UNAM:

extra-muros e interiores

(27 de agosto de 2001)

 

A raíz de las detenciones de los alumnos universitarios supuestamente involucrados (y no torturados) en las explosiones de varios cajeros de Banamex, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Dr. Ramón de la Fuente, hizo en distintos momentos y en diversos foros importantes declaraciones, en defensa de la UNAM en particular y de la educación pública en general. Yo pienso que ninguna persona sensata podría cuestionar los planteamientos del rector y sinceramente creo que, de uno u otro modo, prácticamente todos los universitarios estaríamos dispuestos a respaldar sus afirmaciones. Es innegable que hay una permanente campaña de desprestigio de la institución pública de educación superior más importante (por un sinnúmero de razones) del país en favor de las universidades privadas las cuales, poco a poco, han incrementado su presencia y, en unos cuantos sectores, pretenden inclusive rivalizar con ella; es verdad, asimismo, que hay fuerzas políticas interesadas en intervenir, subrepticia o abiertamente, en el funcionamiento de la institución para darle una orientación contraria a la que de manera natural brota de su historia y sus valores. Pero sólo alguien totalmente desorientado podría pretender restarle valor a la gran actividad docente y a la muy importante labor de investigación que día a día se realizan en la UNAM y en torno a las cuales gira toda la vida académica de México. Salvo en áreas semi-acaparadas por universidades privadas (y para las cuales no se requieren grandes inversiones), los cuadros de profesionistas y del sector público siguen formándose en las universidades estatales y muy especialmente, por sus dimensiones, en la UNAM. Es, pues, claro para todos, supongo, que al igual que PEMEX o los litorales de la República, la UNAM es parte del patrimonio, de la riqueza del pueblo de México y, por lo que le da al país, un motivo de orgullo nacional.

 

Nada más natural, por lo tanto, que cuando escudándose en la supuesta actividad clandestina de algunos elementos universitarios se desencadena toda una campaña en contra de la Universidad Nacional, la cabeza oficial de la institución salga en su defensa y no tiene nada de sorprendente que reciba el apoyo decidido de su comunidad. No obstante, si bien es innegable que las declaraciones del señor rector son formalmente incuestionables y que todos en principio coincidimos plenamente con él, también es verdad que nos dejan un cierto mal sabor de boca. Afirmaciones como las que él hizo se pueden hacer en todo momento y siempre estaremos de acuerdo con sus contenidos, porque más que afirmaciones empíricas son declaraciones de principio. A nuestro modo de ver, sin embargo, la verdadera defensa de la UNAM tiene no una sino por lo menos dos facetas: está, por un lado, su protección verbal y de facto frente a los ataques de sus enemigos declarados pero, por el otro, la pesada labor de crítica y limpieza internas de una multitud de males y vicios que sistemáticamente impiden que la Universidad florezca como ciertamente podría hacerlo. En cierto sentido, defender la UNAM es como defender PEMEX: no basta con poner el grito en el cielo diciendo que la industria petrolera mexicana está al borde del desplome porque, si se trata de una advertencia genuina, ésta tiene que venir acompañada de la lista de medidas concretas para su saneamiento y, si no es más que una exclamación, lo más probable es que se trate de una estratagema política tendiente a preparar el terreno para medidas anti-nacionales. Para evitar malentendidos, quiero explícitamente afirmar que no es mi intención insinuar ni adscribirle al rector de la UNAM intenciones políticas semejantes a las que el paralelismo con PEMEX podría sugerir. Queda, pues, claro que nuestra inconformidad no es por lo que se dijo, sino por lo que faltó decir.

 

      Preguntémonos en primer lugar: ¿quiénes son los enemigos jurados de la UNAM? Para empezar, los sectores sociales más retrógradas y recalcitrantes, todos aquellos (intelectualmente miopes o irresponsables) que están persuadidos de que el estado no tiene ninguna función que cumplir en el terreno educativo y que luchan por reducir al máximo su presencia, aquellos que opinan que, en una sociedad brutalmente desigual, el estado no está llamado a desempeñar ninguna función protectora de grupos no privilegiados; están también todos los manipuladores políticos que, independientemente de las banderas que enarbolen, de hecho han usado a la UNAM como punta de lanza para tratar de influir en la contienda política nacional; habría que incluir también a los dogmáticos y a los enemigos de la libertad de pensamiento y expresión y en general a todos aquellos que aspiran a usar el conocimiento para imponer sus posiciones, tanto prácticas como  teóricas. Frente a todos ellos, los puntos de vista expresados por el rector nos parecieron pertinentes y atinados. Empero, esto no es, en el mejor de los casos, más que la mitad de la tarea. ¿Y la otra mitad?

 

      Es analíticamente verdadero que la mejor manera de acabar con las críticas tendenciosas y con la política anti-universitaria consiste en tener una universidad exitosa. Pero ¿qué es una UNAM exitosa? O, si se prefiere ¿qué se requiere para que la UNAM sea realmente una institución exitosa? Es evidente que, además de la defensa de su patrimonio y su autonomía, la UNAM está necesitada de una radical transformación y en este momento se deben mencionar por lo menos los siguientes rubros:

 

A)    El precio de impedir, bloquear o frenar la evolución de la universidad es forzarla a vegetar y momificarse, convirtiéndola así en fácil presa de los enemigos externos. Hace ya bastante tiempo que se planteó la idea de un gran congreso universitario, una idea que poco a poco se burocratiza, se empantana y se aleja en el tiempo. En este momento, nos parece que correspondería al rector mismo impulsar con fuerza la organización del congreso. Esa es la gran prueba que este período histórico le presenta al “jefe nato” de la UNAM, sea éste quien sea. Si, por las razones que sean, el rector sintiera que un congreso universitario puede desbordarse (lo cual ciertamente puede suceder) y optara por diluir o posponer dicha propuesta, entonces creemos que debería ser él quien tomara la iniciativa y propusiera una gran reforma universitaria al Congreso de la Unión. Así, aunque muy probablemente una iniciativa como esa tendría para él un serio costo político, de todos modos pasaría a la historia como el gran reformador de la UNAM. Lo que urge en la UNAM es reformar los procedimientos de elección de autoridades (en todos los niveles), instaurar mecanismos transparentes y genuinamente académicos para la selección de funcionarios (puesto que si la universidad es autónoma es de sus egresados que debe nutrirse y de éstos deberían ser los mejores quienes ocuparan las plazas), renovar a fondo los cuerpos colegiados y establecer una nueva base laboral y una nueva relación con el sindicato, más afín a los tiempos. Lograr esto sería darle una nueva fisonomía a la UNAM y prepararla para los embates que se avecinan. 

 

B)    En épocas de penuria, como la que apenas empieza (sería de ilusos pensar que la “crisis” es pasajera), la UNAM, como cualquier otra dependencia estatal, tiene que poder rendir cuentas claras en todo momento del manejo de su presupuesto. El dinero del que se dispone procede de las arcas de la nación. Por consiguiente y para evitar la ingerencia externa, se debería crear una fiscalía universitaria, conformada y controlada por universitarios capaces, independientes y decididos, que sentara precedentes y reorganizara el gasto universitario. De sobra conocidas son las múltiples formas de maquillar el despilfarro y éste en la UNAM es una realidad. Es un imperativo categórico, un deber universitario luchar con denuedo en contra de toda clase de derroche y de malversación, de componendas y de arreglos. Y si esto significa el enfrentamiento con la casta de funcionarios acostumbrados a pasar de un puesto a otro, y por ende a estar siempre incrustados en la estructura administrativa y a beneficiarse del presupuesto, pues es hora de que dicho enfrentamiento se dé. De una cosa el rector puede estar seguro: una limpia así recibiría el apoyo entusiasta del grueso de la comunidad universitaria.

 

C)    Se requiere la conformación de comités autónomos de vigilancia para la implantación de una genuina política académica, para que premios y preseas, viajes y material de cómputo, invitaciones y congresos (inter alia), queden plenamente justificados, para evitar las injusticias (por decirlo de algún modo) por exceso y por defecto. El amiguismo, el tráfico de influencias, etc., son inadmisibles en épocas de crisis, sobre todo cuando es obvio que la crisis, hagamos lo que hagamos, se va a acentuar. Es, por lo tanto, deber de quienes están al frente de la institución, tomar las medidas, por dolorosas que sean, tendientes a preservarla y a nulificar las acciones de quienes, estrictamente hablando, no son sino sus enemigos internos. En todo esto, huelga decirlo, la prédica con el ejemplo es fundamental.

 

D)    La UNAM es un centro de formación de mentes críticas, pero se requiere también que sean auto-críticas. La defensa de la UNAM  no será efectiva si a la defensa del ataque externo no se aúna la oxigenación y la purificación internas. No es éste el lugar o el momento para dar cifras, denunciar vicios o señalar personajes. En la UNAM, como en cualquier otra parte, se sabe todo y todos sabemos quién es quién y por qué está donde está. Lo que no deja de llamar la atención es que los universitarios sean tan poco proclives al debate y a la crítica interna pública. Es un hecho que multitud de universitarios creen que por decir lo que piensan (lo cual es parte de su trabajo) se arriesgan a perder su trabajo y entonces, dada esa auto-represión intelectual, se genera un malévolo ciclo de miedo, auto-engaño y corrupción. Para mí es incuestionable que uno de los valores supremos de la UNAM es precisamente la libertad de expresión, cátedra, pensamiento e investigación y es nuestro deber luchar por que este valor se materialice en la vida y actividades universitarias cotidianas. Eso es ser universitario.

 

Ni mucho menos me propuse al redactar estas líneas ofrecer a través de estas espontáneas divagaciones una lista exhaustiva de los males que padece nuestra institución. Mi objetivo era simplemente argumentar en favor de la idea de que la genuina defensa de la UNAM es a final de cuentas una labor mucho más compleja y difícil que la mera enunciación de valores y principios abstractos. La Universidad Nacional es inmensamente compleja y se benefician de ella de muy diverso modo cientos de miles de personas. Es, pues, natural que en eso que es un auténtico microcosmos encontremos de todo: desde gente honesta, bien intencionada y que con su trabajo y esfuerzo le ha dado lustre (y poder) a la institución hasta malandrines de muy diversa cepa que lejos de trabajar para ella no han hecho otra cosa que aprovecharla en forma descarada, corromperla y, a final de cuentas, desprestigiarla y debilitarla. Es precisamente por culpa de gente así que la UNAM se ha vuelto un blanco fácil para muchos enemigos externos y es eso lo que me lleva a sostener que la defensa de la UNAM es, en primer término, la lucha contra esos elementos, con los cuales además nos topamos a diario en todos los sectores y niveles de la estructura universitaria. Ni mucho menos, por lo tanto, puede entenderse como un ataque a la UNAM la crítica o el enfrentamiento con sus depredadores, independientemente de los puestos que ocupen. Y es por ello que, según mi leal saber y entender, el rector podría haber incluido en sus reflexiones de defensa de la UNAM algunos pensamientos concernientes a las medidas que es imprescindible tomar para efectivamente mitigar los obvios males que desde su interior se gestan.

 

      Nada de lo que  hemos dicho, sin embargo, le resta mérito a la defensa de la UNAM por parte del rector (y de muchos articulistas) frente a sus enemigos confesos, i.e., los miembros del gobierno vendidos en alma y cuerpo al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, los “neo-universitarios” que pretenden abolir por la fuerza (puesto que la razón no los apoya) tesis, doctrinas, concepciones políticas y económicas que no encajan con las actuales prácticas de pillaje universal, fuerzas que desde la oscuridad tratan de amordazarnos e impedir que hablemos en voz alta por nosotros y por nuestros compatriotas, los partidarios de la mordaza y de la represión violenta. En esto, que no quepa la menor duda, estamos totalmente con el rector. Particularmente pertinentes nos parecieron sus palabras pronunciadas frente al secretario de Educación Pública (puesto que, a todas luces, le queda mejor a él). En todo caso, debe quedar claro que no era nuestro objetivo otro que el de hacer el recordatorio de que tan dañinos son los ataques abiertos en contra de nuestra Máxima Casa de Estudios como la gama de infamias que contra ella desde dentro se cometen y, por consiguiente, que bajo ningún pretexto nuestra reacción de defensa frente al enemigo externo debería hacernos olvidar la permanente y nefasta acción de los pseudo-universitarios que desde su interior la corroen.