política consistió en quitarle poder al presidente en un país en el que el presidente es crucial y en poner a alguien que tenía un cierto “carisma” (sin entrar en comparaciones) y que en gran medida debido al hartazgo de los mexicanos con el PRI estaba en posición de ganar la contienda electoral, pero que obviamente por su falta de experiencia política no estaba del todo consciente de su verdadero rol en una estructura política como la nuestra, i.e., en el juego político mexicano. Por lo pronto, una moraleja o lección de lo anterior es que queda claro ahora que, a diferencia de lo que pasa con los norteamericanos, no todo mundo puede en México ser presidente de la República. 

 

      La consecuencias de que alguien no suficientemente experimentado ocupe la primera posición política del país están a la vista. De hecho, la impresión general es que su papel se ha reducido a articular verbalmente y a medio unificar las políticas que de manera dislocada y casi arbitraria “implementan” los diversos grupos en el gobierno. Pero es claro que en un régimen presidencialista el papel del presidente no puede ser ese. Una vez más, no estamos en Estados Unidos. Pero entonces el hueco de poder que inevitablemente se genera tiene consecuencias desastrosas e ineludibles. Veamos cómo se ha materializado en México esta lamentable realidad política.

 

A)   Deterioro económico. No conozco a nadie que se atreviera a negar que el nivel económico del mexicano medio ha ido en picada. La dieta de la familia mexicana ha sufrido severos “reajustes”. La ciega política económica ha sido la de un rígido control monetario (como si estuviéramos en Jauja), aunado a la extracción vía impuestos de los pocos recursos con los que se cuenta y sobre todo a la desprotección sistemática de los diversos sectores productivos nacionales. En realidad, lo que se ha producido, digámoslo en voz alta, es una gran traición a México. El sector comercial del actual gobierno (el mini-gobierno comercial de Derbez y compañía) logró ya su objetivo, que era construir una situación tal que le resulte al consumidor mexicano más barato comprar cualquier producto extranjero (sobre todo norteamericano) que productos mexicanos. Así, de buenas a primeras los productores de azúcar, de café, de maíz, de camarón, etc., se vieron rebasados y prácticamente arruinados; se explica también así la anormal situación del peso, un peso obviamente sobrevaluado. Quizá sólo un oligofrénico no entienda que la alusión a las “leyes del mercado” es un mero mecanismo para ocultar quién toma las decisiones y los objetivos que persigue. Después de todo, es obvio que alguien (puede ser un grupo) todos los días debe fijar el precio del dólar. Preguntémonos entonces: ¿por qué se le mantiene así de manera tan artificial? No nos incumben aquí las racionalizaciones pseudo-económicas, que no sirven más que para engatusar a la gente, sino las constataciones factuales: da la casualidad de que es de esa manera como se favorecen las exportaciones norteamericanas. A los vecinos les conviene que su moneda sea barata, porque al turista mexicano le convendrá pasar una semana en Disneylandia que tres días en Cancún, al consumidor le parecerá ahora mejor comprar huevo americano o chocolote americano que los mismos productos hechos por mexicanos, que efectivamente le resultarán más caros. Un auténtico presidente mexicano (o, si se quiere y no creo que ello debiera avergonzar a nadie respetable, “mexicanista”) no se limitaría a simplemente verbalizar y justificar a través de charlitas una política económica criminal como la que se ha venido desarrollando.

     

B)   Osteoporosis institucional. En otro artículo defendí la idea de que vivimos un terrorismo de baja intensidad. Una situación así toma cuerpo cuando las instituciones dejan de operar, cuando por así decirlo, “se rompen”. Por un lado entonces tienden a convertirse en meros mecanismos de represión y, por el otro, a desproteger al ciudadano, el cual es literalmente colocado entre dos fuegos: el de los aparatos represores y extractores de dinero (Hacienda, el Seguro Social, etc.), aparatos que, huelga decirlo, retribuyen en muy poco al ciudadano: la vigilancia es mediocre, los servicios de salud, luz, agua, basura, etc., son de pésima calidad, y el de quienes ya cada vez más abiertamente actúan al margen de la ley y, por lo tanto, en contra del ciudadano normal. Que en México las instituciones han sido seriamente debilitadas no es algo de lo que se pueda dudar: cuando abiertamente se ejecuta a magistrados, cuando se sancionan decisiones abiertamente injustas, cuando públicamente se amenaza de muerte a miembros de comisiones de derechos humanos o a ciudadanos conocidos, cuando se asesina en serie a mujeres o se les niega el acceso a los hospitales estando a punto de dar a luz y no pasa nada, cuando mediante mecanismos leguleyos baratos resulta imposible poner en orden a talamontañas, publicistas, banqueros, ambulantes, paracaidistas, etc. (hasta valets parking!), eso significa que el individuo ya no vive protegido por la malla institucional que es producto de las luchas de su país y que tiene de nuevo que aprender a defenderse por cuenta propia, a hacerse justicia por sí solo, etc. Ni más ni menos que como si se estuviera volviendo a tejer el la red institucional, producto de la historia. Esto es auténtico retroceso social el cual, si bien no es un efecto directo de la ausencia de un presidente nacionalista, sí tiene entre sus diversas causas el hecho de que la política nacional esté siendo practicada en cada ámbito de la vida por un grupúsculo de mal intencionados a los que el presidente se limita a coordinar. Dado que no hay unidad de mando, las instituciones funcionan por inercia hasta que fuerzas adversas se apropian de ellas y las utilizan para sus propios y parciales objetivos, o simplemente las neutralizan. Y, al igual que con los ñús, en este proceso participa, consciente o inconscientemente, queriéndolo o no, el todo de la población.

 

C)   Desmoralización pública. Este fenómeno, que incuestionablemente tiene lugar en nuestro país, complicará muchísimo toda política de salud pública que se quiera imponer. Por ‘desmoralización’ entiendo aquí ante todo dos cosas: a) una desorientación moral casi total en la población  y b) una falta asfixiante de esperanzas en una vida menos pesada. Colocado en una situación tan difícil como en la que se encuentra, es hasta cierto punto comprensible que el ciudadano mexicano medio se haya forjado una idea radicalmente equivocada de lo que es el genuino desarrollo y florecimiento personal, la vida buena. Permitiéndome un barbarismo, creo que podemos afirmar que al mexicano lo “prosaicaron” sus “políticos”. Así, desde hace mucho tiempo pero en todo caso con toda nitidez ciertamente desde los tiempos del más negativo de los presidentes priistas, esto es, Carlos Salinas de Gortari, en México cobró auge la idea de que mientras más corrupto, descarado y exitoso se sea mejor se es! Lo que gracias al execrable salinismo quedó instaurado fue el maratón de la inmoralidad. Parecería que todo se reduce a llegar con trajes de casimir, BMWs, multitud de tarjetas de crédito y demás y que para convertir a alguien en digno de respeto y admiración. Por eso tuvimos que padecer la casta de afectados, relamidos y perfumados como los Espinosa Villarreal o los Cabal Peniche, entre muchos otros (por no hablar ya del super duque, Hank González, de antigua cepa desde luego). Por anti-natural que parezca, personajes así se convirtieron en ideal para mucha gente. Lo que se les reprocha es que por torpes se hayan dejado atrapar, no que sean gente despreciable. En verdad, es triste constatar que son muy pocas las personas que, metafóricamente desde luego, escupen sobre lo que todos ellos encarnan y simbolizan. Por otra parte, el mexicano tampoco se engaña y se da cuenta de que en las circunstancias actuales él solo no podrá modificar la situación. Por lo tanto, no ve aquí escapatoria alguna. Esto lo hunde en un peligroso estado de frustración y depresión, el cual desemboca o en un intento por abandonar del país, por buscar un lugar en donde pueda vivir normalmente, o en la francachela y el hundimiento en la inmoralidad y la depravación. Naturalmente, todo esto tarde o temprano tiene consecuencias nefastas en un plano no meramente individual, sino colectivo.

 

D)   Estilo de gobernar. Tan importante es la figura de presidente de la República en este país que hasta un estilo totalmente inapropiado de tomar decisiones se adopta y generaliza. Un ejemplo paradigmático de inexperiencia política ha sido el manejo del importante tema del nuevo aeropuerto. Realmente es difícil imaginar una manera más inepta de resolverlo. No sólo la decisión no tuvo nada de transparente (al contrario: fue ostensiblemente oscura), sino que el modo como se pretendió darle curso (y hablo en pasado porque creo que así como están las cosas no será fácil que el proyecto prospere) fue sencillamente el de un régimen autócrata, el de un zar, simplemente como si no se viviera en el siglo XXI, como si no hubiera habido nunca Revolución Mexicana y todos (salvo los Limantour de nuestros días) fuéramos peones. Esto indica que, más allá de los terminajos más o menos populares por medio de los cuales se pretende hacerle tragar a la gente decisiones inaceptables, el gobierno actual está profundamente desligado de la población, está enajenado de ella. El problema no radica exclusivamente en una decisión concerniente a un aeropuerto, decisión que obviamente resulta de componendas y no de consideraciones concernientes al bienestar de la capital, del tráfico aéreo, etc. (Sin extenderme en el asunto, me limitaré a señalar algo evidente, a saber, que a la Ciudad de México le conviene tener dos aeropuertos en lugar de uno, como en París (Orly y Charles de Gaulle)  o Londres (Heathrow y Gatwick) o Nueva York (Kennedy y La Guardia); aquí se construye uno y se suprime el actual, lo cual es realmente delincuencial). El problema reside más bien en la modalidad de expropiación por la que se optó, en los ridículos montos ofrecidos, en las primitivas y grotescas justificaciones del secretario de comunicaciones. Todo ello indica que entre las variables políticas del actual gobierno no está la de la dignidad y la satisfacción populares. En otras palabras, puede decirse que “ellos” no gobiernan para nosotros. Y, como era de esperarse, ese estilo se transmite a todas las instancias de todas las dependencias de todas las instituciones de todo el país. Podemos predecir que este estado de cosas va a generar súbitas y violentas reacciones de descontento.

 

Si nuestra descripción global, por superficial e incompleta que sea, no es errada (que en última instancia es lo único que cuenta), creo que estamos en posición de elaborar una hipótesis global empírica, esto es, extraída exclusivamente de los hechos consignados. Yo pienso (y temo) que, al igual que los nús, los mexicanos estamos atrapados en un proceso histórico que si bien no es lógicamente irreversible sí es cada día más difícil de controlar. Todo indica que se está llevando a México hacia la guerra civil. Urge, por lo tanto, dejar de jugar con palabritas y con coloquialismos más o menos baratos (que, dicho sea de paso, a nadie ya le hacen la menor gracia), adoptar una política nacionalista, medidas inmediatas de auxilio con una perspectiva estratégica de largo plazo. Es claro que el sufrido ciudadano mexicano medio, una vez más, estará dispuesto a sacrificar bienestar económico a condición de que se efectúa de manera visible progreso institucional. Una buena demostración de ello, creo yo, la tendremos con la encuesta referente al precio del metro: todos (me refiero, desde luego, a quienes lo usamos) entendemos que está excesivamente subsidiado y que se requiere aumentar la tarifa. Entendemos, por consiguiente, que habrá que pagar un poco más, aunque eso nos represente menos gasto en otros rubros. Pero sabemos y entendemos el por qué y el para qué del esfuerzo. No hay, en cambio, pueblo en el planeta que ecuánimemente acepte que le aumenten los impuestos en medicinas, comida y educación y que a los bandoleros bursátiles no se les graven sus ganancias o que a los privilegiados del poder les aumenten sus sueldos! Plantear cuadros así es estar gobernando a distancia. Quien decide todo esas cosas es, una vez más, el grupúsculo económico del gabinete, el cual actúa con total libertad e independencia frente a los otros grupúsculos gubernamentales. Se sigue que la política de este gobierno no es ni puede ser nacional, en el sentido de responder a los intereses internos globales de la nación. Es esta fragmentación política (no hablemos ya de la “política exterior” mexicana, tema de lo más ridículo y exasperante que pueda haber en nuestros días), esta miopía política tan conveniente para los intereses extranjeros, lo que está poniendo a México en el sendero de una terrible conflagración interna. Hacía tiempo que no se veían enfrentamientos como los que se produjeron esta semana entre granaderos y campesinos. Y, que no quepan dudas, eso no será nada frente a lo que fácilmente puede acaecer. Es obligación de quienes están al frente del país actuar “hoy”, pues de lo contrario será la Patria quien mañana se los demande.