Oportunismo Político

y

Tragedia Histórica

(8 de octubre de 2001)

 

Decididamente, “no me checa”: por más que me propongo darle la espalda a la razón, volverme crédulo, violentar mi conciencia y hacer un esfuerzo por aceptar la viciosa versión anglo-sajona de los hechos, ésta no me checa. Por una parte, no sólo es evidente que – dejando de lado los hechos escuetos por todos conocidos – hasta ahora no han ni siquiera empezado a aflorar las genuinas motivaciones políticas del actual conflicto armado y que las ambiciones ocultas pero reales de las potencias occidentales son en lo esencial desconocidas por el gran público, sino que además todo el discurso justificatorio del desalmado bombardeo de las ciudades afganas viene envuelto en un halo de hipocresía que no conoce límites. En este punto el ministro inglés se lleva las palmas. Prolongando brillantemente la gran tradición inglesa de perfidia política y de (si se me permite una forma paradójica de expresarme) cínica hipocresía, el oportunista Blair (que tantas decepciones ha provocado en su país natal) se ha dirigido al mundo en tonos melodramáticos para lamentar la muerte de 7000 personas (incidente de guerra sin duda lamentable, triste y condenable) y alabar un terrorífico y desproporcionado ataque sobre un pueblo prácticamente indefenso que ciertamente va a costar muchas más vidas. Se mueren diariamente 30,000 niños de hambre. Esas vidas, empero, no son de las que hacen llorar al hombre de corazón tierno que es el primer ministro británico. Preguntémonos: a final de cuentas ¿por qué está Inglaterra en guerra con un país que no le ha hecho nada? Es claro que el liderazgo de Blair es el propio de todo oportunista político, independientemente del nivel que ocupe en la jerarquía mundial, y es por ello que podemos vaticinar que, tarde o temprano, aventuras como la de Blair habrán de costarle caro al pueblo británico.

 

Todo eso por un lado y, por el otro, están los pronunciamientos de los villanos de la prensa y gobiernos occidentales. El problema en este caso es sencillamente que las explicaciones que dichos “villanos” proporcionan resultan mucho más congruentes y convincentes que las de sus adversarios, mucho más persuasivas desde luego que las de un vacuo presidente americano, incapaz por lo que se ve de hilar tres pensamientos sin recurrir a frases hueras y clichés desgastados. Para nosotros que estamos relativamente al margen del conflicto, el problema por el momento es que parecería como si por una orden de los actuales mandamases del planeta la población mundial tuviera que acatar estrictamente lo que ello ordenan y ello no sólo en el plano de las acciones sino hasta en el plano de las creencias y los puntos de vista personales. No hacerlo equivale a quedar automáticamente etiquetado como un subversivo, un amigo de terroristas, etc. Tenemos que sublevarnos en contra de este vulgar chantaje político. La población mundial tiene que estar alerta y no dejarse enjaular, porque por lo menos lo que para nosotros, súbditos tercermundistas “occidentales”, está en juego aquí y ahora es ni más ni menos que la libertad de pensamiento y de expresión. Por mi parte, estoy seguro de que ni en México (pace Castañeda)  ni en Bolivia ni en Portugal ni en Marruecos ni en Finlandia ni en ..., etc., los pueblos se dejarán amordazar. Hay que hacer uso de una de las fundamentales prerrogativas que supuestamente nos confiere y garantiza el sistema, a saber, la de decir lo que pensamos cuando queramos y como queramos.

 

Los mexicanos (y, en verdad, los habitantes del mundo) debemos plantearnos la siguiente pregunta: en la guerra actual ¿quién representa a quién? ¿Es acaso George Bush Jr. el representante de los intereses de países como México? ¿Cómo podría ser ello así si su país vive cómodamente de la explotación brutal y sistemática de su trabajo y sus recursos? Por ejemplo, a nosotros, los pueblos mestizos de América Latina, ni los talibanes ni los palestinos ni los serbios ni los coreanos ni los ucranianos, etc., nos han hecho nada. ¿Por qué tendríamos que sentirnos identificados con el gobierno inglés, paradigma de gobierno explotador e imperialista? ¿No es más comprensible para el ciudadano común de los países no privilegiados el discurso serio, ecuánime, con contenido, de los perseguidos de hoy? En este punto, es muy importante distinguir entre causas y métodos. No se trata de promover los métodos de los rebeldes islámicos, pero el hecho de que no aprobemos sus métodos no quiere decir que automáticamente descalificamos sus causas. Y en relación con ello creo que podemos extraer algunas conclusiones importantes.

 

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial el conflicto ideológico fundamental en el mundo fue el de la rivalidad entre el así auto-denominado ‘mundo libre’ y el ‘socialismo real’. La lucha entre estas dos ideologías revistió múltiples modalidades, pues fueron muy variados los terrenos en los que chocaron. Como todos sabemos, cuando después de la revolución iraní a los americanos los corrieron de Irán, se les hizo a estos últimos muy fácil instalar sus bases militares en el país de al lado, esto es, Afganistán. El único problema es que con quien tenían que lidiar era también una superpotencia, una potencia que disponía de todos los medios para neutralizar su maniobra. Y entonces, adelantándoseles, la Unión Soviética penetró en Afganistán, en donde ya había un gobierno pro-soviético. Lo interesante de esto es que junto con las tropas soviéticas llegaron a Afganistán las maestras, los doctores, los ingenieros, etc. Con los soviéticos en el país empezó a gestarse un cambio ideológico trascendental. Era obvio que el gobierno soviético no podía convivir con talibanes ni en general con fanáticos religiosos. Mi tesis es que en ese conflicto el progreso estaba encarnado en las tropas soviéticas. Yo, por ejemplo, vi en Inglaterra varios programas de la BBC en los que presentaban lo que ellos llamaban la “sovietización” de Afganistán y que consistía en enseñarles a los niños a escribir, a leer, a cantar; los soviéticos barrieron con el velo de las mujeres y demás atavismos obsoletos y represivos; construyeron hospitales. Y precisamente de quienes se sirvieron los americanos para expulsar a las fuerzas soviéticas de Afganistán fue de los grupos más conservadores y retrógradas de la región, grandes luchadores y a la vez grandes oscurantistas. Huelga decir que su valentía se vio reforzada por la cantidad y la calidad de armamentos que recibieron los rebeldes sobre todo de Estados Unidos y de Inglaterra. Margaret Thatcher en persona entregó armamentos a los anti-soviéticos religiosos afganos. Muy en especial cabe recordar que se les dotó con armas muy sofisticadas, como misiles tierra-aire, con las cuales los rebeldes afganos pudieron neutralizar a la aviación soviética. De armas así carecerán hoy, pero eso es ya casi anecdótico. En todo caso, todos recordarán, supongo, las terribles matanzas que ocurrieron cuando las fuerzas soviéticas tuvieron que retirarse de Afganistán y abandonar al gobierno amigo a su suerte. Nadie entonces en el mundo libre derramó una sola lágrima por las miles de personas asesinadas por los fanáticos religiosos triunfantes. Éstos eran a la sazón los héroes aclamados por Reagan y su corte.

 

Es aquí en donde, desde mi perspectiva, se plantea la posibilidad de extraer alguna moraleja histórica importante. Los conflictos ideológicos son de diversas dimensiones. A diferencia de lo que acontecía en, digamos, la Edad Media, en nuestra época los conflictos religiosos no pueden convertirse en los más representativos. Lo que quiero decir es que es un error teórico e histórico presentar el actual conflicto como una guerra en contra de una religión. El papa Urbano pudo haber ideado así el conflicto con La Puerta, pero en la actualidad ese tipo de conflictos no es susceptible de movilizar a la humanidad en su conjunto, como lo está haciendo ahora. Conflicto de primer nivel, en cambio, lo fue el que protagonizaron los Estados Unidos y la Unión Soviética. En ese caso sí se trataba de una oposición entre un status quo que todavía tenía que recorrer fases de desarrollo y una propuesta alternativa fundada en consideraciones no necesariamente estructurales. Ahora entendemos mejor por qué quizá la partida la tenía ganada de entrada el bando americano: eran ellos quienes representaban mejor que nadie el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso ganaron y en ese fundamental conflicto, hay que decirlo, los rebeldes afganos desempeñaron el papel de meros mercenarios al servicio de quienes potencialmente eran sus peores enemigos. Pero esto simplemente implica que la tragedia que está viviendo ahora el pueblo afgano no es más que el costo del oportunismo político de algunos, esto es, de castas de políticos que no supieron ni identificar ni velar por los intereses a mediano y largo plazo de sus pueblos, por los vende patrias de siempre que lo único que supieron hacer fue ir a echarse a los pies de amos que sabrían ponerlos en su lugar cuando intentaran insubordinarse. Ahora, podemos estar seguro de ello, los talibanes son los primeros en lamentar el haber hecho tan importante contribución para la derrota del socialismo, que era el movimiento histórico progresista (en un sentido no económico) de la época.

 

      La política de los Estados Unidos no podía ser más obvia: es claro que están decididos a emplear la fuerza en todas las regiones del mundo en las que ello sea factible. Eso quiere decir prácticamente todo el mundo, con la excepción probablemente de Rusia y China (y, por otras razones, Israel). En otras palabras, los americanos no hacen más que cumplir con las leyes que rigen el surgimiento, el desarrollo y el declive de los imperios en todos los tiempos. Pero precisamente lo que la historia enseña que es un error pensar que con la fuerza se puede detener la decadencia de una civilización, de un imperio. No porque bombardeen muchas ciudades dejará de haber gente llena de resentimiento y decidida también a desquitarse. A lo que entonces asistiremos será a acciones cada vez más descarnadas, más cruentas, en las que serán sectores cada vez más grandes de población civil quienes paguen las consecuencias del ensoberbecimiento de los políticos del momento. El terrorismo sólo se acabará cuando se acaben sus causas: cuando los palestinos tengan su país, cuando los gobiernos puedan disponer de sus recursos y no tengan que estar transfiriéndolos indefinidamente hacia unos cuantos países que, por diversas estratagemas, los tienen postrados, cuando la gente efectivamente vea que hay una ruta que la lleve de la desolación y el subdesarrollo a modos aceptables de vida. Pero el mensaje de los anglo-sajones ante el mundo que ellos mismos han creado es, desafortunadamente, inequívoco. Mientras los bancos ingleses gocen de los recursos para que la economía de su país se mantenga como una maquinaria bien aceitada, para que fluyan los créditos y florezcan los negocios, para que las materias primas de los países esclavizados se mantengan en sus niveles más bajos posibles, lo que pase en otras partes del mundo, ya sea en Afganistán ya sea en la Patagonia, no les importa. Lo único que importa es que dispongan del potencial bélico necesario para que ese orden del mundo siga prevaleciendo.

 

      La posición de los americanos (secundada por el “vivales” de Inglaterra) no es ni práctica ni teóricamente nueva. Hace 25 siglos Platón la inmortalizó a través de un personaje de uno de sus diálogos. Me refiero, naturalmente, a Trasímaco, en el libro I de La República. En apretada discusión con Sócrates, Trasímaco sostiene que lo justo es lo que le conviene al más fuerte. No es, desde luego, mi objetivo reconstruir aquí la argumentación socrática. Una cosa es, no obstante, claro: esa noción de justicia, que es la que los americanos han hecho suya, no se sostiene y eso implica, según yo, que el estado fundado en ella tampoco podrá sostenerse indefinidamente. Y si tenemos presente el panorama que nos ofrece la decadente juventud americana, el hecho de que las crisis económicas son cada vez más severas y cada vez menos controlables, la realidad de una intransigente ambición por poseer y usar a su gusto un mundo cada vez más exhausto, el recurso a la fuerza como mecanismo cada vez más empleado de solución de problemas (que muy fácilmente puede desencadenar un conflicto mayúsculo y del que muy difícilmente podrían salir vencedores), no es nada descabellada la hipótesis de que se acerca el momento del fin del imperio, abriéndose así un nuevo telón de posibilidades de organización económica y política y, por lo tanto, para un luminoso renacer del género humano.